Normalmente apunto mi telescopio virtual hacia la lejanía chilena, esta vez sin embargo, quiero invertir el foco y apuntar a la elección tenida este martes recién pasado en la provincia de Quebec, donde—curiosamente—ciertos elementos guardaron una curiosa similitud con la realidad chilena.
Para empezar, la elección llamada por el ahora derrotado gobierno del Partido Liberal del premier Jean Charest estuvo en gran parte determinada por un clima de movilización estudiantil muy similar al chileno: desde febrero de este año los estudiantes colegiales (nivel post-secundario equivalente a una suerte de pre-grado universitario) y universitarios en Quebec han estado protestando en las calles contra el alza de los aranceles universitarios anunciada por el gobierno provincial. En Canadá, un estado federal y por lo tanto descentralizado, la educación cae bajo jurisdicción provincial.
Al revés de la situación chilena donde en general la movilización estudiantil ha tenido un amplio apoyo en la ciudadanía, aquí en Quebec, donde una educación universitaria de bajo costo, para decir nada de gratuita, es un concepto ajeno y para muchos inconcebible, la movilización estudiantil no contó con el mismo apoyo de parte de la gente. Charest consideraba eso cuando llamó a elecciones (Quebec, como el resto de Canadá tiene un sistema parlamentario en el cual la fecha de elecciones no es necesariamente fija sino puede ser llamada en cualquier momento por quien esté en el gobierno, obviamente un llamado que éste hace cuando cree que las condiciones les son propicias). Es probable que aquí haya habido el primer error de cálculo. Si bien para muchos en la provincia la idea que uno tenga que pagar por su educación superior está muy enraizada dado que no hay una tradición de educación universitaria gratuita, cuando el gobierno intentó aplicar una mano más dura en la forma de la Ley 78 que puso una serie de cortapisas para las manifestaciones públicas, con multas que iban desde los mil dólares a individuos hasta más de cien mil a las federaciones estudiantiles que desafiaban la ley y llamaban a la huelga, impedían clases u ocupaban recintos, mucha gente empezó a considerar que tal legislación atacaba libertades fundamentales y empezó a distanciarse de ese intento represivo que mal que mal no cuadraba tampoco en las tradiciones más bien tolerantes y libertarias de Canadá. (Ojo a los propiciadores de una iniciativa como la llamada Ley Hinzpeter en Chile, puede haber una mala lectura de lo que alguna gente puede querer, especialmente en las clases medias, es decir, muchos gustan del orden y no quieren ver disturbios en la calle pero tampoco quieren ver abusos policiales, al final sus propios hijos pueden ser víctimas de ellos).
El problema de la movilización estudiantil sin embargo no fue un tema central en las elecciones, lo que sí tuvo más peso fue la percepción de que el gobierno de Quebec bajo los liberales había incurrido en notorias faltas en la adjudicación de contratos en obras públicas bajo su jurisdicción.
Peor aun, una investigación pública iría revelando preocupantes lazos entre una industria de la construcción en que hay una bien conocida participación de la mafia, y algunos elementos vinculados al partido gobernante. Aunque ningún alto funcionario político estuvo directamente involucrado en los hechos que aun se investigan—algo que Charest siempre recalcó cuando era puesto a la defensiva durante la campaña electoral—las evidencias en forma de donaciones a su partido parecían condenar a su administración.
Por cierto después de nueve años de gobierno un partido político siempre está expuesto a desgaste. Políticas erráticas en ciertas materias como el medio ambiente, en otros casos simple incapacidad para lidiar con problemas concretos de la gente, especialmente en reducir el tiempo de espera en los hospitales (la salud también es de jurisdicción provincial, aunque una ley federal regula el carácter público y gratuito de la mayor parte de las prestaciones médicas) contribuyeron a la baja de popularidad del gobierno liberal de Charest. En última instancia ello condujo a su derrota este martes, para el ahora ex premier además una derrota con un doble sabor amargo: no sólo la pérdida del gobierno por parte de su partido sino incluso la pérdida de su propio escaño como legislador, al ser derrotado en su circunscripción (en un sistema parlamentario uno no vota por un presidente, sino que por legisladores en cada circunscripción, el primer ministro o en el caso de las provincias, el premier como se le llama en Canadá, es un diputado más que debe también postularse en un condado específico). Charest en tal circunstancia no tuvo otra alternativa sino renunciar a la jefatura del Partido Liberal de Quebec, el cual ahora tendrá que buscar otro líder.
