Diciembre 9, 2024

La crisis de la sociedad chilena

aysen_barricada

aysen_barricadaMi hija de 20 años con seriedad y evidente preocupación hace algunos días atrás me hizo una pregunta sumamente difícil  de contestar. ¿Por qué hay tantos problemas sociales en Chile?

 

El año pasado estallaron numerosos conflictos en el extremo sur, el centro y el norte de chile. Hubo muchas peleas, siendo las más importantes, las de Magallanes, luego con el problema de la planta térmica de Barrancones y lo más importante, los estudiantes desfilaron, protestaron y pelearon durante muchos meses. Este año, el conflicto siguió en Aysén, luego en la planta de cerdos de Freirina y ahora hace pocos días se produjeron violentas protestas y heridos durante la manifestación de apoyo a la memoria de Pinochet y sobre todo también, la extremada violencia que se produjo en la última marcha de los estudiantes en la Alameda de Santiago. Pareciera que cada grupo de ciudadanos descontentos y furiosos, se han cansado de dialogar y ahora se dedican a cortar caminos, romper vidrios, saquear negocios y en general, alterar violentamente el orden público. ¿Qué está pasando? ¿Qué provoca tanta violencia?


Me quedé pensando un buen rato y luego intenté una respuesta preliminar. Señalé que el problema parece ser sumamente complejo y que al parecer su explicación requiere la ayuda de la ciencia política. Creo que la teoría de la anaciclosis elaborada originalmente por el historiador romano Polibio y luego perfeccionada por Maquiavelo, puede ayudar a entender este gravísimo problema que afecta a la sociedad chilena hoy día.


Para Maquiavelo hay siete formas de gobierno. Tres buenas y cuatro malas y ellas se suceden unas a otras en forma cronológica e inevitable. Cuando el ciclo histórico se completa después que la sociedad pasa por las siete formas de gobierno, se inicia uno nuevo que repite la secuencia de las mismas etapas, eso sí que la nueva civilización tiene un nivel ético menor que el de la civilización anterior.


El ciclo histórico se inicia bien con la buena monarquía. Esta es una forma benigna de gobierno donde manda una sola autoridad llamada monarca y donde este rey es un sabio filósofo que gobierna para el bien común y la felicidad colectiva de todos los habitantes. La sociedad vive así en paz y tranquilidad por un largo periodo de tiempo. Debido a estos resultados, para los clásicos, la monarquía es la mejor forma de gobierno. Desgraciadamente la ley histórica de la anaciclosis indica que todo cuerpo social, así como el cuerpo humano, eventualmente envejece, decae y se corrompe. De esta forma, el gobierno de una autoridad, pero para el bien común, termina por transformarse en una ambiciosa tiranía y esta es la peor forma de gobierno. Este es el gobierno de una autoridad pero que no gobierna para el bien común sino para el beneficio de si mismo, de sus parientes y de sus amigos. Bajo este gobierno corrupto y tiránico el pueblo, es decir la enorme mayoría de la población, sufre castigos, injurias e injusticias extremas. Cuando la corrupción llega a niveles insoportables, una parte de los miembros más cultos y civilizados de la sociedad, se revelas violentamente y logran derrotar y matar en una revolución generalizada a la nefasta tiranía.

Así nace la aristocracia, que es el gobierno de unos pocos ricos, cultos y buenos y que con diligencia gobiernan para el beneficio de todas las clases sociales. Ésta, por lo tanto, también es una forma benigna y buena de gobierno. Los pocos mandan pero se preocupan enormemente del bienestar y justicia del pueblo, particularmente de los más pobres. Este tipo de gobierno está inspirado en el concepto llamado “la nobleza obliga” y esto quiere decir que los nobles están obligados a preocuparse y resolver los problemas de la mayoría. Desafortunadamente este buen gobierno también sufre el natural proceso de decadencia y al cabo de algunas generaciones se corrompe y se transforma en una corrupta oligarquía.

