Noviembre 27, 2024

¿Quién se lo banca?

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euroEn repetidas oportunidades he señalado que los Bancos no tienen plata: la crean ex nihilo a partir de la nada, la inventan. Como decía mi profesor de economía en París “Son los créditos los que generan los depósitos, y no los depósitos los que generan los créditos”. La creación monetaria es un arte de birlibirloque, oficio de encantador de serpientes, faena de nigromante.

 

 

Al modesto empresario, al jefe de hogar sobre endeudado, al estudiante sin recursos, les cuesta entender que les presten lo que no existe y que además les cobren caro, muy caro, por prestárselo. La práctica bancaria se basa en la confianza. No en la que el banco pueda tener en quién solicita un crédito, sino en la ingenuidad de quién acude a pedir plata.


 

Hubo una época en la que los créditos otorgados por las instituciones financieras alimentaban la máquina económica: ahora están dedicados a la especulación. Un empresario, grande o pequeño, obtenía un crédito que le permitía producir bienes o servicios, riqueza que por una parte devenía lucro con el cual pagaba el crédito y se remuneraba a sí mismo, y por otra se transformaba en salarios que permitían consumir lo que la sociedad en su conjunto producía.


 

Nunca los bancos dispusieron del dinero que prestaban. Sus capitales propios siempre fueron ridículamente pequeños en relación al volumen de su actividad. Ni siquiera los bancos de depósitos se limitaron nunca a prestar el dinero que guardaban en sus arcas. El negocio de los bancos es el crédito, y prestar limitadas sumas de dinero no satisface sus gigantescas ansias de lucro. De ahí que para rentabilizar su actividad inventasen eso de prestar dinero inexistente, en modo tal que el volumen de créditos supera siempre la suma de los capitales propios más los depósitos.


 

Simplificando un poco, -muy poco-, eso es lo que los entendidos llaman la “creación monetaria”.


 

Si un banco dispone de 3 mil millones de capitales propios, nada le impide prestar 100 mil millones o aún más. El crédito se traduce en escrituras que solían estar plasmadas en el papel, y que hoy en día constan en la memoria de los computadores. Si tal o cual banco requiere liquidez, -lo que puede entenderse por moneda fiduciaria, o aún crédito escritural-, se dirige a otro banco que dispone de ese dinero, y lo empresta por un período corto, justo los días que hacen falta para volver a un amago de liquidez. Es lo que llaman el mercado interbancario.


 

Entre ellos los bancos se hacían ese tipo de favores, cobrándose unos a otros una tasa de interés no mayor a la que cobra el Banco Central. Este último, -el Banco Central-, es la “tía rica”, el prestamista de último recurso, útil cuando ningún otro banco se “sacrifica” prestándole a los bancos colegas y/o competidores. Porque ocurre que todos los bancos prestan lo que no tienen, y hay que hacer caja para hacerle frente a las necesidades cotidianas de dinero real. Eso se resuelve pasándose unos a otros, en una bicicleta improbable, la plata disponible.


 

Visto de afuera, nada de todo lo que precede transpira hacia el común de los mortales que siguen creyendo que tratan con un banco, o sea con una entidad que tiene dinero.


Dicho sea de paso, el Banco central tampoco tiene dinero. Cuando hace falta lo crea ex nihilo, lo inventa, lo hace aparecer de la nada.


 

Como el ansia de lucro es insaciable, los bancos se exceden, se pasan de rosca, generan una masa tan gigantesca de créditos que basta con que una porción ridículamente pequeña de ellos se revele incobrable para que todo el sistema entre en crisis. Esa fue la razón que llevó a los organismos reguladores, -un chiste, los organismos capaces de regular a los bancos no existen-, a ponerle un límite al volumen de créditos que puede hacer un banco a partir de sus capitales propios.


 

Un Acuerdo, llamado de Basilea (Suiza), sede del BRI o BIS (Banque des Règlements Internationaux, o Bank for International Settlements), determinó que los bancos no podían prestar más allá de un cierto límite, y estipuló que las entidades bancarias debían poseer al menos un 3% del dinero que prestan.


 

Demás está decir que en la ausencia de un gendarme capaz de forzar los bancos a respetar este Acuerdo, la banca planetaria hizo caso omiso y simplemente se lo pasó por las amígdalas del sur. Para no dejar cabos sueltos, debo precisar que si alguien piensa que el gendarme de los bancos privados son los Bancos Centrales, o las Superintendencias de servicios financieros, o aún las autoridades de los mercados financieros, ese alguien hace gala de una ingenuidad, un candor y una inocencia muy propios de una cierta discapacidad intelectual.