El partido triunfante fue el Parti Québécois (PQ), liderado por Pauline Marois que así se transformará en la primera mujer que gobernará la provincia de Quebec (sin embargo no es la primera que gobierne una provincia en Canadá, en estos mismos momentos sendas mujeres gobiernan en Columbia Británica y en Alberta; a nivel federal también ya hubo una primera ministra, la conservadora Kim Campbell en los años 90). El PQ sin embargo tendrá lo que en un sistema parlamentario se llama un gobierno de minoría, esto es, el PQ es el partido con más diputados en la legislatura provincial (54 de un total de 125) pero eso no le da mayoría absoluta por lo que se verá impedido de aprobar todas sus iniciativas y por cierto no le da mandato para alcanzar la que ha sido su meta desde su formación en la segunda mitad de los años 60 del siglo pasado: separar a Quebec del resto de Canadá y hacerlo un estado soberano. En la legislatura el PQ tendrá como oposición a un Partido Liberal más reducido pero aun fuerte, con 50 diputados, y a un nuevo partido liderado por un ex miembro del PQ, François Legault, la Coalición Futuro de Quebec, de corte nacionalista, pero no separatista y con una plataforma derechista y pro-empresarial que eligió a 19 diputados, y un pequeño partido separatista de izquierda, Quebec Solidario que eligió dos diputados y que critica al PQ por sus posiciones derechistas en materia económica.
Por cierto, dado que las opciones ofrecidas no eran las más atractivas uno bien puede decir que en estas condiciones un gobierno de minoría—de cualquiera de los partidos—era el mejor escenario para Quebec. En el contexto de un sistema parlamentario, un gobierno de minoría se ve obligado a negociar y buscar compromisos con los otros partidos si quiere aprobar sus proyectos de ley. Ello también impide que los aspectos más irritantes de su plataforma puedan concretarse. En otras palabras, es un tipo de gobierno que puede causar menos daño. En el caso del PQ ya la propia primera ministra electa ha dejado de mencionar en sus recientes intervenciones la posibilidad de llamar a un nuevo referéndum sobre la separación de la provincia (ya hubo dos, uno en 1980 y otro en 1995, en ambos los quebequenses rechazaron la propuesta separatista) lo que indicaría que esa importante parte de su plataforma va a tener que esperar, aunque ello pueda indignar a los “duros” de su propio partido. Al fin de cuentas hacer de Quebec un país soberano ha sido la “raison d’être” de ese partido desde su formación, pero la meta se ha ido haciendo más elusiva mientras más tiempo pasa y el cuadro demográfico de Quebec cambia en dos direcciones que juegan contra el proyecto separatista: el generacional, la juventud abierta a incursionar en las redes sociales que la vinculan al mundo muchas veces en el idioma inglés, no comparte el fervor nacionalista de sus padres y abuelos; y el etno-cultural, con una inmigración de gente como nosotros los latinos, pero también africanos, caribeños, asiáticos y árabes que simplemente—en la gran mayoría—no comparten la noción de hacer de Quebec un estado aparte. Esto en gran medida porque—aun poniendo de lado el hecho que en principio todo proyecto político nacionalista en última instancia se apoya en una premisa derechista: “mi nación es mejor que la tuya”—la plataforma del PQ en esta ocasión hacía las cosas aun más difíciles para que las minorías étnicas se sintieran atraídas por ella. Entre las propuestas que afectaban a los que acá se llama “alófonos”, gente que como los latinos, lingüística y culturalmente no somos ni francófonos ni anglófonos, se contaba la de exigir que todo aquel que no fuera francófono y quisiera ser candidato a cualquier cargo de representación popular en la provincia tuviera que pasar un examen de francés y la otra era extender la presente Ley 101 que obliga a los hijos de inmigrantes a asistir a escuelas francófonas también a los colleges o cegeps (collèges d’enseignement générale et professionnelle) un nivel donde las personas ya son prácticamente adultos y que para los hijos de inmigrantes es una buena ocasión de perfeccionar su conocimiento del idioma inglés, siempre necesario para obtener un mejor trabajo. El PQ también había llamado a prohibir a que los funcionarios públicos puedan utilizar símbolos religiosos, lo que afectaría especialmente a mujeres musulmanas que cubren su cabellera, a judíos religiosos que usan una vestimenta distintiva y a sikhs, que usan turbán. Naturalmente esta propuesta tampoco fue bien recibida por esas comunidades religiosas.
