Existe una campaña de sectores de la derecha para desmantelar el Museo de la Memoria, que preserva material histórico, testimonial, documental y visual sobre las violaciones a los derechos humanos cometidas por agentes del Estado durante la dictadura.
Según el historiador ultraconservador Sergio Villalobos, el Museo “representa el deseo de falsificar el pasado”. La directora de la Dibam, Magdalena Krebs, planteó que “sería valioso que sus visitantes comprendiesen que entre muchos de los factores que contribuyeron a la destrucción de la democracia (en 1973), tuvo un rol significativo la violencia imperante”. Según dijo, “circunscribir su misión sólo a las violaciones a los derechos humanos, sin proporcionar al visitante los antecedentes que las generaron, limita su función pedagógica”. Villalobos planteó además que el Museo “debió ser parte de la Dibam”, lo que permitiría al gobierno operar directamente sobre la institución que hoy es autónoma. Por su parte, Sergio Rillón -quien fuera asesor de Pinochet-, dijo que el museo padecía de “hemiplejia”, porque “muestra situaciones en desmedro del gobierno militar”, y propuso crear otra entidad.
No han sido los únicos ataques y controversias en torno a la labor del Museo de la Memoria. En 2011 intentaron reducir su presupuesto y los de otras instituciones dedicadas a la información, historiografía y documentación sobre violaciones a los derechos humanos, concretamente el Parque por la Paz Villa Grimaldi y Londres 38.
El Museo de la Memoria es una de las creaciones del Estado para intentar reparar a las víctimas de violaciones a los derechos humanos. Según su director, Ricardo Brodsky, “el punto de origen del Museo son las víctimas; es un lugar de reparación moral”. Organizaciones de familiares de las víctimas señalan que bajo ninguna circunstancia permitirán su cierre o cambio de contenidos y objetivos. Por su parte artistas, intelectuales y familiares exigieron al gobierno la destitución de Magdalena Krebs.
“Nuestra labor es visibilizar las violaciones a los derechos humanos, dignificar a las víctimas y a sus familias, y estimular la reflexión y el debate sobre la importancia del respeto y la tolerancia, para que esos hechos nunca más se repitan”, dice Brodsky. El museo es un Proyecto Bicentenario, inaugurado por la entonces presidenta Bachelet. Depende de una fundación de derecho privado, integrada por representantes del mundo académico, organizaciones de defensa y promoción de los derechos humanos y destacadas personalidades. “La base de sus colecciones son los fondos documentales declarados por Unesco como parte del Programa Memoria del Mundo, específicamente aquellos de los organismos reunidos en la Casa de la Memoria, Fundación de Ayuda Social de las Iglesias Cristianas (Fasic), Corporación de Promoción y Defensa de los Derechos del Pueblo (Codepu), Fundación de Protección a la Infancia Dañada por los Estados de Emergencia (Pidee) y Archivos de Teleanálisis. También posee diversos documentos y objetos provenientes de otros organismos de derechos humanos, organizaciones de víctimas y familiares, colecciones personales y otros generados por el Estado”, dice Brodsky.
SU PRESUPUESTO
“El Museo de la Memoria se inauguró en enero de 2010. Fue uno de los últimos actos de la presidenta Bachelet. El proyecto empezó a desarrollarse en 2007, cuando lo anuncia en el mensaje del 21 de mayo. Lo primero que se hizo fue crear una fundación, que se llamó Colecciones de la Memoria. Paralelamente, se llamó a un concurso internacional de arquitectura para construir el edificio, y se inician los trabajos del plan de gestión. Estas labores culminan en 2010, con su creación. Se le entregan el edificio y el terreno fiscal en concesión. Tiene un presupuesto que se va renovando año a año, en la ley de presupuesto. En estos momentos alcanza a unos 1.400 millones de pesos, lo que cubre un 90% de las actividades.
Si bien el proyecto tiene ese origen, la idea de crear un Memorial o Museo de la Memoria venía sugerida en el Informe Rettig, cuando habla de la necesidad de que el Estado realice gestos de reparación moral hacia las víctimas. Hubo un cierto recorrido, digámoslo así, que pasó por la instalación de memoriales, algunos con apoyo del Estado, y distintos esfuerzos de mantención de la memoria: el Museo viene a ser la culminación de ese proceso”, agrega.
