Se dice que en un lugar del valle, en el corazón de la comarca y de cara al arroyo, se erige el obelisco de las vanidades más hermoso del continente latinoamericano. En su interior fluye la vida auténtica, esa que todos quieren disfrutar y que anhelan contar a los amigos y a la parentela. Se escogerán los mejores adjetivos del Diccionario Aristos Sopena para tales efectos. Una vida examinada que merezca ser vivida, como debe ser. En el exterior el mundo huele a hortalizas en estado de putrefacción. Uno es invitado a recorrer los pasillos de la vitalidad ¿y cómo hay que ir? LIMPIO Y RESPLANDECIENTE, sin superficies que delaten una pizca de pertenencia al proletariado, de otro modo uno sería arrojado desde un precipicio y abajo espera la muerte segura: la de la guadaña no conoce la piedad. Los pobres, los feos y los obesos, es decir, los indeseables, no pasarán por el cedazo del pórtico donde las cariátides de seguridad examinan con ojo clínico. Emisarios provenientes de todo el reino han echado a correr el rumor y desde la mismísima Catedral se puede oír: Welcome to Costanera Center! La Pasión de San Mateo se escucha durante el día y la Noche Transfigurada al atardecer. Alta Costura con Alta Cultura, hell yeah!
Desde hace años que los periódicos vienen reflexionando y filosofando sobre lo que se erige en la costanera de Santiago, muy cerca de Sanhattan, el sitio exclusivo de los oficinistas y contables que se pavonean con sus charlas de millones y un Starbucks hirviendo en la mano derecha. Mujeres y hombres feos, grises, lego, sin nada en la cabeza, pero mujeres y hombres al fin y al cabo. Van los del ayuntamiento y los insultan con un edificio que les interrumpe el regreso a casa y les arruina la visión integral de Providencia. Quisieran vomitar de rabia. Algunos echan espuma por la boca y se retuercen de ira. Para tranquilidad de esa gente –y de toda la que vive de Sanhattan “hacia arriba”– el papaíto Herr Direktor les construyó un paraíso donde ahogar la pena: Costanera Center se llama. A ese lugar va uno a pasar tarjetas de crédito a cambio de ropa de confección extranjera, moda de los cinco continentes de factura tan sublime que uno se enamora de inmediato de los zapatos, las blusas y los pantalones. Ya quisiera uno convertirse en maniquí, para lucir los zapatos, las blusas y los pantalones las 24 horas del día y encima ser observado desde las afueras, vale decir, a través de un vidrio donde no existe ni un gramo de polvo, pues la suciedad del exterior no se cuela en el interior. En los pasillos de Costanera Center solo se respira aire fresco, como si se estuviera en el litoral y no en frente del Río Mapocho, que huele a orines y a mierda caliente. Gente sucia y pobretona que estropea ese riachuelo que algún candidato prometió hacer navegable. Todavía no hay góndolas pero a cambio hay Costanera Center…
¡Luces!
¿Y qué hay de extraordinario en el dichoso Costanera Center? Los obreros han trabajado de forma ardua en su construcción, lo mismo que artistas del diseño, arquitectos, enceradores, EXPERTOS EN CORTINAJES. Algo maravilloso debe haber allí, de otro modo los obreros, los artistas del diseño, arquitectos, enceradores, EXPERTOS EN CORTINAJES no se hubieran prestado para edificar algo que dañe a la vista. Pero el resultado no solo daña a la vista sino que la ennegrece, y debemos tomar en cuenta que en Costanera Center es IMPOSIBLE encontrar una molécula de hollín o suciedad. Por fuera todo es cuadrado, sobrio, sin ornamentos superfluos que distraigan al paseante para que éste diga “Con la contemplación externa me basta y me sobra”. Para saber lo que oculta el Costanera Center hay que ingresar en él, de otro modo uno se lleva a casa la peor de las impresiones, acaso la palabra Ripley que se puede leer desde cualquier ángulo. Pero Ripley no es suficiente, no señor. Menos París, que no es lo mismo que la capital de Francia sino que una tienda por departamentos, donde la moda es idéntica a la de la Avenida Montaigne y a precios módicos, para tranquilidad de la chusma.
