El estallido de la protesta social de Aysén, un evento tal vez sorpresivo y accidental para un gobierno en pleno letargo veraniego, ha sido una etapa más del malestar incubado durante las últimas dos décadas. Emergió cual volcán hace un año, en Magallanes, para extenderse durante 2011 por múltiples sectores.
Ha sido un proceso denso, empujado por grupos ciudadanos de las más diversas latitudes políticas y condiciones sociales. Si atendemos a la reciente actividad de este proceso, podemos recordar que durante los últimos dos años las movilizaciones han surgido de las reivindicaciones territoriales del pueblo mapuche, de los problemas de los habitantes de Magallanes y Calama, de grupos medioambientalistas contra la construcción de centrales hidroeléctricas y termoeléctricas, de los estudiantes universitarios y secundarios, pescadores artesanales, trabajadores portuarios, funcionarios públicos y un número cada vez mayor de trabajadores sindicalizados de muy diferentes sectores. Si esta enumeración pudiese parecer armada por fragmentos dispersos, lo cierto es que tras las demandas puntuales sí hay un sólido hilván que las une: el rechazo compartido a un modelo económico basado en el libre mercado y la privatización, no sólo de todas las actividades económicas sino también de los otrora derechos sociales y culturales adquiridos. En el gran orgullo político y económico exhibido por los últimos cinco gobiernos, desde los socialistas y democratacristianos a derechistas, radica el origen de nuestro mal.
Los acontecimientos de Aysén han demostrado el grado de maduración alcanzado por la organización social. Porque las protestas, barricadas y movilizaciones estaban anunciadas semanas antes. El lunes 6 de febrero en la plaza de Coyhaique hubo un altercado entre organizaciones de pescadores y el subsecretario de Pesca, Pablo Galilea, cuando en el frontis de la intendencia regional, el Consejo de Organizaciones de la Pesca Artesanal de los Fiordos y Archipiélagos de Aysén (Corpafa) anunciaba el proceso de movilizaciones. Aquella mañana, Galilea invitó a los pescadores a dialogar sobre la pesca artesanal, pero Iván Fuentes, presidente de Corpafa, respondió que sólo conversarían en conjunto con los otros sectores involucrados en la convocatoria. Aquella misma mañana, en Puerto Aysén, un grupo de pescadores artesanales quemó neumáticos sobre un bote que cruzó a la entrada del puente Presidente Ibáñez, interrumpiendo el tránsito.
En la declaración pública entregada ese lunes frente a la intendencia, participaron además de Fuentes el dirigente Honorino Angulo y otros líderes de la pesca artesanal, el vicepresidente de la Agrupación Nacional de Empleados Fiscales (ANEF) Hernaldo Saldivia, el presidente de la Asociación de Funcionarios Municipales de Coyhaique, Alejandro Huala, el presidente local de la CUT, Joel Chodil y el representante del Movimiento Ciudadano Patagonia Unida-Patagonia sin Represas (MCPU-PSR), Víctor Formantel. Entre sus planteamientos convocaban a “una gran movilización aysenina” para “generar condiciones para imponer un cambio en nuestro decadente desarrollo regional”. Dicho, y hecho.
Tal como ha sucedido con las movilizaciones estudiantiles, que se reanudarán a partir del mes de abril, las demandas no apuntan simplemente al gobierno de turno, sino a la desinstalación de un modelo fundamentado desde hace al menos tres décadas. En el caso de Aysén, como también puede rastrearse entre las demandas de los universitarios, secundarios y otros grupos, el origen del mal está en las profundidades del modelo neoliberal, diagnóstico elaborado por la sociedad civil al margen de partidos y celdillas políticas. Cuando el ministro de Economía, Pablo Longueira, apuntó a grupos radicados en Santiago como instigadores de las protestas, demostró un total desconocimiento de la realidad o un cinismo desmedido.
PIÑERA, UNA DESILUSION INSTANTANEA
Aysén fue una de las regiones que favoreció a Sebastián Piñera, con un 58 por ciento de los votos, lo que sumado al contexto actual, nos ofrece una clara interpretación: la ciudadanía de Aysén votó contra la Concertación y con la esperanza, sin duda desesperada, de un cambio, el que nunca llegó. Las manifestaciones hoy surgen del desencanto prematuro con el gobierno de Piñera, pero principalmente con el modelo de libre mercado, que inhibe, por su propia naturaleza, subsidios, regulaciones o un papel activo del Estado.
Oscar Catalán fue alcalde de Aysén por la UDI durante tres períodos consecutivos. En medio de las protestas, escribió una carta pública al presidente Piñera, la que expresa este profundo malestar tal vez no con el gobierno, sino con el modelo económico excluyente y centralizado. Catalán, al referirse al movimiento social, escribe: “Escogieron el camino de la rebelión para ser escuchados, y a través de ellos, el sordo clamor de los patagones que se ha sumado a su grito de atención. (…) Ese se oye, y se seguirá oyendo en cada fogata, en cada corte de ruta, en cada palabra de la alcaldesa (socialista) y concejales, en cada taxista y dueña de casa, en cada estudiante y campesino. Lo murmuramos todos, en forma transversal, sin distinciones”.