El Museo tiene un directorio de quince personas, nueve a título personal y seis representan a instituciones. Por ejemplo, la presidenta de Villa Grimaldi y el director del Centro de Derechos Humanos de la Escuela de Derecho de la Universidad de Chile; rectores de las universidades Alberto Hurtado y Diego Portales; el ex rector de la Universidad de Valparaíso y personalidades que tienen un vínculo con los derechos humanos, como María Luisa Sepúlveda, María Eugenia Rojas, Marcia Scantlebury, Enrique Palet -quien fue secretario ejecutivo de la Vicaría de la Solidaridad. También está Arturo Fontaine, director del Centro de Estudios Públicos (CEP). “Hay gente del mundo académico y políticos, como Carolina Tohá; personalidades del mundo de la cultura, como Milán Ivelic, y personeros de lo que podríamos llamar una derecha liberal o vinculada a la defensa de los derechos humanos, como Gastón Gómez, abogado constitucionalista que fue miembro de la Comisión Valech y es asesor del ministro del Interior y Daniel Platovsky, empresario vinculado al gobierno y presidente de la empresa del diario La Nación.
Es un directorio pluralista, pero con un sello claro de adhesión a los principios de respeto a los derechos humanos y a la necesidad de promoverlos, y con una aceptación explícita de los informes Rettig y Valech como base argumental para el desarrollo del Museo”, agrega Brodsky.
INFORME RETTIG LO INSPIRA
“Fue el Informe Rettig el que sugirió la creación del Museo y también del Instituto Nacional de Derechos Humanos. Se podría decir que pertenecen a una institucionalidad de los derechos humanos creada bajo el gobierno de la presidenta Bachelet”, dice. “El Museo tiene una importante colección de archivos de todo tipo y en toda clase de formatos: audiovisuales, fotografías, documentos legales, objetos de artesanía carcelaria y obras de arte. Su fuerte es la documentación y los archivos audiovisuales. Es la base principal. Existe un Centro de Documentación, a disposición de los investigadores. Se puede acceder de forma directa o a través de una biblioteca digital en Internet.
Esta misma colección sirve de base a lo que llamamos la Colección Permanente, una exposición que ocupa más o menos dos tercios del edificio, y que es la cara principal del Museo. Está organizada cronológica y temáticamente. Cubre desde el 11 de septiembre de 1973 y es un relato pormenorizado y detallado de lo que fue el golpe de Estado hasta culminar con la recuperación del gobierno democrático el año 1990, pasando por todo el periodo de instalación de la dictadura, un gobierno que empieza a gobernar por decretos y bandos hasta que aprueba la Constitución de 1980 en un plebiscito dudoso.
Está también el capítulo que se refiere al rechazo que genera la dictadura internacionalmente; las condenas de Naciones Unidas, la solidaridad de los países, el exilio, la defensa de los derechos humanos que hizo la Iglesia Católica y otras, la Vicaría, el Comité Pro Paz, los organismos de defensa y los propios familiares… Está también un capítulo que se refiere a las protestas, a la lucha del pueblo por recuperar su libertad y democracia.
Otro capítulo -bastante negro- se refiere a la tortura, a la represión de organismos como la Dina, la CNI y otros; a los hallazgos de cuerpos a partir de Lonquén… Otro se refiere a la acción del mundo de la cultura en la lucha contra la dictadura, los movimientos sociales, estudiantiles, de trabajadores, etc. En definitiva, se va articulando una exposición que culmina en el plebiscito y el acto en el Estadio Nacional, donde asume el presidente Aylwin. Finalmente, hay una sala que llamamos Nunca Más, que es de reflexión. En el corazón de toda esta exposición hay un balcón que se llama Ausencia y Memoria, un tributo a las víctimas no sobrevivientes de la dictadura, que reproduce, en un gigantesco mural, fotografías de la mayoría de ellos, y hay una base de datos, una pantalla donde la gente puede buscar sus nombres y aparece una pequeña biografía, una fotografía y las circunstancias en que fueron detenidos y desaparecidos o ejecutados. Ese es un lugar de homenaje directo a las víctimas en el contexto de todo el recorrido. Hay también, en la introducción, una referencia a las Comisiones de Verdad que han operado en todo el planeta, y que en el fondo buscan mostrar que esta metodología de reconstruir la verdad ha funcionado y ha sido la base para la posterior acción de la justicia. También hay otro sector que se refiere a los memoriales”, informa Brodsky.
