Febrero 10, 2025

El extraño poder de Qatar, el emirato que promueve revoluciones

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image006El 23 de agosto, rebeldes libios izaron su bandera en Bab al-Aziziya, el que fuera una vez el inexpugnable complejo de viviendas donde tenía su cuartel central Muammar Kaddafi en Trípoli, aunque el dictador se mantenía como tal, en términos generales, la caída de uno de los centros nerviosos del régimen tuvo un gran poder simbólico y pareció ofrecer una prueba definitiva de la fortaleza de los rebeldes. Así y todo, en varias cadenas noticiosas empezó a surgir una historia diferente sobre la rebelión: junto con la bandera tricolor, la media luna y la estrella de los rebeldes, en el campamento de Bab al-Aziziya flameó fugazmente la bandera marrón y blanca de Qatar, el pequeño emirato árabe, rico en gas y distante más de 3.200 kilómetros de allí.

 


Aunque poco advertido en Occidente, el entusiasmo de Qatar por la revuelta libia fue expuesto desde el principio. El emirato fue una pieza clave para asegurar el apoyo de la Liga Árabe a la intervención de la OTAN, en marzo pasado, contribuyendo con sus propios aviones militares para la misión. También dio 400 millones de dólares a los rebeldes, los ayudó a comerciar petróleo de Bengazi e instaló un canal de televisión para ellos en Doha, la capital qatarí. Tras la conquista de Bab al-Aziziya, sin embargo, quedó claro que los qataríes se involucraban seriamente también en el terreno. No sólo Qatar armó a los rebeldes y levantó campamentos de entrenamiento para ellos en Bengazi y en las montañas de Nafusa, al oeste de Trípoli. Sus fuerzas especiales –es decir, un contingente desconocido– ayudaron a liderar la ofensiva de agosto sobre la capital libia (Aunque las fuerzas armadas de Qatar son una de las más pequeñas de Medio Oriente, con apenas 11 mil efectivos, sus fuerzas especiales fueron entrenadas por los franceses y otros países occidentales y, al parecer, tiene una capacidad importante).

 

El día en que los rebeldes capturaron Bab al-Aziziya, Mahmoud Jibril, el líder del gobierno interino de Libia, destacó a Qatar por su amplio apoyo, a pesar de “todas las dudas y las amenazas”.

De hecho, la batalla de Libia es sólo una de las varias revueltas árabes de este año en las que Qatar ha tenido un provocativo papel. En Túnez y Egipto ninguna red de Internet ni medio de comunicación hizo más por difundir la causa de las protestas populares que Al Jazeera, la cadena noticiosa de televisión satelital respaldada por el gobierno qatarí. En abril, el primer ministro qatarí abogó públicamente por la renuncia del resistido presidente de Yemen, Ali Abdullah Saleh, una declaración que se despegó de la más conciliatoria posición de otras naciones del Golfo Pérsico y que llevó al propio Saleh a acusar a Qatar de “conspirar contra Yemen”.
En mayo, el gobierno qatarí alojó el Forum de Doha, una conferencia anual del tipo de la de Davos, sobre democracia y libre comercio, abierta con una sesión sobre las “revoluciones” que han “sacudido el mundo árabe”. Y en julio Qatar, a pesar de las buenas relaciones del emirato con el régimen de Assad antes de que comenzara la revuelta en Siria, se convirtió en la primera nación del Golfo en cerrar su embajada en Damasco.

No ha sido en 2011 la primera vez que Qatar es acusado de alentar conflictos contra los viejos regímenes de Medio Oriente. Allá por 2002, casi todos los países de la Liga Árabe protestaron formalmente por la desfavorable cobertura de Al Jazeera, y no menos de seis –Jordania, Arabia Saudí, Kuwait, Túnez, Libia y Marruecos- retiraron en algún momento sus embajadores de Doha. “En el pasado, muchos líderes árabes ni siquiera querían hablarme”, declaró el emir de Qatar, Sheikh Hamad bin Khalifa al-Thani, al Financial Times el año pasado.1

Al mismo tiempo, Qatar ha sido algo así como un tábano en la diplomacia de Medio Oriente, queriéndose perfilar (no siempre con éxito) como una tercera opción del juego allí donde fuera, desde Israel al Líbano, desde Darfur a Afganistán.

