Diciembre 7, 2024

El Presidente “inepto”, The Economist y Antonio Gramsci

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pieraonuLa revista neoliberal The Economist le respondió directamente al presidente de la Sofofa Andrés Concha cuando en un seminario empresarial en Corea del Sur éste expresó: “Los chilenos no nos equivocamos en nuestra decisión: elegimos un excelente presidente”. Como sabemos, The Economist considera en su último número que pese a las cifras de crecimiento de 5 a 6% Chile está mal con desigualdades peligrosas, que Piñera no supo manejar la situación estudiantil, que titubea entre usar el garrote y la zanahoria con los movimientos sociales y que es un político “inepto”.

 

The Economist, la Biblia semanal del capital globalizado que no conoce fronteras va más lejos en sus comentarios y análisis. Conviene no pasar por encima de lo esencial; aquello que se lee entre líneas.


The Economist es una revista británica que se dirige a las “elites globalizadas”, a las derechas y a los socialdemócratas liberales. Defiende a ultranza el capitalismo neoliberal en tiempos de crisis capitalista y opina sin tapujos sobre asuntos de política internacional. Al igual que otros pasquines condena a Cuba e ignora el bloqueo y la guerra sucia y subterránea contra la Isla y su pueblo. Por supuesto odia al presidente venezolano Hugo Chávez y hace crisis de cólera ante cualquiera nacionalización de los recursos naturales.


Recientemente, en su número del 30 de marzo, The Economist consideraba que de los dos candidatos franceses punteros en las encuestas, el socialista François Hollande y el derechista presidente actual Nicolas Sarkozy, ninguno era lo suficientemente “liberal” (léase neoliberales) para lo que la situación requería. Los dos eran criticados por anunciar medidas en tiempo de crisis económicas que iban en el sentido contrario del credo neoliberal, como aumentar los impuestos o imponerle algunas trabas al poder de los poderosos mercados financieros que mantienen en estado de empobrecimiento con sus imperativos de ajustes draconianos a los trabajadores griegos y españoles. No olvidemos que a comienzos de la crisis del 2008 Sarkozy, en un arrebato propio de demagogo, prometió “humanizar el capitalismo”.


Cabe hacer notar que Hollande le respondió de manera insólita al reputado medio inglés. Le recordó cómo los socialistas galos habían abandonado de buena gana sus concepciones socialdemócratas para adoptar las políticas neoliberales. Hollande no le dijo que éstas han generado cesantía, deslocalización de empresas francesas en países emergentes donde la mano de obra es barata y sin legislación ambiental, además del desmantelamiento de los servicios públicos y los programas sociales franceses.  “La izquierda liberalizó la economía y abrió los mercados financieros”, expresó ante un partido atónito al escuchar tan cándida confesión del candidato socialista (en la versión francesa de The Economist puede leerse:“la gauche a libéralisé l’économie et ouvert les marchés financiers”).


Por lo mismo, en Chile la crítica al presidente Piñera “buen empresario”, pero político “inepto” apunta más allá de estos calificativos. Aquí el neoliberalismo ha sido aplicado al pie de la letra en una versión dictatorial por los “Chicago boys” J. Piñera, Büchi, Cáceres, Fontaine, Lüders y sus continuadores concertacionistas Nicolás Eyzaguirre, Foxley y Andrés Velasco lo han consolidado, pero sin redondear las aristas. Ya hay un cúmulo de críticas amplias en la ciudadanía sobre lo que huele a podrido en la Polar, las farmacias, el negociado escandaloso de las AFP, las ganancias siderales de las ISAPRES y bancos, el mercado de diplomas universitarios de universidades mediocres y el negociado de los prestamos bancarios, los monopolios energéticos que imponen una matriz depredadora, etc.