La oligarquía es un mal gobierno ya que los pocos ricos sólo gobiernan para el beneficio de ellos y de su clase y oprimen y esclavizan a la inmensa mayoría. Este es así el gobierno de los ricos corruptos, con los ricos corruptos y sólo para los ricos corruptos.  Una vez más el pueblo pobre, o sea, la inmensa mayoría, es sometido a injusticias, discriminaciones y vejaciones extremas. Cuando la corrupción de la elite oligárquica, se hace insoportable espontáneamente, nacen líderes populistas que logran organizar al pueblo y este así se rebela violentamente. Es así como a sangre y fuego los verdugos y opresores son eliminados y su muerte da nacimiento a la politea.

La politea o democracia benigna, es una buena forma de gobierno. Es el gobierno de la mayoría, es decir el gobierno de los pobres. Pero después de la revolución popular, la politea respeta la vida de los herederos del rey, de los hijos de los nobles y de los ricos decentes. En otras palabras es el gobierno de la mayoría o sea de los muchos pero para el beneficio de todos los sectores sociales que civilizadamente respetan y obedecen el nuevo orden establecido.

Desafortunadamente la ley histórica de la decadencia ética es inevitable y los líderes del pueblo se corrompen y ellos empiezan a gobernar sólo para el beneficio de los pobres. El rey, la clase aristócrata y la clase media, son oprimidos bajo una brutal dictadura popular. Una gran mayoría de los pobres se aprovechan corruptamente de los bienes públicos y esto a la larga produce una profunda crisis fiscal de muy difícil solución. La crisis fiscal produce crisis económica, la ética decae y así la politea se transforma en democracia corrupta o también llamada oclocracia. Esta es una forma maligna de gobierno ya que es el gobierno de los pobres, con los pobres y sólo para los pobres. La mayoría cae en un agudo y profundo proceso de corrupción. Los cargos públicos se entregan no por mérito sino por nepotismo. El aparato estatal se llena de individuos corruptos e ignorantes y muy pronto las finanzas públicas se deterioran de tal manera que las arcas fiscales colapsan y la anarquía total se apodera del Estado. El Estado se transforma en un Estado fallido y sumamente débil y debido a esta falta de poder básico, el Estado fallido es conquistado por una potencia imperial mucho mejor organizada y con mucho más poder político, económico y militar. La democracia corrupta u oclocracia se transforma así en colonia.

El Estado colonial satélite o vasallo es la séptima y última forma de gobierno y aquí este Estado deja de existir como entidad política independiente y cae en el abismo de la explotación y la miseria.

Maquiavelo argumenta que el ciclo histórico tiene una marcada tendencia pesimista. Es decir, se evoluciona de lo bueno a lo malo y así todo tiempo pasado fue mejor. Esta visión pesimista fue la visión dominante tanto en la época clásica como en la edad media de la civilización occidental.

En forma muy esquemática y resumida se podría argumentar que Chile así como gran parte de América del Sur, tuvo un periodo de monarquía benigna. Y las grandes mayorías gozaron de una época de oro, tranquilidad y abundancia. Ello se materializó durante el reinado de la civilización andina cuya última etapa fue el imperio incásico. Por varios cientos de años dominó este estado benigno, en el cono sur de América. Esta fue la época de la monarquía benigna bajo el liderazgo de un sabio filósofo rey.  Esta fue la sociedad feliz descrita por viejos marinos portugueses que visitaron el imperio antes de la llegada de los españoles. Se dice que en base a estas narraciones de los marinos portugueses Tomás Moro escribió su famosa Utopía.

