La muerte de Daniel Zamudio, tras una larga y angustiosa agonía, impactó en los chilenos. No sólo por el dramatismo de su muerte, sino por el hecho de que fue protagonizada por cuatro individuos que representan un gran defecto que aún perdura en los hombres: la intolerancia.
Zamudio fue golpeado brutalmente por esos cuatro individuos por el sólo hecho de su orientación sexual. Atacado con superioridad evidente, con la complicidad de lo oscuro y en la soledad del paraje urbano. Cobardemente, con objetos contundentes, para quitarle la vida. Para eliminarlo físicamente. Creyendo, dentro de su inmensa ignorancia, que con golpes, con sangre y violencia, se eliminará una opción racional desarrollada en el seno de nuestra sociedad.
Eso es intolerancia. Es la negación del pensamiento, es el imperio de la ignorancia. Es el triunfo del oscurantismo por sobre la racionalidad y la inteligencia.
El sacrificio de Daniel no será en vano. Nuestro país, casi al unísono, se ha levantado horrorizado condenando tal acto de barbarie. Y ha fortalecido el concepto inverso, que es la tolerancia.
La tolerancia es, en consecuencia, el requisito imprescindible de la libertad, del desarrollo y del progreso. No sólo de una nación, sino de toda una sociedad que crece y que avanza en la dirección que la engrandece. La sociedad de la inteligencia.
Ser tolerante significa aceptar la diversidad, tratar de comprenderla e, incluso, de oponerle razones cuando lo estimamos pertinente. Significa saber escuchar y tratar de ser escuchado. Intercambiar razonamientos, construir hechos, culturas y símbolos que unan y que dinamicen.
La tolerancia implica respeto y consideración, porque si lo practicamos, también seremos respetados en nuestro quehacer cotidiano y serán consideradas nuestras opiniones e ideas. Por ti y por mi. Juntos, intercambiando experiencias, conocimientos, ideas, vamos avanzando en el mundo del progreso. Progreso humano, social, material y evolutivo, como especie.
Debemos enfrentar la diversidad con la prudencia suficiente como para entender que no somos los dueños absolutos de la verdad. Es una parte de la verdad, la nuestra, que si la unimos con las verdades de los demás, sabremos construir aquella gran verdad que nos produce una dinámica diferente, mayor y positiva.
No debemos tolerar la intolerancia. Es la antítesis del crecimiento que merecemos, es el palo en la rueda que nos transporta, es el marasmo que nos invade cobardemente, es el motivo que nos origina la violencia torpe, el fracaso de la inteligencia, es la destrucción de los futuros…Favorece el surgimiento de bestias capaces de eliminar a Zamudios, sin comprender que aquellos muertos por la intolerancia, se levantarán de nuevo en el horizonte como víctimas de uno de los males que aún aqueja a nuestra Humanidad.
Con tolerancia, razón científica, alimento espiritual, imperativo moral, construiremos una sociedad mejor.
Miguel Ángel San Martín González
Diario Crónica Chillán
30 de marzo de 2012.