Desde el otoño de 2010, Qatar ayudó a organizar una serie de encuentros entre funcionarios occidentales y representantes talibán, lo que llevó a especular sobre si éstos últimos abrirían una representación en Doha. A mediados de junio, WikiLeaks reveló un cable del Departamento de Estado nortamericano que mostraba hasta dónde los tentáculos de Qatar en la política regional habían irritado al Egipto de Mubarak, con una población  trescientos veces más grande:

Egipto está decidido a impedir cada iniciativa que Qatar proponga durante su presidencia de turno de la Liga Árabe, incluye propuestas que son incluso del interés nacional egipcio… El Jefe de la Misión dijo que las intromisiones de Qatar en Sudán y Palestina, y la cobertura virulenta de Al Jazeera contra Egipto fueron las principales causas de la ira de los líderes, incluyendo el presidente Mubarak. Preguntado sobre las acciones puntuales que había tomado Qatar en Sudán contra los intereses de Egipto, Naguib aceptó enseguida que en realidad no había habido ninguna. El pecado de Qatar, aclaró, nace del solo acto de meterse en el patio trasero de Egipto.

No hay mucho de Qatar que sugiera que se ha convertido en un semillero de la agitación política. Ocupante de una península con forma de dedo pulgar en el Golfo Pérsico, es un país del tamaño del estado de Connecticut (o un cuarto de Costa Rica, NDT), flanqueado por dos de los más grandes y más reaccionarios poderes de la región: Arabia Saudita, con el que linda, e Irán, con el que comparte su medio de vida económico, el yacimiento de gas más extenso del mundo.

Como muchos de sus vecinos próximos, Qatar es una monarquía hereditaria. Ha sido gobernado por la misma familia desde el siglo XIX (el discurso inaugural de la conferencia sobre democracia fue dado por el sindicado heredero, su majestad Sheikh Tamim bin Hamad al-Thani); no hay legislatura independiente y los partidos políticos están prohibidos; casi no hay grupos de la sociedad civil fuera del Estado. Qatar es también el único país, además de Arabia Saudita, dominado por la secta Wahhabi del Islam sunnita y su sistema legal está basado, en parte, en la ley de la Sharia. Por la fuerte demanda de empleo en el país, sin embargo, más del 85 por ciento de los 1,7 millones de habitantes que residen en Qatar –y el 90 por ciento de la fuerza laboral- son trabajadores extranjeros sin derechos políticos (la población nativa es de 225 mil).

En vista de su extraordinaria situación económica, es difícil entender por qué el liderazgo qatarí querría alterar el estatus quo político. Con la tercera reserva  de gas nacional más grande del mundo, es ahora el líder en exportación de gas licuado natural (GNL). Durante la última década, el rápido aumento de la demanda de GNL convirtió a Qatar en el país más rico del mundo medido en PIB per cápita, estimado por la CIA en 179 mil dólares –una estimación que sólo se espera que aumente en los próximos años. Causa de que el emirato se haya desarrollado a semejante velocidad, este vasto recurso también le permitió ofrecer a sus ciudadanos un envidiable estándar de vida sin tener que molestarse con las vicisitudes de la democracia deliberativa. Cuando visité Doha este verano (boreal, NDT) pasado, era muy comentada la revelación de que 29.000 qataríes –más de una décima parte de la población nativa– ya eran millonarios.

De hecho, Qatar parece tener un enfoque decididamente diferente hacia las revueltas populares en su vecindad próxima. Cuando las fuerzas de seguridad iraníes fueron condenadas internacionalmente por atacar a los manifestantes tras las disputadas elecciones de 2009, el primer ministro qatarí aseguró que había sido un “asunto interno” y que “debemos respetar el derecho de cada Estado a resolver sus propios problemas”. En marzo, cuando Bahrein inició una violenta represión de manifestantes en Manama’s Pearl Square, Qatar apoyó la controvertida intervención militar liderada por Arabia Saudí para sostener al régimen.2