Desafortunadamente, con la llegada de los españoles se dio inicio a una terrible y brutal tiranía que casi exterminó a la población originaria. Se argumenta que de una población de más de 100 millones de individuos a comienzos del siglo 15, ésta se redujo a menos de 10 millones a finales del siglo 16. Las cacerías de indios para transformarlos en esclavos, las durísimas condiciones de vida en el trabajo de minas y explotaciones agrícolas y las numerosas epidemias traídas por los europeos, casi acabaron con la población nativa. La falta de mano de obra fue tan grave, que los conquistadores españoles se vieron obligados a traer cientos de miles de esclavos africanos para reemplazar las gigantescas pérdidas de población. Este ha sido el genocidio más desastroso y masivo que se haya dado en la historia de la humanidad. Esta corrupta tiranía esclavizadora duró más de 300 años.  A comienzos del siglo 19, sectores de las elites criollas, lograron iniciar una revolución libertadora que acabó con el pesado e injusto yugo colonial.* 

Nació así la aristocracia como forma de gobierno en los distintos países que conformaban las antiguas colinas españolas. No obstante este gobierno de pocos pero para el bien común, no duró mucho y en pocas décadas se cayó en una nefasta oligarquía. En Chile esta oligarquía nació en 1865 durante la administración de José Joaquín Pérez, también llamado por algunos historiadores como el primer presidente corrupto del país. El gobierno oligárquico tuvo una excepción y ese fue el periodo del presidente Balmaceda (1886-1891). No obstante, después de su muerte, la forma oligárquica y corrupta de gobierno, dominó sin contrapeso hasta 1920. Fue así como en un confuso proceso de revolución electoral, acompañada de varios golpes militares, nació algo así parecido a la politea. En otras palabras, el gobierno de la mayoría, pero para beneficio de todos los sectores sociales. Desafortunadamente, el gobierno democrático se corrompió gradualmente y a partir de 1960 el sistema político chileno entró en un periodo de severa  crisis transformándose en democracia corrupta particularmente entre 1964 y 1973.

Después del golpe militar de 1973, Chile se transformó en una especie de semi colonia y así su sistema político fue radicalmente transformado desde un sistema socioeconómico de tipo social demócrata a un sistema neo liberal dependiente. El imperio americano empezó a regir los destinos de Chile y el país se transformó en un conejillo de indias, donde se experimentaron nuevas formas de organización socioeconómica que luego se impondrían en el resto de América Latina.

Eventualmente el imperio decidió reemplazar a fines de la década de los años 80 la dictadura militar por una seudo democracia neoliberal que mantuvo intacto el modelo socio económico y político impuesto desde el norte a mediados de los años 70 del siglo 20. Este modelo de sociedad benefició enormemente a sólo un 20% de la población y perjudicó gravemente a más de un 80% de los chilenos.

La declinación del poder del imperio americano en la primera década del siglo 21, ha permitido la liberación de un considerable número de países latinoamericanos, tales como Nicaragua, Venezuela, Ecuador, Bolivia, Paraguay, Uruguay, Brasil, Argentina y Perú. Este proceso de liberación ha tenido un fuerte impacto en aquellas áreas que aún se apegan al dogma neoliberal, tales como México, parte de Centro América, Colombia y Chile. El efecto demostración ha despertado los pueblos aún sometidos al consenso de Washington. Y es así como México, parte de Centro América y Colombia han caído en un ciclo de extrema volatilidad y violencia política. El número de víctimas que todos los días mueren por causa del conflicto social es mucho mayor que el que se produjo durante la guerra civil en Centro América en los años 80.

En Chile también el pueblo está empezando a despertar en la segunda década del siglo 21, siendo los estudiantes el sector más movilizado por el descontento socioeconómico y político. El país padece y sufre de una fatal incongruencia y por lo tanto está cayendo en la categoría de Estado fallido. Chile tiene una forma de gobierno que es el último eslabón en el ciclo histórico de decadencia. En otras palabras es una seudo colonia neoliberal dependiente de un imperio mucho más poderoso y bien organizado. Esta dependencia y sus consecuencias impiden resolver las contradicciones e incongruencia entre cultura y estructura. La cultura de la mayoría, a pesar del dominio neoliberal aún está dominada por valores nacionalistas, estatistas, colectivistas, proteccionistas y en general, de valores tipo social demócrata. No obstante la estructura, del Estado y la sociedad, trata de imponer los planos del diseño neoliberal. Es decir, una estructura que protege y privilegia la empresa privada, el libre mercado, la libertad económica, la búsqueda del lucro individual y la cerrada protección del capital extranjero que constituye la principal palanca del desarrollo nacional.

