Diciembre 26, 2024

Espantapájaros

espantapajaro

espantapajaroComo es sabido, un espantapájaros es un dispositivo con forma de figura humana destinado a alejar los pájaros dañinos para los cultivos.

 

 

Defecto no menor, los espantapájaros son inofensivos: las aves se acostumbran rápidamente a su presencia, e incluso cometen el pecado de lesa majestad de posarse sobre ellos con indisimulada arrogancia mientras sus pares se comen los granos y las semillas. De ahí que la Household Cyclopedia, -que data del año de gracia de 1881-, hiciera la siguiente advertencia: “El método más efectivo para  alejar a estos animales, según demuestra la experiencia, es combinar el uso de un espantapájaros con el uso frecuente del mosquete.”


 

Es de lamentar que los economistas sean impermeables a la sabiduría que proviene de la experiencia. Un economista normalmente constituido confía ciegamente en las fumosas teorías que aprendió en la universidad, y llega a afirmar como George Stigler, premio Nobel de economía 1982, que si la teoría no coincide con la realidad es porque “la realidad se equivoca”. Si lo traigo a cuento es porque comienzan a ser legión los economistas que proponen soluciones para salvar el euro. Cada cual con una idea más grotesca que el otro, condición sine-qua-non para ser considerado “experto”. Y no es que falten ideas: los irresponsables que manejan la manija en Europa no dejan de amenazar con tomar brillantes decisiones. “Atájenme, atájenme”, parecen decir, “que si no van a ver lo que van a ver”. Pero lo suyo es actuar como espantapájaros, es decir como inofensivos dispositivos con forma humana, sólo que van vestidos en plan Gucci, Cerruti o Hugo Boss, en vez de harapos.


 

Hace un par de días el International Herald Tribune se rajó con una nota en la que expone las geniales ocurrencias de tres gurús: Markus K. Brunnermeier, Graham Bishop y Daniel Gros. Como queda dicho, cada uno de ellos propone un plan para salvar el euro. No a los europeos, sino la moneda que quisieron única cuando el sentido común tan ajeno a la profesión de economista aconsejaba dotarse de una moneda ídem, común digo, la diferencia es notable.


 

Si difieren en el modo de abordar la cuestión, el objetivo es el mismo: evitarle el precipicio financiero a España y a Italia. Para ello no inventan la rueda, y aún menos el sentarse en las nalgas, lo suyo es de un clasicismo que fuerza la admiración. La idea consiste en encontrar quién compre sus deudas a un costo razonable, para facilitar una recuperación económica a largo plazo. ¿No es genial como idea? Que pague Moya. Los EEUU la encontraron desde el inicio de la crisis en el 2008: el banco central yanqui, la FED, imprime dólares mientras quede tinta verde, y ya. Así de sencillo. Con ese billete la FED compra bonos del Tesoro, o sea el ministerio de Hacienda de Washington, y a su vez el Tesoro paga lo que haya que pagar. De pasadita, como el billete pasa a través de bancos privados, estos cortan un alita, una modesta tasa de interés sobre dinero que no tienen, y todo el mundo tan contento.


 

Brunnermeier sostiene que no son las ideas las que faltan, -lo que prueba que no es tan asopado-, sino los planes realizables. El suyo consiste mayormente en crear los mentados Eurobonos, con respaldo europeo, idea que también vende Bishop. Se supone que tales Eurobonos harían salivar a los inversionistas que, en un gesto honroso, estarían dispuestos a comprarlos a cambio de una tasa de interés menor que las especulativas tasas que hoy pagan Grecia, Irlanda, Portugal, España e Italia. Hacer un pozo común, una especie de “vaca” europea, no es tan innovador como para que Brunnermeier y Bishop entren en el catalogo de “Increíble pero cierto”, lo que no tiene nada de extraño: de Adam Smith, David Ricardo y Karl Marx a nuestros días, es poco lo que se haya inventado o descubierto en economía. Lo sorprendente es que el International Herald Tribune y el New York Times los tomen en serio.