Después de las declaraciones rimbombantes de A. Concha, el Patrón de patrones de la Sociedad de Fomento Fabril, The Economist le hizo el contrapunto. El artículo ataca la debilidad e incompetencia de la clase capitalista dominante y las elites políticas chilenas para resolver las crisis que se están  acumulando y sobretodo las propias de un modelo donde la concentración económica daña la competencia “libre” entre agentes económicos. Es la ideología o ilusión capitalista de la ideología civilizadora de cuño inglés de Adam Smith que defiende la revista. Sin olvidar que la OCDE también se otorga ese rol de centinela capitalista de las buenas maneras.


Preocupado por la Gobernanza Global, The Economist tiene serias aprehensiones acerca de cómo se está gestando en Chile una situación incierta para el capital transnacional y para la imagen del capitalismo realmente existente en un país emblemático para el neoliberalismo como Chile, considerado exitoso. Escenario plausible que despunta desde la ciudadanía en estado de descontento y que puede desembocar en rebelión ciudadana o en grietas riesgosas para el sistema de dominación en su conjunto.


En resumidas cuentas, The Economist hace una crítica lapidaria a una burguesía también inepta desde el punto de vista político. De facto, es una crítica a los dos conglomerados binominales, la Alianza y la Concertación, que hacen la ley en un régimen político donde tampoco hay competencia, sino abusos e incluso “dumping político” al auto financiarse los parlamentarios con 4 mil dólares mensuales que pertenecen al erario público. Dinero obtenido sin evaluación objetiva, por abuso de poder y destinado a campañas políticas venideras de los parlamentarios con el fin nada democrático de perpetuarse en un sistema de privilegios de casta.


Es decir, es la ley de las oligarquías o del duopolio y no la ley del mercado abierto y competitivo con sistema proporcional en política la que opera.


Sin embargo, la ideología misma de The Economist yerra. Los mercados capitalistas desregulados tienden a concentrar la riqueza, la producción y la distribución de las mercancías y servicios en unos pocos grupos o holdings que en Chile pertenecen a 13 familias. Y la democracia liberal representativa tiende a evolucionar hacia oligarquías plutocráticas (donde manda el dinero), como es el caso en EE.UU.


En otras palabras, se los tilda, a burgueses y a políticos binominales, de ser incapaces de mantener la hegemonía de un sistema de dominación que se resquebraja. De no ser aptos para acomodarse y de operar los giros tácticos que se imponen para salvar el sistema de dominación en su conjunto y al Estado en particular. De correr hacia el precipicio y de convertirse en el eslabón débil del capitalismo latinoamericano y global. De ser poco “darwinianos”, en el lenguaje de la sociobiología de algunos conspicuos miembros del “chilean establishment”.


Ahora bien, la crítica a los oligopolios no es de ninguna manera una crítica al neoliberalismo chilensis. Todo lo contrario, es un llamado a liberalizar o “modernizar”, para exacerbar la competencia en los mercados capitalistas que proponen incluso los progresistas como MEO. Es lo que promueve —con algunos bemoles neokeynesianos— el concertacionista-neoliberal Eduardo Engel que defendía con P. Navia en un libro del mismo nombre la tesis “Que gane el más mejor”, o el más competitivo. Por supuesto que no es el “más mejor” intelectualmente preparado el que gana en la economía global capitalista sino el que posee más capital, poco importa como lo obtuvo. Ese capital no es otra cosa que trabajo humano social explotado y acaparado en forma de ganancias de manera privada por condiciones políticas y económicas que vienen del Golpe.


En el caso chileno fue por lo que David Harvey llama la acumulación por desposesión, es decir, por la privatización forzada a precio regalado de las empresas de CORFO los primeros años de la dictadura pinochetista.


