Los “enemigos del pueblo soviético” morían dos veces: una al ser fusilados o enviados al GULAG, y otra al desaparecer de las imágenes oficiales por el arte de magia de la manipulación fotográfica.
“Yo creo que fue iniciativa personal de Stalin, que, empujado por el miedo, decidió liquidar no sólo físicamente a sus rivales, sino también cualquier rastro de su personalidad”, aseguró Irina Galkova, comisaria de la exposición fotográfica “El comisario desaparece”.
La muestra es un repaso de la ignominia de las purgas estalinistas, que tuvieron como víctimas tanto a dirigentes bolcheviques (Trotski, Kámenev, Zinoviev, Bujarin o Yezhov), como a grises comisarios y a millones de inocentes ciudadanos.
“Antes no existía el ‘photoshop’, por lo que los soviéticos no tenían por qué sospechar que esas fotos oficiales habían sido retocadas. Ahora, tendrán la oportunidad de ver las imágenes originales”, añadió Galkova.
El Museo del GULAG de Moscú es el escenario ideal para albergar 150 de los cientos de imágenes recogidas por el artista británico David King, quien decidió crear la colección cuando en un viaje a la Unión Soviética en 1970 intentó encontrar fotos de León Trotski.
“¿Y para qué necesita usted a Trotski? Para la revolución, Trotski es una figura insignificante. En cambio, Stalin es otra cosa”, le dijeron en una visita al archivo estatal de documentos fotográficos de la capital soviética.
Entonces, cayó en la cuenta de que Trotski no sólo había desaparecido de las conversaciones diarias, sino también del imaginario colectivo nacional, ya que era casi imposible encontrar su rostro fotografiado.
“Los mataban dos veces”, concluyó.
El caso más famoso de falsificación fotográfica y, por tanto, histórica, es el famoso discurso pronunciado en mayo de 1920 por Lenin, que se dirige enérgicamente al pueblo subido en un estrado de madera, en cuyas escaleras se encuentran Trotski y Kámenev.
Cuando ambos cayeron en desgracia, los censores soviéticos borraron sus imágenes de la foto, en un intento de borrar el mismo recuerdo de ambos dirigentes bolcheviques para que no hicieran sombra al único sucesor del fundador del Estado totalitario: Stalin.
La tenacidad de los obsesivos censores refleja mejor que cualquier otro documento histórico el ánimo de su tiempo, como es el caso de la foto de 1926 en la que Stalin posa junto a otros cuatro dirigentes comunistas: Antípov, Kírov, Shvernik y Komarov.
En los años siguientes, según se recrudecían las luchas intestinas por el poder tras la muerte de Lenin, cada uno de los compañeros de viaje de Stalin fueron desvaneciéndose, hasta que éste se quedó sólo en la foto y en el Kremlin.
Nikolái Yezhov es sin lugar a dudas uno de los personajes más siniestros de la historia soviética, ya que, al frente de la NKVD, precursora del KGB, dirigió las represiones estalinistas hasta su detención en 1939.
Su misma presencia se volvió incómoda para el tirano, quien temía que se le acusase directamente de las matanzas, por lo que ordenó su ejecución en 1940, y fotos como en la que aparecen juntos supervisando las obras del canal del Volga, fue retocada y Yezhov desapareció de la historiografía oficial.
El retocado de fotos se convirtió en una auténtica industria, en la que tanto se borraban las arrugas y el ceño fruncido del rostro de Stalin, como los papeles tirados en el empedrado por el que caminaban los dirigentes, como compañeros de Lenin de la lucha clandestina contra los zares con los que acabó enemistándose.
Continuamente de los museos soviéticos se retiraban por motivos políticos fotografías, que eran tratadas con escalpelo y pulverizadores de tinta, tras lo que retornaban ya retocadas, de forma que sólo los más avezados notaban los cambios y las ausencias.
En particular, la exposición cuenta la historia del fotógrafo y diseñador soviético Alexandr Rodchenko, quien fue enviado en 1934 a Uzbekistán para realizar un álbum para el décimo aniversario de la inclusión de la república centroasiática en la URSS.
Tres años después el álbum fue requisado, ya que incluía las imágenes de muchos dirigentes que habían sido fusilados o deportados, y Rodchenko tuvo que emborronar con tinta negra sus rostros, que, como se puede apreciar en la muestra, parece que les han arrebatado el alma.
Los estalinistas acuñaron el concepto de “responsabilidad personal”, por lo que la misma tenencia de fotos de “enemigos del pueblo” podía acarrear penas de cárcel a su propietario, por lo que los ciudadanos soviéticos se apresuraron a contribuir activamente a la campaña de falsificación.
En su mayoría, esos personajes históricos no volvieron a ver la luz hasta la Perestroika o, en el peor de los casos, hasta la caída de la Unión Soviética, aunque unos pocos fueron rehabilitados tras la muerte de Stalin en 1953.