Los economistas suelen esconder la verdad usando ecuaciones que travisten su ignorancia, con el propósito de darle a sus dogmas la apariencia de la cientificidad.
Desde luego ninguna de ellas tiene la pertinencia de la que me sirve de título. Esta ecuación emerge naturalmente de la obra de David Ricardo “The Principles of Political Economy and Taxation”, libro publicado en el año 1817, y uno de los zócalos de la economía clásica.
David Ricardo sostenía que la riqueza creada por la actividad humana en el proceso productivo debe remunerar los factores de producción: el capital y el trabajo. Y precisaba que “Determinar las leyes que regulan esta distribución es el problema principal en la Economía Política”.
Cada año, por estas fechas, asistimos al circo, o más bien al tongo, del falso debate sobre el salario mínimo o, como pretenden los expertos, del ingreso mínimo mensual. Llámale como quieras, porque se trata de la parte de la riqueza creada por la actividad humana que remunera el trabajo.
Digo tongo, porque entre el presidente de lo que queda de la CUT y los gobiernos el tema estaba zanjado de antemano. Tales arreglines contribuyeron poderosamente a darle a la CUT esa imagen de sindicato apatronado que tiene ahora, lo que los galos llaman “un syndicat maison”.
Volviendo a David Ricardo, que no era ni sindicalista ni defensor de los asalariados sino un acaudalado corredor de Bolsa, él estimaba que “No puede haber un aumento del valor del trabajo sin una caída del lucro”. Para Ricardo la distribución del producto funciona según el principio de los vasos comunicantes en física: si una columna sube, la otra baja, y viceversa. Ricardo lo precisó diciendo: “La proporción que puede ser pagada como salario es muy importante para la cuestión del lucro; porque debe notarse que los beneficios serán altos o bajos en exacta proporción a que los salarios sean bajos o altos”. Mientras más bajos los salarios, más alto será el lucro, y a salario mínimo corresponde un lucro máximo. Ese es el sencillo principio aritmético que los patrones y los gobiernos se empeñan en presentar como el más alto objetivo de la especie humana.
Cuando este gobierno de utilería presentó su oferta lo hizo advirtiendo que los 191 mil pesos propuestos buscan “proteger la empleabilidad”, o sea como una especie de acto de beneficencia pública. El mismo argumento que empleó la Concertación mientras estuvo en el poder: si no aumentan más el salario mínimo, es para proteger a los trabajadores. Y si los trabajadores protestan es porque son ingratos.
En junio de 2003 Ricardo Solari oficiaba de ministro del Trabajo de Ricardo Lagos, e hizo aprobar un salario mínimo que no satisfacía los anhelos de los trabajadores. Sin embargo se permitió declarar en el Informativo Laboral nº 140 de su ministerio: “Quizás a todos nos gustaría subirlo un poco más, pero se trata de ver cómo le damos protección al poder adquisitivo de los trabajadores más débiles, y, simultáneamente, cuidamos que estos reajustes no impacten negativamente en el empleo”(sic). Después encontró trabajo como testaferro de las multinacionales y se olvidó del tema. Más de 20 años de pseudo democracia no han logrado revertir la terriblemente injusta distribución de la riqueza en Chile.
Algunos analistas pretenden que habría que aumentar significativamente el salario mínimo para cumplir con curiosas “recomendaciones o estándares internacionales”. En materia de salarios no hay ni recomendación, ni estándar que valga. Si los organismos internacionales, impotentes frente a las potencias financieras, sirvieran de algo, se sabría. Y en la materia los estudios que producen suelen servir de epitafio.
Del mismo modo, la noción de “salario ético” no tiene asidero alguno. La muy abundante producción literaria de los economistas, amén de ser ininteresante y carecer de pertinencia, no ha perdido tiempo en consideraciones morales o éticas. Habida cuenta de lo que dice David Ricardo a propósito del lazo indisoluble que hay entre nivel de salarios y nivel de lucro, habría que preguntarse si es oportuno hablar también de “lucro ético”. ¿Qué dice al respecto Monseñor Goic?
Etimológicamente la palabra “ética” viene del griego êthos, y significa estancia, lugar donde se habita. En cuanto a “moral”, palabra de origen latino, ella designa las costumbres. Las costumbres del lugar que habitamos, Chile, hacen de los trabajadores asalariados entes sin derechos. Aún prevalece en nuestro país un Código del Trabajo impuesto en dictadura con el propósito deliberado y confeso por parte de su autor William Thayer Arteaga, de facilitar la implantación y arraigo del modelo neoliberal. Tal engendro encuentra sustento y apoyo en la Constitución ilegítima, también impuesta en dictadura, que Ricardo Lagos refrendó con su firma.
David Ricardo tenía razón: determinar las leyes que regulan la distribución de la riqueza producida por la actividad humana es el problema principal en la Economía Política. La Historia enseña que esa distribución depende esencialmente de la relación de fuerzas entre los patrones y los trabajadores. Gracias a la CUT, a la Concertación, a la Alianza, a la Constitución y al Código del Trabajo, los trabajadores van perdiendo por paliza.