Y sucedió que la burguesía chilena es tan voraz que se repartió los sectores económicos como la mafia se reparte los territorios. Las farmacias son tres grupos que se coluden para aumentar los precios, la alimentación un puñado de cadenas de supermercados, los pollos igual, el Transporte aéreo no más de tres, las megaempresas de la energía se cuentan con la mitad de los dedos de la mano, las forestales otras pocas, las constructoras, y las empresas mediáticas subvencionadas con el dinero del Estado son dos, Copesa y el Mercurio …


Los análisis de Antonio Gramsci son esenciales para entender el problema de la hegemonía del bloque dominante desde una perspectiva histórica hoy en día cuestionada por los cambios de percepción de las clases asalariadas y medias y la arremetida y acumulación de confianza, fuerza y potencia de los movimientos sociales como el estudiantil. En otras palabras, para gobernar en las sociedades modernas es necesario aplicar un conjunto de operaciones políticas. Hegemonía es el nombre que Gramsci le da a esta “técnica política” en sus Cuadernos, apoyándose en los análisis de Nicolás Maquiavelo. Mucho antes que Michel Foucault utilizara este concepto. Esto se hace a través de instituciones como el parlamento, los dispositivos educativos como escuelas y universidades, los medios, el aparato de justicia y los aparatos represivos como la policía y las FF.AA. Pero también a través de corporaciones, empresas, gremios empresariales, bancos, industrias, partidos políticos e incluso aparatos sindicales integrados y burocratizados y ONGs. Todas estas instituciones constituyen un tramado institucional de “fortificaciones”, “casamatas” y “trincheras” intermedias que forman un Bloque Histórico y generan la legitimidad tan ansiada para proteger al Estado, producir la Hegemonía y aprisionar a la sociedad civil, afirma Antonio Gramsci en sus trabajos.


Para Gramsci el Estado es un Centauro (ente mitad hombre mitad caballo de la mitología griega) que representa la naturaleza bífida del Poder. Simboliza la alianza entre la fuerza y el consentimiento; los dos pilares de la conducta del Estado. Siempre actuando con estos dos atributos de manera simultánea o en secuencia. Dialoga y reprime brutalmente al mismo tiempo o matraca primero y se sienta a la mesa después. Busca generar “consensos” a través de sus organizaciones (es lo ideal para no exponerse) a la vez que otorga migajas. Gramsci afirma que la tendencia de las sociedades modernas en tiempos “normales” de hegemonía y dominación es a la interpenetración del Estado y de la llamada sociedad civil, al punto de devenir “una y misma cosa”. En sus Cuadernos 4 y 13 se refiere a esta realidad en términos de “Estado integral”. En momentos de conflictos y crisis la sociedad civil se autonomiza, empieza a generar sus propios movimientos y organizaciones civiles y partidos.


Otro concepto clave del pensamiento gramsciano es el de crisis, inseparable de su análisis del Estado. Estado, estrategia y crisis forman un tríptico que hay que pensar en conjunto. Es importante señalar la crítica gramsciana al “catastrofismo” o al determinismo de los marxistas dogmáticos. Los períodos de crisis económicas o de bajo crecimiento no conducen automáticamente a revoluciones o luchas por reformas. Para que las casamatas y fortificaciones cesen de operar es indispensable la acción de una “voluntad colectiva” y de un instrumento forjado contra los eternos pesimistas y derrotistas de la propia izquierda.


Concluyamos. Cuando el bloque histórico pierde legitimidad y se agrieta puede producirse una crisis política que debe ser amortiguada por ese conjunto de instituciones intermedias para impedir una crisis mayor u “orgánica” que implique al Estado y al bloque histórico mismo. El mismo Gramsci afirma en el Cuaderno 13 que ejercer la hegemonía no es un fenómeno solamente cultural. Ejercer la hegemonía sobre una sociedad supone considerar y satisfacer incluso, en cierta medida sus intereses y demandas materiales. Es la exigencia de The Economist a los componentes de ese bloque histórico dominante cuya deslegitimación va en aumento y por cuyas grietas puede colarse la acción colectiva de quienes con lucidez pueden abrir forados en la institucionalidad existente aprovechando la contingencia y las coyunturas. Así como presentando alternativas claras y perspectivas diferentes a las del bloque dominante y sus partidos, avejentado y con serios signos de agotamiento.


*Militante del Movimiento Generación 80 (G80) y del Partido Igualdad

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