Una multitud de escaleras mecánicas, pasillos que desembocan en nuevos pasillos y boutiques exclusivas de las que uno se entera a través de la revista Cosas: eso hay en Costanera Center. Pronto habrá una librería que ofertará las obras de Hegel y Marx ¡Aleluya! Los obreros fueron los encargados de construir el extraordinario navío: ellos conocen cada uno de los secretos de las tienditas que albergan tesoros que superan unas cien veces su salario y quienes sobrevivieron (porque muchos caen desde los andamios) llegaron a casa narrando sus aventuras en el mundo de la edificación. Las esposas escucharon atentas, no se quisieron perder ningún detalle, aquí tienes un puchero, sígueme contando ¿así es que habrá un supermercado también? Los críos espían y ruegan, ojalá nosotros pudiéramos ir y conocer el Costanera Center mamá ¡Excelente idea! ¿Vamos el próximo fin de semana? ¿Qué te parece, mi amor? No sé, queda demasiado lejos, hay que tomar el metro y dos autobuses. Eso no importa, vamos, vamos, ¡vamos! Pero niños, no compraremos nada en lo absoluto porque allí todo es caro, carísimo, únicamente contemplaremos las cosas desde afuera, nos pegaremos como lapas en las vitrinas desinfectadas. Cuando sean grandes y estén plantados como árboles en la vida, ustedes podrán adquirirlo todo, para eso los enviaremos a la Universidad (Instituto de Formación Técnica). Pero mamá, todavía faltan como quince años ¿por qué no me compras las zapatillas ahora que las necesito? No seas imbécil ¿O es que cuando me siento en la taza del baño yo cago dinero? Fin de la discusión. Pero el hermano inteligente –o al menos eso han dicho los profesores porque ya sabe resolver ecuaciones de dos incógnitas– refunfuña, porque su amigo tiene las zapatillas y un cerro de juegos electrónicos de última generación. En vano resulta explicar que el padre del amigo es un narcotraficante y en la sociedad perfecta uno ha de conducirse con decencia, obedeciendo cada una de las leyes. Pero yo quiero las zapatillas, papá ¿Por qué diantres eres obrero? Un bofetón en el rostro acalla la insolencia. El próximo fin de semana nos vamos de paseo al Costanera Center y punto. Pero en Costanera Center todo el mundo rechaza a esa gente oscura, parásita y mal oliente, a pesar de que son ellos quienes unieron el acero con el concreto y pegaron las alfombras y los tapices que embellecen las boutiques y enamoran clientes. La familia sólo aguantará una hora al interior de Costanera Center e iniciará el retorno a casa, no sin antes (por supuesto) haber consumido un cono de dulce con dos pelotas de helado que ensucian las ropas de domingo pagada en cómodas cuotas, porque el paseo ha de realizarse ese día, ni lunes, ni martes, ni miércoles, ni viernes: SIEMPRE EN DOMINGO. Al fin y al cabo es el día del señor. Ora pro nobis.
El nombre Costanera Center fue elegido con pinzas. Como el inglés significa piel clara, cabellos lacios, ojos azules, aspecto físico de revista Vogue y Bazaar, no se podía llamar centro al Centro Comercial, eso sería una ordinariez. CENTER, y con pronunciación norteamericana. Después de todo casi la totalidad de las boutiques son extranjeras. Nada de Made in Chile: Todo Made in China pero de marca europea y de varios colores, como los de Benetton que tiene presencia en el lugar, muy cerca de Top Shop/Top Man, en el segundo nivel (si tiene dudas, consulte a uno de los criados del Herr Direktor: si se viste bien le dedicarán una sonrisa). La más celebrada inauguración fue la de Banana Republic, aunque esa deberían haberla puesto en las afueras, para que no queden dudas respecto a qué cosa representa el extraordinario Costanera Center…