Otro elemento utilizado para justificar nuestro miserable nivel de salarios tiene que ver con la mentada “competitividad”, como si la competitividad dependiese única y exclusivamente de una mano de obra pagada con limosnas.
Un comentarista de la TV explicaba doctamente que los trabajadores chilenos se enfrentan a la competencia de sus homólogos chinos. Curioso. Los chinos no producen lo que compran en Chile, y viceversa. Los trabajadores chilenos no están pues enfrentados a los asalariados de la segunda potencia económica del mundo. China nos compra cobre. Los salarios de los obreros de la gran minería están en el entorno de un millón de pesos mensuales, lo que no le impide a nadie precipitarse para comprar cobre a más de 7.500 dólares la tonelada. Nuestro cobre, pagando salarios sensiblemente superiores a la mediana nacional, sigue haciendo la fortuna de unos pocos privilegiados.
No sólo el cobre. En la minería del oro y la plata hay quienes están celebrando rentas inimaginables. En su Annual Report 2009 Barrick Gold informaba que su coste promedio de producción de una onza de oro había sido de US$ 363 dólares, mientras que el precio de venta había alcanzado los US$ 985 dólares. Barrick Gold realizaba pues un beneficio neto igual a un 271,35%. ¡Fantástico! ¿Quién dice más? La misma Barrrick Gold, que en el citado Annual Report anuncia haber encontrado el Santo Graal en… Chile:
“La construcción del proyecto Pascua Lama también comenzó en el 2009. Pascua-Lama es un gran proyecto, de clase mundial, con reservas de unos 18 millones de onzas de oro y 671 millones de onzas de plata contenidas en las reservas de oro. Una vez en operación, esperamos producir entre 750 mil y 800 mil onzas de oro por año, a un costo de 20 a 50 dólares por onza, y asumiendo un costo de 12 dólares por onza de plata. Esto hace de Pascua Lama una de las minas más baratas del mundo. (Barrick Gold- Annual Report 2009).”
El día de hoy el oro cotiza a 1.616,20 dólares la onza, y Barrick Gold obtiene un beneficio neto mínimo de US$ 1.566,20 por onza, ¡o sea más de un 3.200%! ¿Existe el lucro ético? A ese lucro inimaginable hay que agregarle la yapa de la plata, que hoy mismo está cotizada en US$ 28,43 la onza, o sea más de dos veces su costo de producción. De ahí que un salario mensual de un millón de pesos sea miserable, pecata minuta. La masa salarial en la minería representa una porción ridícula de los costes de producción, y consecuentemente el lucro es fabuloso.
Dicho sea de paso, el millón que ganan los mineros (1.575 euros), salario gigantesco en Chile, debe ser comparado con los salarios mínimos de otros países de la OCDE. Japón: 1.777 euros. EEUU: 1.445 euros. Francia: 1.365 euros. Al salario mínimo francés conviene agregarle las prestaciones de salud y educación gratuitas, así como un sistema de previsión por repartición financiado en buena parte por aportes patronales. De hecho, el salario mínimo francés se sitúa más bien en torno a los 2.000 euros, lo que no le impide a los galos seguir siendo la quinta potencia industrial del mundo.
Si volvemos al tema de la competitividad, ¿acaso una “nana” chilena que ganase 300 mil pesos mensuales tendría la competencia de las “nanas” chinas? ¿Imagina Ud. ir a cortarse el pelo, o a lustrarse los zapatos a Shanghai porque allí le cobrarían la mitad que en Santiago? ¿Acaso vamos a Calcuta a ponernos una inyección porque allí las enfermeras ganan un puñado de arroz? ¿Viajamos más bien por las carreteras chinas porque allí los cobradores de peaje ganan cuatro chavos? ¿Los lamentables autobuses del Transantiago podrían ser conducidos por choferes pakistaníes pagados en rupias? Para abordar el tema con seriedad, habría que tomar en cuenta que hay productos y servicios que sencillamente no están en competencia con nadie en los mercados mundiales. ¿O van a importar pailas marinas y mote con huesillos, empanadas y pan amasado desde Guandong? Si tenemos una avería en casa, ¿llamaremos pintores y estucadores, carpinteros y plomeros de Macao? Los hoteles de Santiago, ¿harán su limpieza y ordenarán sus habitaciones con mucamas que viven en Hyderabad? El muy rentable sector de la “seguridad”, ¿pondrá miles de guardias traídos de Tailandia y les pagará en bahts?
Si entramos en el tema puede que le demos la razón a Paul Krugman, -pseudo premio Nobel de economía 2008-, quien asegura que quienes hablan de “competitividad” son unos ignorantes que no saben de lo que hablan. Good old Paul!
Mientras tanto lo único cierto, lo indesmentible, es la ecuación del título de esta parida:
Salario Mínimo = Lucro Máximo.