MEMORIALES EN CHILE
En Chile hay una cantidad de lugares y monumentos de memoria. El Museo tiene una base de datos completa de esos memoriales, con fotografías expuestas en pantallas en su entrada. “Aparte de esa exposición permanente, hacemos exposiciones temporales. Tenemos dos salas, una galería que une el Metro con el Museo, y una sala en el tercer piso. Hemos hecho exposiciones, algunas muy importantes como la de Fernando Botero que se refiere a los abusos en la cárcel de Abu Ghraib, en Iraq. Y ahora estamos con otra exposición: Proyecto ADN, del artista visual Máximo Corvalán; una instalación con estructuras colgantes de huesos y tubos fluorescentes sobre una piscina de agua. Una referencia a la emergencia permanente de restos humanos de detenidos desaparecidos y cómo el estudio del ADN ha permitido ir reconociéndolos a partir de minúsculas partes. El agua juega también un papel simbólico, pues muchos de esos cuerpos fueron lanzados al mar, a los ríos y lagos… Otra exposición, Lonquén, es del Premio Nacional de Arte Gonzalo Díaz, que se presentó en Chile en 1988 y después en el museo Reina Sofía, en Madrid… Hemos expuesto otras obras, y tenemos una programación donde vamos reemplazando las exposiciones cada tres meses. Lo más destacado fue la exposición de Botero. Este año tendremos las de una artista polaca y dos argentinos. El próximo año, de un artista uruguayo y una finlandesa. Estamos empezando a recibir proyectos de carácter internacional, pero el grueso de las exposiciones ha sido de artistas chilenos. Tenemos también la idea de exponer, el próximo año, a Venturelli. Paralelamente hacemos actividades culturales, conciertos, obras de teatro y danza. Buscamos que las obras que se exhiben estén relacionadas temáticamente con los derechos humanos o con la memoria. Siempre hay una oferta grande de obras escénicas o de cine y documentales, relacionadas con los derechos humanos. Somos parte de los escenarios del festival de Teatro a Mil, y este año se presentaron cinco obras relacionadas con los derechos humanos, con mucho éxito de público”.
En 2011 el Museo de la Memoria tuvo 130 mil visitantes, de los cuales 25 mil fueron visitas guiadas. “Tenemos un área de educación, con un grupo de guías que organizan visitas guiadas de colegios, turistas o grupos de personas. Este año, hasta el 30 de junio, teníamos 103 mil visitas, lo que significa que probablemente superemos lo del año pasado. Es posible que lleguemos a 200 mil visitas. Eso, en comparación con otros museos, es muchísimo. En Chile no hay otro museo, aparte del Museo Interactivo Mirador -que es muy escolar-, que tenga tantas visitas. Tenemos un gran éxito y no solo de público escolar, que es un 30% de quienes nos visitan”, dice Brodsky. “Estuve hace poco con el director del Museo de la Stasi, en Berlín, que tiene unos diez años. Estaban en la misma cifra de visitas. Pero Alemania tiene 80 millones de habitantes”, dice.
“La principal crítica que se hizo cuando se inauguró -y que se está repitiendo ahora- es que no mostraría suficientemente el contexto en el cual se produjeron las violaciones a los derechos humanos… Esa crítica se hace pensando que ese contexto de alguna manera exculpa a los violadores a los derechos humanos, o explica esas violaciones. En lo que se definió como la visión del Museo se aceptó una explicación de contexto, que es lo que señala el Informe Rettig. El imperativo ético sobre el que trabaja el Museo es que los derechos humanos se tienen que respetar en cualquier contexto, y que por muy profunda que haya sido la crisis de 1973, eso no explica que se hayan violado los derechos humanos durante 17 años. No lo justifica ni lo explica. Este no es un museo de historia sino de memoria y de valores”, dice Brodsky.
ARNALDO PEREZ GUERRA
Publicado en “Punto Final”, edición Nº 763, 3 de agosto, 2012