 

Justo para dar un ejemplo, nunca ni la FED (Banco Central de los EEUU) ni la SEC (Security and Exchange Commission, autoridad de los mercados financieros de los EEUU) controlaron a nadie. Ni tienen la intención de hacerlo visto que están ahí para facilitarles la vida a los banqueros.


 

Ahora bien, el entusiasmo de los bancos por prestar plata, -su negocio-, puede estrellarse con un mercado renuente a pedir prestado, o con la ausencia de necesidad de pedir prestado. Eso lo arreglaron muy rápidamente y de manera radical con dos movidas geniales.


 

La primera consistió en reducir en modo drástico la parte de la riqueza producida socialmente que está destinada a remunerar el trabajo. En otras palabras los salarios. Tan drásticamente que prácticamente nadie, -si exceptuamos a un puñado de privilegiados-, puede vivir al contado. Todo, incluyendo los bienes más elementales, es accesible sólo gracias al crédito. El magro salario se ve amputado así con tasas de interés usureras, lo que genera a su vez más necesidad de crédito.


 

La segunda movida genial cercenó gravemente la parte de la riqueza que según Adam Smith está destinada a financiar el gobierno civil. Es decir el volumen de recursos que el Estado recauda bajo la forma de impuestos. Según Adam Smith, todos los ingresos deben pagar impuestos, en proporción directa a lo que cada cual obtiene de la sociedad en la que vive. Para Adam Smith el impuesto es una suerte de “gasto común” del condominio en el que todos vivimos. Y para no dejar dudas en cuanto a la utilidad de los impuestos, precisa: “Los ricos, en particular, están necesariamente interesados en sostener el único orden de cosas que puede asegurarles la posesión de sus ventajas” (…) “El gobierno civil, en cuanto tiene por objetivo la seguridad de la propiedad, es instituido en realidad para defender a los ricos contra los pobres, o bien, aquellos que tienen alguna propiedad contra aquellos que no tienen ninguna”(sic) (Adam Smith – “Wealth of Nations” – 1776).


Si el Estado no recauda lo suficiente para financiar sus misiones esenciales… se ve obligado a endeudarse, aumentando así el mercado del crédito del que viven los bancos. La gigantesca crisis de la deuda soberana que sacude a los EEUU y a Europa en este preciso momento proviene de la genial movida que consistió en reducir la parte de la riqueza creada socialmente que estaba destinada a la educación, a la salud, a las infraestructuras, al transporte, a la inversión pública, a la defensa, etc.


Lo que además conlleva una formidable ventaja: o bien el Estado se endeuda para financiar los servicios públicos, o bien los privatiza, generándole a los bancos un mercado extraordinariamente rentable, un mercado constituido de clientes cautivos.


Entretanto los bancos consiguieron otras menudas ventajas, la más interesante de las cuales fue la eliminación de las regulaciones nacidas en el sufrimiento de la Gran Depresión de los años 1930, y destinadas precisamente a evitar que tal catástrofe pudiese repetirse.


De ese modo pudieron seguir prestando dinero que no tenían, sin ningún límite. Mejor aún: cuando cubrieron todos los clientes solventes, y con el fin de aumentar aún más su cifra de negocios y el lucro consiguiente, siguieron vendiéndole créditos a hogares que no tenían, ni tienen, ninguna posibilidad de pagarlos.


Satisfechos de su propia irresponsabilidad, -mientras se gane dinero no hay ninguna razón de detenerse en tan buen camino-, evitaron asumir el riesgo de los créditos irrecuperables transformándolos en “productos financieros” que le vendieron a otros bancos. Y la sífilis financiera se propagó con la velocidad de un virus.


Esta descripción no estaría completa si no precisamos que los bancos no conservan sus capitales propios en sus arcas ni en sus cofres: suelen especular con ellos, comprando “activos” de buena rentabilidad, –lo que los entendidos llaman un “high yield”-, deuda pública, acciones, partes de inversiones de alto riesgo, etc. De modo que cuando afirmo que los bancos no tienen plata, no lo hago en forma metafórica, sino describiendo la situación real.


No satisfechos aún del lucro obtenido, especulan con el dinero que sus clientes depositan en sus cuentas, o sea con dinero ajeno. Gracias a la desregulación mencionada más arriba, que en los EEUU tuvo lugar durante el mandato de Bill Clinton.


Llegados a este punto, surge una pregunta natural. Si los bancos no tienen plata, ¿Cómo pueden ofrecer crédito? ¿Cómo pueden prestarle a los Estados? Muy sencillo. El crédito que le venden a los hogares, o a las pequeñas y medianas empresas, proviene por lo esencial de la creación monetaria, ese arte de birlibirloque que mencioné al inicio de esta parida. Lo que le prestan a los Estados proviene, por lo esencial, de los… Bancos Centrales.