Pero la incongruencia más grande radica en el hecho que la corrupta elite política, sinceramente cree que el sector privado está lleno de talento y ética empresarial y por lo tanto el desarrollo de Chile puede confiadamente descansar en este vibrante sector. No obstante, la realidad desgraciadamente es muy distinta. El sector privado chileno en su enorme mayoría demuestra la conducta de un capitalismo depredador, primitivo e inmoral. El capitalista chileno promedio nada tiene que ver con los valores morales de la personalidad capitalista diseñada por Adam Smith en sus libros titulados “La teoría de los sentimientos morales” y luego su libro titulado “La riqueza de las naciones”. Esta fatal incongruencia parece ser la poderosa fuerza telúrica que está detrás del grito cada vez más potente de aquellos jóvenes que exigen que se termine con el sistema valórico que tiene el lucro como su principio fundamental.

El modelo sociopolítico y económico basado en el lucro ha fracasado rotundamente. Después de 40 años de su puesta en práctica, el 80% de los chilenos, siguen pobres y subdesarrollados. Pero el subdesarrollo económico no parece ser lo más grave. Se ha producido también un enorme subdesarrollo ético y cultural. La sociedad chilena ya no parece distinguir con claridad entre lo bueno y lo malo. Políticas públicas, planes, programas y proyectos que favorecen a la minoría y perjudican a la inmensa mayoría, se han implementado desde septiembre de 1973 a la fecha. Proyectos tales como las reformas educacionales, las reformas de salud, las reformas a la seguridad social, las reformas a la justicia, las reformas al transporte público, etc., etc., se han hecho preocupándose mucho más de obtener lucro para algunos pocos en vez de conseguir servicios que beneficien a las grandes mayorías.  Las decisiones cotidianas del Estado también adolecen de los mismos problemas. A vía de ejemplo de este crítico fenómeno, se presentará un solo caso que tipifica la magnitud de este problema. Al parecer, el candidato con más probabilidades de ganar la presidencia de la república en el próximo periodo, es la doctora Michel Bachelet. Ella fue presidenta de Chile en los años 2006-2010 y actualmente goza de un enorme prestigio y popularidad que la ubica muy por encima de sus rivales  a la presidencia de la república. No obstante, la presidenta Bachelet y el equipo que la secundaba en la oficina encargada de enfrentar desastres (ONEMI) el 27 de febrero de 2010 cometió una negligencia de mayúsculas proporciones. Ella y su equipo ignoraron una regla fundamental de la ONEMI que señala que si un individuo afectado por un terremoto no puede mantenerse en pié y vive a la orilla del mar, debe inmediatamente trasladarse a lugares seguros donde las olas del inevitable maremoto no lo alcance. La presidenta y su equipo ignoraron este protocolo y enfáticamente comunicaron al país que no existía peligro de maremoto. Por lo tanto que era seguro bajar de los cerros y así muchos chilenos escucharon esta recomendación y obedecieron las instrucciones de la autoridad. Como consecuencia de este nefasto mensaje, más de un ciento de chilenos perdieron la vida.

