Noviembre 27, 2024

En el lugar de la catástrofe

protesta_470

protesta_470No hace falta ser un seguidor de Michael Moore o un creyente en la teoría de la conspiración para tener conciencia de lo que nos rodea. El capitalismo tambalea y se niega a caer en momentos que los gobiernos bien asesorados por el poder financiero recortan conquistas sociales para desviarlas a los bancos. Si millares de ciudadanos protestan, sale en masa la policía a la calle.

 

Una información aparecida en la prensa hace poco más de una semana cifraba en varias decenas los países del planeta con algún tipo de revuelta ciudadana. Casi toda Europa y también las Américas. Y en todos los casos, pese a sus diferencias, un claro hilo conductor, que es el rechazo al capitalismo en su fase más extrema: el neoliberalismo. Los estudiantes chilenos, que claman por una educación gratuita y de calidad, tienen mucho en común con los de Montreal que protestan por el alza en los aranceles; o los vecinos de El Totoral en la Cuarta región que rechazan la instalación de una termoeléctrica con los campesinos peruanos que luchan contra los proyectos mineros corporativos.


El colapso es inminente. Solo basta con echar una mirada al desmantelamiento de gran parte del sistema social en, por ahora, los países del sur de Europa y la seguidilla en Norteamérica. Porque los pronósticos para Estados Unidos son también muy oscuros. No solo nunca llegó la esperada recuperación económica, sino que no pocos economistas prevén una nueva recesión.


Hace unas semanas el economista estadounidense Paul Craig Roberts,  ex editor del Wall Street Journal y ex secretario del Tesoro se preguntaba si esta crisis llevaría al colapso de lo que se ha conocido como civilización occidental. Nada de profecía maya. Solo proyecciones económicas. El costo de la crisis en el mundo desarrollado se calcula en trillones de dólares, varias veces el PIB de Estados Unidos, lo que clausura cualquier intento de recuperación. A la larga, dice, la crisis podría destruir la civilización occidental.


¿Qué nos ha situado al borde de este abismo? La desregulación financiera, que ha destruido la economía productiva reemplazándola por un gran casino para especuladores, realidad extendida desde Estados Unidos a toda Europa.


Craig Roberts observa la ganancia del dólar respecto al euro durante las últimas semanas, proceso que tenderá a pronunciarse. Es bien posible que Grecia salga finalmente de la eurozona durante este mes, lo que tendrá efectos en un debilitamiento del euro y en una fortaleza del dólar. Muchos especuladores correrán a buscar refugio en el billete verde creando una nueva burbuja inflada de la nada. La economía estadounidense, con sus múltiples y crecientes déficits, está condenada al colapso. Cuando estalle esta burbuja la explosión será planetaria.


Pero hay otros aspectos de esta crisis más humanos y profundos que el simple cálculo financiero. Hoy son centenares de miles, tal vez millones, las personas que han salido a las calles a protestar por diversos motivos derivados del modelo neoliberal. De cierta manera, todos intentan asirse a los últimos vestigios de un mundo que tiende a desaparecer, ya sea por el descalabro ambiental, la especulación urbana, la ambición corporativa a los recortes sociales. Pocas veces el presente y el futuro se habían presentado tan oscuros y desesperanzados. El pasado emerge como último recurso, como mito de la seguridad y el bienestar.


Es éste el lugar de la gran crisis. Porque las elites en el poder, las clases en el gobierno, no tienen nada que ofrecer a excepción de dolor y violencia, cuya habitual expresión es el recorte social y el garrote policial. Es el lugar de la catástrofe, que puede interpretarse como el iniciado fin del capitalismo. El dolor, el mal de estos millones de personas del mundo desarrollado acostumbrados al estado bienestar, está relacionado también con el fin del capitalismo que inspiró hace más de dos siglos aquel texto llamado La Riqueza de las Naciones.


Hoy es más real hablar de la pobreza de las naciones y de la riqueza de unos oligarcas y especuladores. Porque el capitalismo como emprendimiento, como ilusión de riqueza, está acabado hace tiempo. Es como creer que un boliche de barrio puede competir con Wal Mart.  Una percepción que tienen hoy no solo los activistas de partidos de izquierda, sino la gran mayoría de los movilizados ciudadanos. No hace falta haber leído a Marx (aunque claro que ayuda) para tener una clara conciencia de cuál es el mal y su encarnación, de cuál es el enemigo del siglo XXI.


Las respuestas no son fáciles. No las tiene aún el movimiento de masas. Pero está en la calle, en la rebelión, en la protesta diaria por nuestros derechos, en las asambleas y debates. Aquí está nuestra fuerza, energía, nuestro único futuro.

PAUL WALDER

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