Al mismo tiempo, aunque Qatar aloja a los principales cuarteles centrales militares de ultramar del Comando Central de Estados Unidos (CENTCOM) y fue una plataforma clave para la invasión de Irak, también ha dado apoyo a Hamas y a otros grupos de combatientes. Después de una visita en 2009, el senador (demócrata, NDT) John Kerry se quejó: “Qatar no puede seguir siendo el aliado de Estados Unidos del lunes, que envía dinero a Hamas el martes”. Pero los lazos persisten. En abril se conocieron reportes de que el liderazgo político de Hamas estaba considerando una relocalización, de Damasco a Doha. Y en agosto la prensa israelí reveló que el canciller había tomado medidas para limitar la influencia qatarí en áreas palestinas debido a su apoyo a Hamas y a otros grupos antiisraelíes.

Durante décadas, Qatar ha sido el hogar en el exilio para el prominente clérigo egipcio sunnita Sheikh Yusuf al-Qaradawi, con fuertes conexiones con la Hermandad Musulmana. Si bien sus fuertes puntos de vista sobre Israel han provocado controversias en Occidente, está considerado como un islamista moderado por muchos árabes, y el programa de Al Jazeera en el que a menudo aparece, Sharia y Vida, es muy visto en Medio Oriente. El apoyo de Qaradawi a las revueltas en el Norte de Africa y en el Levante ha difundido el mensaje de un levantamiento popular entre sus diez millones de seguidores. Justo una semana después de que los saudíes y otras fuerzas de Golfo entraron en Bahrein, sin embargo, declaró que “no hay una revolución popular en Bahrein, sino la de una secta”, refiriéndose a la mayoría chiita que encabezó la rebelión, dándo así respaldo religioso a la intervención y al aparente apoyo que mereció también de Qatar.

Y aun así Qatar no se ruborizó por abrazar –a un costo muy alto– la parafernalia del cosmopolitismo liberal. Durante la última década, no sólo contrató a la RAND, el think tank estadounidense, para modernizar su sistema educativo siguiendo lineamientos contemporáneos occidentales. También ha puesto mucho énfasis en lo que el vicepresidente de la Universidad de Qatar, Bint Jabor al-Thani, me describió como “enseñar a pensar a nuestra gente”. A través de una entidad gubernamental llamada Qatar Foundation, el país levantó una Ciudad Educativa en 2.500 acres para sedes locales del Weill Cornell Medical College, el Georgetown’s School of Foreign Service, la Northwestern’s Medill School of Journalism, la Texas A&M’s School of Engineering y otras instituciones occidentales. La fundación también apoya la sucursal en Doha de Bloomsbury, la editorial británica, un Centro para la Libertad de Prensa y un programa político de la BBC, Doha Debates, en el cual panelistas discuten frente a una audiencia en vivo usualmente sobre asuntos tabú, como el control ciudadano de los gobiernos, el Islam político y el lugar de las mujeres en el mundo árabe.
Todo esto ha llevado a algunos observadores a preguntarse en qué anda exactamente Qatar. “Es el emir,” me dice David Roberts, un analista político qatarí en la sucursal Doha del Royal United Services Institute, un think tank británico de seguridad. “¿Pero, de dónde saca esas ideas?”.

A quien visita por primera vez Doha, la capital de Qatar frente al mar, puede parecer una desconcertante mezcla de actividad febril con pachorra provinciana. Mucho del paisaje de la ciudad –incluyendo el suelo en que se halla– tiene menos de una década de antigüedad. Un gigantesco aeropuerto, diseñado para recibir 24 millones de pasajeros por año, reemplazará al actual a fines de 2012. Y, a su vez, doblará la capacidad en una posterior ampliación a completarse en 2015. Tres años atrás, el emirato inauguró el Museo de Arte Islámico, un complejo de edificios de travertino que ocupa su propia isla en las costas de Doha y alberga una colección que rivaliza con cualquiera de su tipo en Occidente. En otros tres años, apunta a terminar un nuevo Museo Nacional diseñado por Jean Nouvel –un proyecto todavía más ambicioso, descripto como faraónico. En el noroeste de la ciudad, además de las aulas high-tech de la Ciudad Educativa, la Qatar Foundation está construyendo un hospital-escuela y de investigación que tendrá el mayor respaldo financiero más grande que haya tenido una institución médica en todo el mundo: 7.900 millones de dólares.