Cuando se produjo la crisis financiera que se inició en el segundo semestre del año 2007, los Bancos Centrales de los EEUU, de Inglaterra y de la Zona Euro emitieron billones de dólares, libras esterlinas y euros, sin respaldo, para permitirle a los bancos seguir practicando la usura, la irresponsabilidad, la piratería financiera.


Como no es posible determinar hasta qué punto cada banco está contaminado con activos que no valen nada, con créditos irrecuperables, con inversiones de dudosa calidad, todos desconfían de todos y el “mercado interbancario” desapareció: nadie le presta a nadie. De ahí que los bancos centrales emitiesen una cantidad inimaginable de “liquidez”, dinero sin ningún respaldo, dizque para mantener el crédito que hace funcionar la economía. Pero la verdad es muy distinta.


En el tiempo presente, por ejemplo, el Banco Central Europeo (BCE) pone a disposición de los bancos privados billones de euros a una tasa del 1% anual, y estos le prestan ese mismo dinero a Grecia a tasas que superaron el 15%, o bien a España, a tasas del orden del 7%. El negocio es la deuda, ofreciendo créditos con dinero que no existe. Si Grecia decidiese hacer “default”, o sea no pagar, o diferir significativamente el pago de su deuda, o aún simplemente desconocer su deuda, se produciría un monumental efecto dominó que afectaría no sólo a los bancos privados sino a los propios bancos centrales.


Como no está destinado a ello, todo el dinero emitido por los bancos centrales no ha logrado hacer repartir la máquina económica y vamos de recesión en recesión, lo que a su vez genera más desempleo, reduciendo aún más el consumo, lo que tiene por efecto profundizar la recesión.


¿Qué sentido tiene afirmar que los Estados deben reducir su deuda pública, cuando sabemos de dónde proviene esa deuda?


Frente a la inimaginable dimensión del desastre, los mandatarios del llamado G20, el organismo más impotente e inútil jamás creado, amenazó a los bancos con regulaciones más estrictas.


Una de ellas tiene que ver con la limitación del volumen de créditos que pueden ofrecer, calculado como un múltiplo de los capitales propios. Si el Acuerdo de Basilea cuyo cumplimiento nadie verificó nunca, establecía que los bancos debían poseer como capitales propios no menos del 3% del volumen de créditos, el llamado Acuerdo de Basilea III les exigiría un… 7%. Pero no es el momento de que nos coja la risa tonta, o la risita nerviosa. Porque lo que viene es aún más increíble.


Para cumplir con Basilea III todos los bancos debían aumentar el volumen de sus capitales propios, y diferentes organismos internacionales, agencias de calificación de deuda y otros parásitos se entregaron a la tarea de calcular los montos necesarios. No vale la pena reproducir los resultados de dichos cálculos porque todos resultaron falsos: cinco años después del inicio de la crisis, billones de dólares, euros y libras esterlinas (emitidos sin respaldo) más tarde, nadie sabe lo que hay en los balances de los bancos. Nadie. A tal punto que recientemente España le pagó dos millones de euros a consultoras privadas para que determinasen el monto necesario para el rescate de sus instituciones financieras.


El FMI anunció que se necesitarían 37 mil millones de euros. Las consultoras estimaron el monto en torno a los 62 mil millones de euros. La Comisión Europea anunció estar dispuesta a poner hasta 100 mil millones. Mientras que sólo los créditos inmobiliarios susceptibles de impago llegaban en abril de este año a 152 mil 740 millones de euros, o sea un 8,72% del total de créditos. Lo que indica que la cosa se puede poner aún peor.


 

Desde luego no tiene sentido preguntarse cómo es que el Banco Central de España no conoce la situación real de las instituciones financieras españolas. Porque ya sabemos que ni siquiera los bancos saben lo que hay en sus propios balances. No sólo en España, sino en buena parte del mundo.


 

Rodrigo Rato, que fue Director-gerente del Fondo Monetario Internacional (FMI), el maestro Ciruela,  se dio maña luego para hundir el cuarto banco español, Bankia,  en el que dejó un agujero superior a los 40 mil millones de euros. Sólo Bankia requiere más de 23 mil millones de euros para su “rescate”.


¿Debo precisar que Bankia, y todos los bancos quebrados, fueron “nacionalizados” y que los pueblos pagarán hasta el último céntimo este enorme desastre? En los EEUU, en Inglaterra, en Francia, en Alemania, en Bélgica, en España, en Italia, etc. Tal y como ocurrió en Chile en el año 1982, sin que hasta ahora los bancos privados rescatados con dinero público hayan devuelto el dinero que recibieron.