 

Si los “mercados financieros”, desconfiando del respaldo que les aportan países extremadamente endeudados,  no compran los Eurobonos, a Brunnermeier y a Bishop les queda el plan B: pedirle al Banco Central Europeo (BCE) que los compre todos, en una movida similar a la de los EEUU. Lo único que cambia es el color de la tinta de los billetes que habría que imprimir. Se ve que estos tipos son lo que se llama clevers.


 

Por su parte, Daniel Gros me desmiente porque parte haciendo un notable descubrimiento: “En una crisis, lo que cuenta es la liquidez”. ¿Qué tal? Para generar liquidez Daniel Gros sugiere que el Mecanismo Europeo de Estabilidad (MES), un fondo de rescate alimentado con un billete que no existe, reciba una licencia bancaria para que se comporte como un banco. Este banco, tan chanta como los otros, compraría los famosos Eurobonos. ¿Con qué dinero? Buena pregunta, se ve que sigues esta nota como si se tratase de un cuento de Agatha Christie. Como decía, el MES no tiene sino el dinero que “ponen” allí países que no tienen dinero. Por el momento 500 mil millones de euros, cantidad ridícula si tomamos en cuenta que sólo España e Italia necesitarán más de 2 billones de aquí al 2015. Pero nuestro amigo Gros, que es otro clever, tiene la solución: usar esos 500 mil millones como “garantía” para pedirle al Banco Central Europeo que le preste cinco veces esa cantidad.


 

Si nos economizamos la jerga pretenciosa y sin sentido de los economistas, las soluciones de los tres genios arriba mencionados se resumen a “que pague mi tía”. O Moya, que viene a ser como lo mismo. El analista yanqui Shah Gilani le ruega a dios que no se termine la crisis porque si se llega a terminar, todo ese billete emitido sin respaldo generaría una inflación tan demencial que lo vivido hasta ahora parecería un chiste.


 

¿Y las autoridades europeas? Bien gracias. Hollande no dice nada, mientras Merkel repite lo mismo, Mariano Rajoy sigue ocupado con su diarrea terminal y Mario Monti, primer ministro italiano, se hace el italiano.


 

Por su parte Mario Draghi, el inenarrable presidente del Banco Central Europeo, hace de espantapájaros. Un tipo que nadie ha elegido, que fue designado a dedo, que no tiene ninguna legitimidad, declara que el BCE “hará lo que haga para preservar el euro”, o sea por el momento nada, y refuerza su labia asegurando  “créanme, con eso será suficiente”. Este Draghi ni siquiera tiene el mérito de la ambigüedad. Dice tonterías comprensibles y cada cual se da cuenta que está pirao. Su homólogo estadounidense Alain Greenspan, que fue durante 18 años el irresponsable presidente de la FED, se enorgullecía de hablar en complicado. “Si me entendieron, aseguraba, debo haberme expresado mal.”


 

Los “mercados financieros”, que en su larga historia han conocido espantapájaros algo más respetables, hacen su agosto. Por eso que decía Quevedo, que si se le pregunta a la sanguijuela esta dirá que hay que seguir chupando la vena. Tú ya sabes, la culpa no es del chancho, sino del que le da el afrecho.


Entretanto, mientras los espantapájaros espantapajarean, los cuervos siguen haciendo de las suyas.


Por las razones arriba expuestas, ya en el año 1881 la Household Cyclopedia advertía: “El método más efectivo para  alejar a estos animales, según demuestra la experiencia, es combinar el uso de un espantapájaros con el uso frecuente del mosquete.”


Mosquete: antigua arma de fuego, más larga y de mayor calibre que un fusil, que se cargaba por la boca y se disparaba apoyando el cañón en una horquilla clavada en la tierra. A buen entendedor…

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