A este factor político regional transversal se agrega la larga extensión de variables económicas y sociales. Aysén ha registrado durante 2011 una tasa muy alta de crecimiento económico: 20 por ciento y una de desempleo sensiblemente menor que la media nacional. Ambas cifras, bajo un modelo neoliberal concentrador de la riqueza, son simples números. En los hechos, anuncian aumento de la riqueza para los dueños del capital y la creación de mano de obra barata. Una realidad tan evidente que obligó a El Mercurio a admitir en un editorial del 21 de febrero que “las manifestaciones de descontento recuerdan que crecimiento no es necesariamente sinónimo de desarrollo”.
POBREZA E INJUSTICIA
Cifras, macroeconomía. Pero también economía doméstica, desde el alto costo de los productos, servicios básicos y combustibles, a la precaria infraestructura, desde la vial, comercial y de salud. En suma y síntesis, Aysén percibe que es un gran aporte para la economía central y sólo carga con sus costos. Entrega recursos naturales de los cuales se beneficia el centro, desde la pesca a próximamente la energía hidroeléctrica, representada por HidroAysén, y recibe poco o nada a cambio. Pese a la dureza y carestía de la vida, Aysén exhibe indicadores de inequidad social y económica similares a los del resto del país: según la Encuesta Casen, el grupo más rico obtiene casi el 55 por ciento del ingreso total, en tanto un doce por ciento de la población está bajo la línea de pobreza.
Tan sólo un año separa la protesta de Aysén con la de Magallanes. Escasos doce meses en los que ha madurado un movimiento social a nivel nacional que ha logrado modelar, con el indiscutible aporte de los estudiantes, un discurso político, social y económico capaz de enfrentarse a la agotada fórmula neoliberal. Si atendemos a la consigna de Aysén, “Tu problema es mi problema”, estamos asistiendo a un gran cambio en el imaginario social, el que va desde aquel individualismo consumista a uno colectivo solidario: somos iguales, padecemos el mismo dolor, por tanto, también podemos resistir juntos.
En esta línea se han inscrito las grandes demandas ayseninas, las que, tal como las de los estudiantes que reclaman por una educación pública y de calidad, exigen un Estado activo, que vele por las diferencias y las debilidades. Un Estado no subsidiario, sino benefactor, capaz de nivelar las tremendas diferencias que genera el libre mercado. Un país en el que puedan convivir “los grandes” junto con los débiles.
De partida, Aysén pide terminar con el libre mercado y subsidiar los combustibles, desde el petróleo, la gasolina, al gas y la leña. Exige también salud de calidad, equidad laboral (un sueldo mínimo regional), plebiscito regional respecto a temas clave como la construcción de represas, regionalización de los recursos naturales y, entre otras demandas, medidas urgentes para salvar la pesca artesanal, que no es otra cosa que regular la depredación marina de la pesquería industrial.
Hace algunos años un pliego de peticiones de esta naturaleza hubiera resultado impensable por la hegemonía de la cultura mercantil. Hoy, y debido precisamente a los excesos del mercado, este es un discurso antimercado que se ha abierto paso y adquiere peso en la conciencia social nacional.
Regionalización, atisbos autonómicos, como aquellos carteles que decían “Argentina, adóptanos”, a un relato claramente antineoliberal. Pero no se trata de una expresión que pudiera acotarse a Aysén. El proceso de movilizaciones, desde Calama a los estudiantes y trabajadores en 2011, está hoy enlazado con esta nueva visión. Aysén, como PF anunció en enero, es el curso que seguirán las movilizaciones durante 2012: la siembra de los estudiantes generará brotes y frutos en múltiples grupos sociales. No por imitación, sino por experiencia y convicción. Es posible un mundo no neoliberal.
Es este el curso que necesariamente tendrá que seguir no sólo este gobierno, sino muchos otros. Si observamos el trance que vive Europa, las demandas ciudadanas apuntan en una dirección muy similar a los ciudadanos ayseninos y estudiantes chilenos. Las protestas en Grecia y en España durante la última semana de febrero han estado estimuladas por un rechazo a los recortes de los programas de seguridad social y los aportes a la educación pública.
Aquí hay una línea clara que une al gobierno de Piñera con el de, por ejemplo Mariano Rajoy en España y Lucas Papademus, en Grecia. Si en los casos europeos existe una acción más tecnócrata que política por instaurar un modelo neoliberal para alcanzar los equilibrios macroeconómicos, en Chile observamos una política que insiste en mantener aquellos equilibrios como supuestamente técnicos.
Pero la verdad, tanto en Europa como en Chile se ha transparentado. En ambas latitudes se ve con claridad a una elite económica y política que desea mantener, a costa de la mayoría de la población, un sistema de privilegios. Esto es una realidad que los ciudadanos ya han observado. Si Europa ha perdido su gran proyecto de unidad en torno a la integración social en pos de un modelo que favorece a los empresarios, Chile, el gran paradigma neoliberal latinoamericano de los últimos veinte años, intenta de la mano de sus elites mantener a toda costa ese modelo. Los ciudadanos, de ambas latitudes, tienen la palabra y la acción. Tendrán que definir el curso que seguirá este trance.
PAUL WALDER
(Publicado en “Punto Final”, edición Nº 752, 2 de marzo, 2012)