En los países culturalmente civilizados, una negligencia como la señalada es severamente castigada y en algunos casos los culpables han pagado sus errores con su propia vida. Adam Smith describe este tipo de drásticas sanciones en su libro titulado “La teoría de los sentimientos morales”. En la sección III relacionada con la influencia de la fortuna en los sentimientos de las personas con relación al mérito o demérito de las acciones, Smith señala textualmente lo siguiente: “Cuando la negligencia de una persona ha dado lugar a un perjuicio no intencionado en otra persona, generalmente asumimos tanto el enojo de quien sufre que aprobamos el que inflija al ofensor una sanción muy superior a la que la ofensa habría parecido merecer de no haber sido seguida por una consecuencia tan infeliz. Hay un grado de negligencia que parece acreedor de un castigo aunque no provoque menoscabo a nadie. Si una persona arroja una voluminosa piedra a una vía pública sin advertir a los transeúntes y sin preocuparse de donde pueda caer, es sin duda merecedora de alguna sanción. Una policía esmerada castigaría tal acción aunque no hubiese causado ningún mal. La persona culpable rebela un desprecio insolente hacia la felicidad y seguridad de los demás. Su conducta es sumamente injusta. Expone desconsideradamente a su prójimo a lo que ninguna persona en sus cabales elegiría exponerse ella misma, y evidentemente carece de esa conciencia de lo que es debido a los semejantes que constituye la base de la justicia y la sociedad. La gran negligencia, por lo tanto, resulta en el derecho casi equiparada al designio malicioso (Lata culpa prope dolum est.). Cuando suceden algunas consecuencias desafortunadas a partir de tales descuidos, la persona responsable es a menudo castigada como si realmente hubiese pretendido esas consecuencias; y su proceder, que solo fue atolondrado e insolente, y que merecía algún reproche, es considerado atroz y susceptible de penas más estrictas. Así, si por la imprudente acción antes mencionada la persona accidentalmente mata a otra, sufrirá la pena capital de acuerdo a las leyes de muchos países, en particular según el viejo derecho escocés. Y aunque ello es excesivamente severo, no resulta totalmente incompatible con nuestros sentimientos naturales. Nuestra justa indignación  contra la insensatez e inhumanidad de su conducta es exasperada por nuestra simpatía con la infortunada víctima. Pero nada parecería más chocante a nuestro sentido natural de la equidad que el llevar a un hombre al patíbulo sólo por haber arrojado una piedra descuidadamente a la calle sin herir a nadie. La insensatez e inhumanidad de su comportamiento sería en este caso idéntica, pero a pesar de ello nuestros sentimientos serían muy distintos. La consideración de esta diferencia puede demostrar hasta que punto la indignación, incluso la del espectador, propende a ser avivada por las consecuencias reales de las acciones. En casos de este tipo, si no estoy equivocado, podrá observarse un alto grado de severidad en las leyes de casi todas las naciones; ya he apuntado que en los casos opuestos (cuando no hay consecuencias nefastas) existe una muy generalizada relajación de la disciplina”.  (Ver Smith, A. La teoría de los sentimientos morales Alianza Editorial. Madrid, 1997 Pgs. 214-215)

¿Cómo explicarse que una gran cantidad de chilenos considere que no hay falta alguna en la conducta de la presidenta Bachelet y de sus ayudantes en aquella fatídica madrugada del 27 de febrero? Una respuesta muy tentativa radica en el hecho que al parecer Chile viene sufriendo un proceso de corrupción moral desde hace mucho tiempo.  Algunos historiadores tales como Francisco Antonio Encina y Gonzalo Vial (ambos de derecha) señalan que la corrupción de Chile comenzó con el presidente Pérez en 1861. Para otros historiadores de izquierda como Julio Cesar Jobet y Gabriel Salazar la corrupción chilena se intensificó drásticamente después de la derrota del presidente Balmaceda en 1891. Muchos autores señalan que la falta de ética no sólo afectó a la vieja y corrupta oligarquía, sino también a la clase media y a la clase trabajadora durante todo el siglo 20. Al parecer, las enormes aberraciones morales que se cometieron entre septiembre de 1973 y finales de 1989, han permitido tapar una infinidad de delitos y faltas menores que actualmente se cometen a diario en la vida política nacional. La inmensa mayoría de la población, especialmente los adultos, al parecer se siente aliviada de saber que los horribles crímenes de la dictadura pinochetista ya no se cometen y este fenómeno, permite a muchas personas tolerar con infinita paciencia asaltos y agresiones de menor cuantía a la moral ciudadana. Al parecer los chilenos adultos han aprendido a aceptar los delitos que cometen a diario la clase política y la clase empresarial y se contenta con el hecho de que crímenes salvajes y contra la humanidad, efectivamente ya son cosa del pasado. Un manto de apatía e indiferencia se ha dejado caer sobre la ciudadanía, particularmente desde que la concertación llegó al poder. El chileno promedio aproximadamente el 95% de la población, pertenece a la categoría de los llamados ciudadanos pasivos o “familistas amorales”. Estas son personas a las que sólo les interesa profundamente, la suerte o fortuna personal, la de sus familias y de un muy reducido número de amigos. La fortuna del lugar de trabajo, el barrio, su ciudad, su país y el planeta tierra parece recibir un interés muy secundario.