Con todo este desarrollo, embargo, hay poco sentido de vitalidad urbana. Aunque Doha es el centro de la vida política y económica del país, sus aspectos destacados son los shopping malls, las torres de oficinas y los hoteles de mediana altura con playas privadas, a menudo separadas por desconcertantes distancias y espacios vacíos. Hasta ahora, los campus de las universidades occidentales han atraído a unos pocos cientos de estudiantes, y durante mis dos visitas al Museo de Arte Islámico tuve el sitio virtualmente para mí solo. Allí donde iba –invariablemente en auto, porque no hay transporte público y las distancias y el clima impiden caminar–, grandes proyectos de construcción estaban en marcha y los anchos bulevares se atascaban de tránsito. Pero, salvo un histórico mercado callejero donde los viejos qataríes todavía compran y los hombres van por las noches a fumar shisha, no vi gente reunida en las plazas y casi a nadie en las calles.

De hecho, puede ser difícil encontrar qataríes. Fui trasladado a mi hotel por un eritreo bajo contrato para trabajadores extranjeros por dos años. Cuando llegué, fui recibido por un portero vietnamita y un recepcionista tailandés. En muchas de las oficinas públicas que visité encontré que los cargos intermedios, a menudo seniors, eran ocupados por árabes no qataríes u occidentales. Tanto dominan los extranjeros en el sector privado que el gobierno qatarí empezó una política de “qatarización” para obligar a contratar a candidatos nativos. El gran grupo de extranjeros capacitados, sin embargo, queda empequeñecido por el más de un millón de inmigrantes sin preparación alguna que alimentan la insaciable demanda de trabajadores de la construcción.

El carácter elusivo de la sociedad qatarí se atribuye a lo que los inmigrantes en Doha describen como la tradicional insularidad de la población local. “Este es el contraste con el resto del mundo árabe. En Marruecos y en Siria, sos abrazado, atraído hacia los hogares. Eso no pasa acá”, me dijo un profesional occidental que acaba de tomar un puesto alto de una organización gubernamental qatarí. “No es difícil encontrar a gente que ha estado aquí diez años y nunca ha entrado en un hogar qatarí”.

De todos modos, parece claro que el Sheikh Hamad, el emir de Qatar, disfruta una inusual popularidad. Bahrein, sólo 25 millas al noroeste, se complicó por la violencia; los Emiratos Arabes Unidos, al sudeste, encarcelaron activistas que reclamaron liberalización y reformas; Arabia Saudita fue escenario de las mayores protestas en tres décadas en la vecina Provincia Oriental. En cambio, que se recuerde en épocas recientes, la única vez que los qataríes han tomado las calles fue cuando el país se impuso, contra toda probabilidad, como sede del Mundial de Fútbol de 2022 en diciembre pasado.

Los pocos jóvenes qataríes que conocí mostraron mucho más interés en el rápido surgimiento del país como “un país que importa”, según explicó una joven,  antes que en su transformación en más democrático. La Encuesta de Juventud Árabe, en su más reciente estudio de chicos de entre 18 y 24 años, halló que sólo un tercio de los qataríes consultados –el nivel más bajo de todos los países incluidos en la encuesta– consideraron a la democracia “muy importante”, comparado con casi tres cuartos del vecino emirato de Abu Dhabi. La misma encuesta encontró que el 88 por ciento de los jóvenes qataríes pensó que su país “iba en la dirección correcta”. En febrero pasado y a comienzos de marzo, cuando los activistas de Facebook trataron de organizar un “Día de la Ira” qatarí, la página fue rápidamente borrada y nunca vuelta a mostrar.3

Cuando el sheikh Hamad llegó al poder en 1995 deponiendo a su padre, el Sheikh Khalifa bin Hamad al-Thani, Qatar era la típica pequeña monarquía del Golfo. Apenas si se la conocía en el exterior, y aunque el Sheikh Khalifa había establecido un generoso estado de bienestar durante el boom del petróleo de los 70, mucha de la riqueza estaba concentrada en lo más alto de la pirámide. Doha tenía todavía la atmósfera de una vieja ciudad donde buscar perlas –la búsqueda era el sustento principal de la economía qatarí hasta que esa industria colapsó en los ‘30— y era conservadora incluso para los estándares del Golfo. A las mujeres no se les permitía conducir y eran raramente vistas en público. Las revistas periodísticas internacionales eran cuidadosamente ocultadas antes de que cualquier fotografía sugestiva pudiera verse en los puestos de diarios.

