Pocas cosas tan fantasiosas, mentirosas, manipuladoras, estériles y traicioneras, como los programas de gobierno. De ellos, con buena voluntad, se puede rescatar la fértil imaginación de sus redactores, la estruendosa masificación de sus ofertas, y lo efímero de su existencia.
Es que los programas de gobierno son por definición la falacia con la que se engaña a la gente porque apunta a sus necesidades más anidadas y sentidas. Y por es razón no pasan de ser un cúmulo de falacias que se ríen de ella.
Un programa de gobierno hecho por prepotentes, por mucho que diga otra cosa, no pasará de ser una mentira relativamente bien estructurada. Quien no crea, que revise desde el primero hasta el último de esos documentos que, en sus sucesivos gobiernos, se comprometió la Concertación.
O que recuerde el compromiso de Michelle Bachelet, del que no cumplió siquiera una porción, para que el Partido Comunista la apoyara en el balotaje aquel.
Alguien recordará que eran cinco puntos: el cambio del sistema electoral binominal, el derecho a la negociación colectiva y huelga de los trabajadores y trabajadoras, la situación de las pensiones, los problemas del desempleo, los derechos de los pueblos originarios, el resguardo del medio ambiente, la verdad y justicia y respeto a los derechos humanos.
Por eso es que resulta de una ternura silvestre lo planteado por la camarada Camila cuando dice que no vota por personas sino por programas. Que es una manera de decir que vota por mentiras, no por mentirosos.
La mala noticia para ella es que resulta difícil pensar que hay un cambio en quienes se acostumbraron a administrar el poder del Estado apara el beneficio de los más inmediatos de sus adláteres, para ellos mismos, y para el gran empresariado, que los extrañará con emoción después del lastimoso e innecesario gobierno de Piñera, Chadwick & Hinzpeter. Por mucho que en el papel se comprometan a esto y lo otro, siguen siendo los mismos.
Habrá que imaginar que las declaraciones inocentes de Camila, quien se caracteriza por lo certera y hasta cierto punto dura en sus dichos, son más bien un abuenamiento con sus líderes partidarios, después de tantas veces de cruzarse a las propuestas oficiales del PC.
De otra manera no se explica esa definición extravagante, más aún cuando es sabido que las votaciones son, desde que el tiempo es tiempo, por personas de carne y hueso, las que, una vez instaladas en sus púlpitos inalcanzables, se olvidan de lo prometido, precisamente en formato programa.
Y, aquí viene lo más grave, nadie ni nada puede siquiera insinuar la exigencia del cumplimiento de lo que juró hacer antes de las votaciones. La mentira en nuestro país, no sufre de punición. Contrario sensu, las más de las veces se premia.
De modo que lo de Camila más bien parece una manera poco disimulada de decir que se allana a votar por Michelle Bachelet si se le muestra un programa que cumpla con sus propuestas, principios y certezas, lo que, de toda obviedad, va ocurrir.
Esta nueva versión que se intenta a partir de los despojos del naufragio concertacionista, va a decir todo lo que la audiencia necesita escuchar, para el efecto benefactor de retornar desde donde nunca debieron haber salido.
Ya estarán las materias grises redactando el Programa que exige Camila como condición sin la cual no votará por Michelle Bachelet. Y los más probables es que quede maravilloso.
Quien quiera, que se acuerde lo que pasó la única vez en la historia de Chile, de América Latina, o quizás del mundo, cuando un presidente digno, encabezando un pueblo digno, se comprometió con un programa de gobierno y lo cumplió hasta donde llegó su gobierno, derribado por los aviones, ametrallado por la infantería y abandonado por quienes se juraba sus compañeros.
De algo así, no hay antecedentes en ninguna parte.