Si queremos que en Chile la Constitución y las leyes sean el producto efectivo de la voluntad mayoritaria del pueblo -esto es, que tengamos una auténtica democracia- necesitamos elegir una Asamblea Constituyente que tenga la facultad de elaborar y aprobar una nueva Carta Fundamental, que a su vez sea posteriormente plebiscitada. Este es el método habitual en el mundo para establecer sistemas democráticos.
Lo anterior se hace más imperioso en la medida que la dictadura, al proyectar la democracia nominal que aún nos rige, se aseguró de que cualquier transformación de la Constitución de 1980 tendría que efectuarse con el acuerdo de la derecha minoritaria que la impuso. De este modo, su Artículo 127 estipula que su reforma debe ser aprobada por los 2/3 o 3/5 de los diputados y senadores en ejercicio, dependiendo de sus capítulos. En ambos casos significa –dado el sistema electoral binominal vigente- que todo cambio de ella requiere de su concurso.
Además, la dictadura diseñó de tal manera la Carta Fundamental que, pese al carácter minoritario de la derecha, Pinochet –entendiendo que iba a ser ratificado por el plebiscito de 1988- tuviese mayoría para aprobar o modificar la legislación ordinaria disponiendo mayoría absoluta en una cámara (el Senado, con el sistema binominal y los senadores designados) y solo de un tercio en la otra. Sin embargo, dada la derrota de Pinochet, dicho prospecto favorecería al inminente gobierno de Aylwin, que tendría con seguridad la mayoría de los diputados y un tercio del Senado. Pero lo increible (y que es todavía desconocido por la generalidad de la población) es que ¡el liderazgo de la Concertación solapadamente acordó con la dictadura modificar en su perjuicio dichas disposiciones!, lo que fue ratificado de manera desinformada por la población en un plebiscito en 1989.
Aquel inédito “regalo” puede ser comprendido a la luz de lo que señaló la eminencia gris de la Concertación, Edgardo Boeninger, en un libro que escribió en 1997 (Democracia en Chile. Lecciones para la gobernabilidad; Edit. Andrés Bello). Esto es, de que el liderazgo de dicha alianza política había experimentado, a fines de la década de los 80, un total viraje en su pensamiento económico que lo llevó a una “convergencia” con la derecha, la que “políticamente el conglomerado opositor no estaba en condiciones de reconocer” (p. 369).
Ciertamente, si aquel liderazgo hubiese conservado la mayoría, sin hacer uso de ella, habría quedado desnudo frente a sus bases en su radical giro copernicano.
Pero con los años y la destrucción de los medios de comunicación concertacionistas que podrían haber fustigado ese viraje, éste pasó a ser crecientemente reconocido por ese liderazgo. Sin duda la mayor expresión de aquello han sido las palabras de Alejandro Foxley, quien en 2000 dijo que Pinochet “realizó una transformación, sobre todo en la economía chilena, la más importante que ha habido en este siglo. Tuvo el mérito de anticiparse al proceso de globalización que ocurrió una década después… Hay que reconocer su capacidad visionaria y la del equipo de economistas que entró a ese gobierno, con Sergio de Castro a la cabeza… de que había que abrir la economía al mundo, descentralizar, desregular, etc. Esa es una contribución histórica que va perdurar por muchas décadas en Chile… Además, ha pasado el test de lo que significa hacer historia, pues terminó cambiando el modo de vida de todos los chilenos para bien, no para mal. Eso es lo que yo creo, y eso sitúa a Pinochet en la historia de Chile en un alto lugar. Su drama personal es que, por las crueldades que se cometieron en materia de derechos humanos en ese período, esa contribución a la historia ha estado permanentemente ensombrecida” (Cosas; 5-5-2000).
Todo aquello tuvo su culminación en 2005 cuando el entonces presidente Lagos y todos sus ministros (entre los que estaban Ignacio Walker, Jaime Estévez y Sergio Bitar) ¡suscribieron la Constitución del 80, luego de reformas que eliminaban la tutela militar, pero que mantenían todas las disposiciones neoliberales del texto original y buena parte de sus elementos autoritarios!
Afortunadamente, una de las consecuencias del gran despertar estudiantil del año pasado ha sido que la sociedad está comenzando lentamente a tomar conciencia de que la refundación neoliberal de nuestro país -impuesta a sangre y fuego por la dictadura- fue consolidada por el liderazgo concertacionista durante sus 20 años de gobierno (“Y va a caer…la educación de Pinochet”). En otras palabras, de que la transición hacia un auténtico sistema democrático está aún pendiente. Pero falta todavía para que la sociedad chilena se dé cabal cuenta de la dimensión del engaño de que fuimos víctimas; y de que la lucha por una Asamblea Constituyente –paso necesario para establecer una Constitución democrática que permita eliminar la esencialmente injusta obra neoliberal de la dictadura compuesta por el Plan Laboral, las AFP, las ISAPRE, la LOCE-LGE, la Ley de concesiones mineras, etc.- requerirá de nuevos movimientos políticos efectivamente de centro-izquierda.
En este contexto, las declaraciones de Ricardo Lagos e Ignacio Walker de que “podrían” considerar una Asamblea Constituyente aparecen como un recurso electoral demagógico.
Ya han sido descalificadas por varios dirigentes de la propia Concertación. Pero además, mientras no sean acompañadas de una reversión de su giro neoliberal copernicano de más de 20 años no tendrán credibilidad alguna. En todo caso, son indicadores de que el incipiente movimiento ciudadano por una Asamblea Constituyente está adquiriendo creciente fuerza en la opinión pública nacional.
Artículo publicado en la edición de ElRastro.com del 28 de agosto