No obstante toda esta trágica degradación cívica de los adultos, jóvenes y niños han despertado y se están rebelando. Este es un cambio fundamental y de muy rara ocurrencia en la historia de los pueblos. En Chile este cambio empezó con la rebelión de los pingüinos y se acrecentó radicalmente con la revolución árabe del año 2011. Esta rebelión juvenil explota cuando niños y jóvenes observan que el sistema actual favorece inmensamente a la minoría y perjudica enormemente a la gran mayoría. Esta injusticia básica parece ser la causa principal de todos los estallidos de violencia y desorden que ya ha llegado a su nivel de lanzar, como un cáncer maligno, metástasis para todos lados. La tomas, las marchas y el desorden social son evidentes síntomas de este cáncer que si no se detiene a tiempo puede traer en un futuro no muy lejano la triste realidad que hoy afecta a los llamados Estados fallidos en distintos lugares del planeta. El caso más cercano a Chile está en la tragedia de Haití.

Para Haití, la única salida posible parece ser la solución que Maquiavelo propone para estados que no solo son fallidos sino que además son colonias. El gran florentino en El Príncipe y luego en los Discursos de Tito Livio, con gran claridad y brillantez indica que la historia enseña una única y rara posibilidad de salvación. Ella radica en la milagrosa aparición de una sucesión de príncipes redentores que con la virtud del sabio, la astucia del zorro y la fiereza del león sean capaces de sacar del abismo a la sociedad condenada a muerte. Esta sociedad absolutamente corrupta es como un árbol viejo que tiene las raíces, el tronco y las ramas totalmente torcidas por décadas y talvez, siglos de corrupción extrema. El enderezar un árbol corrupto toma mucho tiempo, talvez dos o tres generaciones. Es por ello que se necesita la aparición milagrosa de varios filósofos reyes que logren enderezar las cosas. Algo así como los primeros tres reyes que tuvo Roma al comienzo de su gloriosa civilización. Estos príncipes redentores con sabiduría y mano de hierro pudieron derrotar el salvajismo y la incivilización de sus pueblos y luego crear una brillante y duradera nueva cultura. Un caso reciente de este fenómeno se ha dado muy cerca de Haití. Desde hace más de 50 años, Cuba ha venido luchando por erradicar una corrupción de varios siglos. Fue necesaria la llegada de Fidel Castro para enderezar el árbol corrupto de la isla, y este proceso ha sido continuado por su hermano Raúl. Naturalmente que aún falta mucho para civilizar al pueblo cubano y es por ello que probablemente después del reinado de Raúl, venga otro príncipe que concluya el trabajo civilizador.

F. Duque PhD.

Cientista político

Puerto Montt, Julio de 2012 



* para mayor información actualizada sobre este gigantesco genocidio , ver: Mann, Ch. 1491: New revelations of the Americas before Columbus. Knopf. New York, 2005 y Mann, Ch. 1493: Uncovering the new world Columbus created. Knopf. New York, 2011; ver también Adelman, F. “The first global man The Americas before and after Columbus” Foreign Affairs May-June 2012. Vol, 91st. Nº 3 pgs. 146-152

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