Las declaraciones del ex presidente chileno, el democristiano Patricio Aylwin, al periódico español “El País”, han generado una serie de reacciones en la fauna política nacional. Las reflexiones del nonagenario han servido para que, por ejemplo, Carlos Larraín reflotara la tesis de la vuelta de la UP o para que otro ex presidente, Ricardo Lagos, se diera un vaho de allendismo (que, por cierto, le queda bastante mal).
De todas las respuestas y reflexiones de Aylwin, la mayoría de los comentarios se han centrado en una frase: el gobierno que encabezó Allende fue un mal gobierno y su derrota se debe a las debilidades del propio presidente y sus partidos. Esta reflexión, que ha motivado por más de cuarenta años una serie de investigaciones -que analizan las causas de la derrota- tiene una serie de variables, que exceden con creces las livianas y subjetivas palabras de Aylwin.
Digo esto último, porque si bien para la DC, la derecha y, principalmente, para el capital-financiero, el gobierno de la UP fue un mal gobierno, para la izquierda, el campesinado -que se benefició con la profundización de la reforma agraria- o para el Estado chileno, fue un buen gobierno. Es decir, según los intereses de cada individuo o institución, un gobierno puede catalogarse como bueno o malo, de ahí el carácter netamente subjetivo, de dicha frase. A estas alturas, con un mínimo de conocimiento, sabemos los intereses y maniobras de la DC en aquella época. Eso está fuera de discusión
Respecto de las causas de la derrota, el señor Aylwin, pasa por alto diversas variables endógenas y exógenas, y, de paso, borra de un plumazo diversas hipótesis: el agotamiento del sistema de partidos, la disonancia entre el proyecto de la UP y la correlación de fuerzas, la intromisión (reflejada en el informe Church del senado de EE.UU.) de Nixon para desestabilizar a Allende, la inviabilidad de un proyecto revolucionario dentro de los márgenes constitucionales, etc.
Sin embargo, lo realmente interesante en las declaraciones de Aylwin fue otra cuestión. El ex presidente señala que Pinochet “era socarrón y diablito (…) Pero Pinochet no fue un hombre que obstaculizara las políticas del Gobierno que yo encabecé”. Lo anterior que parece una inofensiva frase, no lo es, y por el contrario, contradice la tesis que el propio Aylwin levantó en su gobierno para justificar una justicia y democracia “en la medida de lo posible” (es decir, en la medida en que el propio Pinochet o el mundo militar le dejaran). Esta tesis, incluso desbordó los cuatro años que encabezó el democristiano, y sirvió para que la Concertación, en los años siguientes, explicara, en más de una ocasión, su poca destreza política (algunos dicen la poca valentía).
Que el propio Aylwin reconozca veinte años después que Pinochet no obstaculizó su gobierno significa que la tesis de “en la medida de lo posible” no fue una estrategia diseñada a partir de las presiones e intereses del ex dictador, sino que respondió a una línea política diseñada por Aylwin y su gobierno.
Esto es lo realmente significativo para la historia y el análisis político, ya que, más allá de lo bueno o malo de un gobierno, se puso en evidencia lo objetivo, es decir, se desveló una falacia histórica que fue comunicada (consiente o inconscientemente) por su propio ideólogo. Por lo tanto -y aunque fue evidente la presencia de los militares- lo que prevaleció en el primer gobierno post dictadura, fue la autocensura política y las concesiones unilaterales desde el propio gobierno hacia la familia militar y empresarial.
Con esta declaración Aylwin, vuelve a su génesis, reconoce su cercanía y simpatía con la derecha dura, aquella que le apoyó y con la cual se sentó a negociar para desestabilizar a la UP, con aquella derecha extranjera de la que recibió partidas de dólares para financiar las elecciones y medios de comunicación para hacer frente a la UP (todo lo anterior, insisto, está comprobado en el informe Church del senado norteamericano en 1976 y posteriormente en los archivos desclasificados de la CIA a finales de los noventa). De ello, nada habla el sonriente líder de la DC.
Además, dichas declaraciones, le otorga sentido y veracidad a la tesis del historiador Alfredo Jocelyn-holt, quien señala, desde hace años, que el gobierno de Aylwin no se opuso a la continuidad de Pinochet en la comandancia en jefe del ejército, y por el contrario fue una variable ad-hoc al presidente democristiano. Con el ex dictador al mando de las FF.AA. (así se aseguraba el monopolio de la violencia) Aylwin tuvo la justificación necesaria para desatender las peticiones de la izquierda. De lo contrario, señala el historiador, el ex presidente se hubiese visto presionado por las fuerzas más radicales.
Quizás por ello, Aylwin caracteriza, en la misma entrevista, a Pinochet como un personaje “que representaba orden, seguridad, respeto, autoridad” (no dice que representaba represión, violación a los DD.HH., miedo, etc). Al parecer esa seguridad, respeto y autoridad de Pinochet, fue un beneficio para Aylwin, y le valió para gobernar y justificar las carencias políticas, judiciales y económicas que caracterizaron a su gobierno. Pinochet no fue un obstáculo, sino funcional a Aylwin, como lo fue éste último al dictador en 1973.
¿Lo ven? La historia se repite, varían las posiciones y las funciones, pero el resultado es similar, lo que lleva a recordar la famosa frase de que, incluso en la política, el orden de los factores no altera el producto. El título de la entrevista es, por cierto, muy sugerente y a la vez se relaciona con esta columna: “El presidente se confiesa”. Lo que hizo Aylwin con esa aparente e inofensiva frase fue develar su negociación y funcionalidad entre él y el dictador. ¿Fue bueno o malo para el país? Eso lo juzgará Usted.