Parte de esto se debía a los históricos lazos con Arabia Saudita. La península qatarí había estado escasamente poblada hasta finales del siglo XVIII, cuando una serie de villas pesqueras se multiplicaron en las costas y las tribus wahabíes empezaron a migrar desde el interior de Arabia. En los siglos XIX y XX cayó bajo dominio otomano y después bajo el protectorado británico, pero permaneció extremadamente pobre y con casi ninguna institución moderna hasta el descubrimiento de petróleo a mediados del siglo XX. 4 Incluso después de ganar su independencia, en 1971, sus políticas parecían moverse casi totalmente en paralelo con las de Arabia Saudita. Al principio de los 90, sin embargo, Qatar había empezado a enredarse en una disputa fronteriza con su gran vecino y, según varios analistas del Golfo con los que hablé, fue por influencia saudí.

Contra todos esos antecedentes, el acceso del Sheikh Hamad al poder le dio al país una oportunidad para redefinirse como tal. En 1996 fundó Al Jazeera, que rápidamente se convirtió en el más grande canal árabe, que reportaba con fuerza acontecimientos en todo Medio Oriente. Ese mismo año, una misión comercial israelí llegó a Doha—un hecho sin precedentes en el Golfo, seguido por una visita a Qatar del primer ministro Shimon Peres.5  Poco después, el emir empezó a construir una base aérea de mil millones de dólares para las fuerzas de los Estados Unidos, que afrontaba crecientes presiones de Arabia Saudita.

En parte, estas distintas movidas fueron impulsadas por el asesor más cercano del emir, el canciller (y desde 2007 también primer ministro) Sheikh Hamad bin Jassem bin Jaber al-Thani. Ambos, al parecer, intentaron fortalecer la legitimidad del pequeño emirato como un estado autónomo. “Es lo importante que hizo Sheikh Hamad cuando depuso a su padre”, me dijo recientemente J.E. Peterson, un especialista del Golfo, también antiguo asesor del gobierno de Omán. “Él mostró que Qatar iba a buscar una estrategia independiente y no iba a quedar bajo el pulgar de los saudíes”.

En casa, mientras tanto, el emir cerró el Ministerio de Información, tradicional símbolo estatal de control de la prensa, y rápidamente anunció una serie de las más vastas reformas políticas. Esto incluyó la creación de un concejo municipal electo en la capital qatarí; la redacción de una nueva constitución que fue aprobada por referéndum; y dar a las mujeres el derecho a votar y a competir por cargos municipales (así como a conducir automóviles). Hubo incluso conversaciones sobre un parlamento surgido de elecciones.
A diferencia de recientes esfuerzos de otras monarquías del Golfo –como el anuncio de Arabia Saudita en septiembre pasado de que garantizaría a las mujeres del derecho a votar y a competir por puestos municipales, pero manteniéndoles la prohibición de conducir–, las reformas qataríes no fueron llevadas adelante por presiones desde abajo. Y, en algunos aspectos, los cambios fueron grandes.

Alentado por la glamorosa esposa del emir, Sheikha Moza, a cargo de la Qatar Foundation y quien ha tenido una influencia decisiva en reformas domésticas, las mujeres qataríes han empezado a desafiar el sistema patriarcal con creciente énfasis (todavía visten prendas tradicionales, aunque a veces lucen occidentales debajo, con aretes visibles bajo los hijabs con los que se envuelven de modo bastante suelto). Algunas aspiran a puestos públicos altos, y la tasa de divorcios está ahora entre las más altas de Medio Oriente. La Sheikha Bint Jabor al-Thani, de la Universidad de Qatar, donde los estudiantes son separados por género, me dijo: “La población estudiantil es en un 77 por ciento femenina. Creo que alcanzará el 85 por ciento muy pronto. Esto preocupa a algunos. Los hombres se están quedando atrás”.