Si piensas que hemos llegado al límite de la infamia, estás equivocado. La redacción de esta parida me la inspiró una noticia reciente. Una que bajo el título “¿Los bancos lograrán cargarse Basilea III?”, nos explica que es cada día más probable que el Acuerdo que obliga a los bancos a aumentar sus capitales propios sea pura y simplemente enterrado. El diario financiero parisino cuenta lo que sigue:


Si le creemos al Wall Street Journal, los reguladores internacionales estarían a punto de flexibilizar las exigencias de liquidez que se le impondrían a los bancos en el marco de la reglamentación de Basilea III. La crisis de la deuda soberana le ha dado un peso inesperado a los argumentos de los banqueros. Desde hace dos años estos batallan contra el carácter demasiado restrictivo del ratio de liquidez a corto plazo. A partir del 2015 este les impondrá a los bancos tener un cierto stock de títulos de la mejor calidad (o sea fácilmente vendibles), con el fin de poder afrontar una crisis de liquidez de un mes”.


La dificultad estriba en que sólo el dinero líquido (cash) y los títulos de la deuda soberana son considerados como activos “líquidos”. Como para preguntarse cuál es la razón de exigirles tasas de interés tan altas a Grecia o a España (o a Portugal, a Irlanda, a Italia, etc.) si los títulos de la deuda soberana son casi los únicos considerados de buena calidad.  Por otra parte a los bancos no les gusta almacenar dinero líquido porque este no trae intereses. Razón por la cual luchan para volver al laissez-faire al que estaban acostumbrados y que provocó la crisis en curso.


Nótese que en el año 2015 se les exigirá poder hacerle frente a una crisis financiera de un mes, en circunstancias que la actual crisis financiera ya dura más de cinco años. Para determinar que un banco puede resistir a una crisis de liquidez los incompetentes que se ocupan de estas cosas lo someten a un llamado “crash test” o prueba de esfuerzo. Una triste payasada en la cual alguien decide qué parte de los créditos de un banco, o qué parte de sus activos, puede revelarse irrecuperable o sin valor. Hasta ahora los “crash tests” se asemejan a un certificado de seguridad entregado a un automóvil al que estrellaron contra una cortina de bambú a la velocidad de 10 km por hora. Un chiste.


Lo que explica que en el día de ayer la agencia de calificación de deuda Moody’s le haya rebajado fuertemente las notas a quince bancos globales, o sea a quince de las instituciones financieras más importantes del mundo, entre ellas a cinco de los seis principales bancos estadounidenses.


El Wall Street Journal titula muy justamente que Moody’s degradó a los “bancos gigantes”, empeorando la tembladera de los mercados.

No soy yo quién va a otorgarle a Moody’s, a Fitch o a Standard & Poor’s la credibilidad que no tienen: se trata de filibusteros de las finanzas que ganan dinero estafando y vendiendo buenas notas a cambio de una mejor remuneración. Son las mismas agencias que no vieron venir la crisis financiera, ocupados como estaban en sacarle el mejor partido a la especulación.

Sin embargo el que se hayan atrevido a rebajarle la nota a los EEUU, a Francia, y a los bancos que supuestamente estaban encima de cualquier sospecha da la medida del desastre provocado por la llamada “comunidad financiera”.

Una estimación, tan cuestionable como cualquiera otra, señala que para recapitalizar a la banca mundial en el sentido de Basilea III hacen falta más de 2,22 billones de dólares de activos líquidos. Y desde luego nadie los tiene. Además, la estimación parece pasar por alto los activos podridos que los bancos centrales tienen “en pensión” (los bancos centrales tomaron esos activos podridos como garantía del dinero que le pasaron a los bancos privados, calculando su valor al precio fuerte), que ya suman más de 2,22 billones de dólares (2,22 millones de millones de dólares).

En otras palabras Moody’s corre muy pocos riesgos de equivocarse, y si se equivocó fue por defecto, no por exceso.

Todo parece indicar pues que la guerra de nervios continuará. Tanto Barack Obama como los mandatarios europeos han demostrado su impotencia, su incapacidad y su falta de voluntad para hacerle frente a los mercados financieros.

Sin embargo la solución es de una sencillez bíblica: habida cuenta de los más de 16 billones de dólares que los Estados han dilapidado para sostener a los bancos, pagándolos en realidad varias veces su valor real, bastaría con que confiscasen todos los bancos privados para ponerlos al servicio de la economía, terminando de una vez por todas con la especulación.

Pero tal parece que los más de cincuenta millones de desempleados que ha provocado la crisis tienen a los “líderes” sin cuidado. El G20 acaba de terminarse en lo de siempre: una patética “foto de familia” en la que Piñera estira el cuello para aparecer entre los “grandes”.

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