Queda por verse ahora cuan durable el gobierno de minoría del PQ llegará a ser. Algunos apuntan a que a nivel federal los conservadores del primer ministro Stephen Harper estuvieron un buen tiempo en posición de minoría hasta cuando ellos mismos de algún modo forzaron a la oposición a derrotar al gobierno en un voto de confianza en un momento que a Harper le pareció propicio y al final consiguió lo que buscaba, un gobierno de mayoría. Hay quienes especulan que el PQ podría hacer algo similar, mostrarse acomodaticio por un primer tiempo porque los electores tampoco aprecian tener que ir a las urnas muy seguido y si tienen que hacerlo entonces culpan al partido gobernante, y luego mediante un adecuado uso de los medios de propaganda que el propio aparato de gobierno dispone, crear condiciones mediante demandas excesivas al gobierno federal que éste tendría que rechazar, para de esta manera atizonar los sentimientos nacionalistas quebequenses con el viejo discurso de que “Canadá no entiende a Quebec” y así lograr un gobierno mayoritario que a su vez llame a un referéndum y voilà, la largamente buscada separación de la provincia se haga realidad. Claro está, para que ello ocurriera aun tendrían que pasar unos cuantos años, y como ya señalé, el cambio demográfico no está a favor del proyecto separatista y—por el resultado de estas elecciones en los condados con mayor presencia étnica—ni los alófonos ni mucho menos los anglófonos están en vía de querer arriesgarse en subirse al incierto vagón de la separación de Quebec.
Por otro lado, aunque no se lo mencione abiertamente, los riesgos que una crisis constitucional puede traer al país están siempre presentes. Sin ir más lejos, la misma noche de la elección mientras la premier electa daba su discurso de victoria, súbitamente y ante las cámaras y sus partidarios que llenaban un teatro alquilado para la ocasión, ella fue sacada rápidamente por sus guardaespaldas. Unos cuantos minutos más tarde se supo que la razón había sido un incidente provocado por un individuo de nombre Richard Henry Bain, de 62 años, quien disparó contra dos personas en el local, dando muerte a una de ellas. El inusual incidente ha causado conmoción en Quebec y todo Canadá, pero a la vez—aunque hasta ahora se tiene la convicción de que se trata de un hecho aislado cometido por un individuo solo, probablemente con algún desequilibrio emocional—ha servido de alerta a todos de que a veces la violencia irracional puede surgir cuando menos se la imagina y que mantener un marco político de intercambio democrático es siempre una prioridad.
La provincia de Quebec por cierto tiene muchas diferencias con el distante Chile sobre el cual habitualmente escribo desde lejos, pero también es interesante remarcar algunos rasgos parecidos que sociedades tan distantes a veces pueden compartir: una vigorosa movilización estudiantil que ciertamente fue un factor si bien no determinante, sí contribuyente en la derrota del gobierno, piezas legislativas que intentan frenar la protesta social y que al final terminan siendo más agravantes de la crisis, y por cierto la carencia de alternativas políticas nuevas que generen un real entusiasmo en la población que entonces sumidas en la incertidumbre, terminan proyectando también esa incertidumbre sobre el escenario político desencadenando una suerte de empate político, algo que la clase política entonces puede interpretar como que en ese clima de incertidumbre todos han ganado, aunque en realidad eso también puede interpretarse como que todos son perdedores.