Con todo, muchas de las reformas políticas se han estancado. Las elecciones parlamentarias, originalmente prometidas para 2005, han sido pospuestas indefinidamente. Con el tiempo transcurrido, pese a las menciones del Sheikh Hamad sobre elecciones, el país sigue bajo el antiguo y en gran medida incontrolado sistema de gobierno, con casi todas las principales decisiones tomadas por el Emiri Diwan, el despacho del Emir.

Según Mehran Kamrava, el director de la Georgetown University’s School of Foreign Service en Doha, las anunciadas reformas fueron un modo, para el emir, de asegurarse apoyo internacional, mientras consolidaba su control sobre el fracturado clan al-Thani. Una vez logrado, la presión desapareció. En un estudio de la política qatarí de 2009, Kamrava escribió que “las perspectivas de que el sistema político se democratice no parecen ni remotamente posibles.”6

Cuando el Sheikh Hamad fundó Al Jazeera en 1996, con un fondo de 140 millones de dólares, su principal innovación, según los miembros más antiguos del staff y otros observadores, fue simplemente su habilidad para cubrir noticias en árabe con alguna aproximación a los estándares occidentales de independencia. “Nosotros no tenemos esta misión de impulsar la democratización”, me dijo en Doha Mhamed Krichen, un presentador de noticias del servicio de Al Jazeera desde su fundación. “Pero esa fue la lógica creada cuando empezamos a mostrar las dos caras de un asunto. No fue fácil meter a los israelíes en el canal”.

En su primera década, la organización se hizo un nombre con su audaz cobertura del 11 de Septiembre, Irak y Afganistán. La frecuente difusión de declaraciones de Osama bin Laden y su incomparable acceso a combatientes levantó acusaciones de que tenía un sesgo antiestadounidense (el New York Daily News la llamó “una usina de propaganda árabe controlada por el gobierno medieval de Qatar, enmascarada como una verdadera empresa de medios”). Pero para los televidentes en Medio Oriente, la credibilidad de Al Jazeera provino de su voluntad de explorar los límites de lo que podía ser reportado y, sobre todo, de su increíble habilidad para capturar el clima prevaleciente en la calle.7

Con su creciente influencia, sin embargo,  Al Jazeera también se convirtió en un poderoso elemento de la política exterior de Qatar. En cables de 2009 liberados por WikiLeaks, la embajada de EE.UU. en Doha reportó que las relaciones Qatar–Arabia Saudí habían mejorado como resultado de la “disminución del cuestionamiento de la familia real saudita en al-Jazeera” y que el primer ministro de Qatar dijo a Mubarak: “Pararíamos a al-Jazeera por un año si acepta, en ese mismo período de tiempo, entregar un asentamiento duradero para los palestinos” (declinó la oferta). Aunque insiste en la independencia de la cadena, Krichen reconoció que “después de quince años, y de todo lo que pasó –la Intifada, el 11 de Septiembre, bin Laden, Irak, y ahora estas rebeliones—en general hay ahora muchos parecidos” entre lo que cubre Al Jazeera  y la política exterior de Qatar.

El creciente involucramiento del gobierno en Al Jazeera pareció quedar en evidencia el 20 de septiembre, cuando se anunció que Wadah Khanfar, el tan recordado palestino que fue director de la cadena desde 2003, sería reemplazado por el Sheikh Ahmed bin Jassim bin Mohammed al-Thani, un ejecutivo de la industria del gas natural y miembro de la familia real. Unas pocas semanas antes, WikiLeaks había revelado cables que mostraban que Khanfar se reunió con funcionarios del Departamento de Estado y de otros organismos varias veces durante la última década para escuchar quejas sobre Al Jazeera; las razones de la partida de Khanfar permanecen poco claras, pero el gobierno de Qatar podría estar más preocupado por la apariencia de una influencia extranjera en la cadena que de la suya propia.8

Durante las recientes revueltas, observadores en Medio Oriente notaron que el servicio en árabe de Al Jazeera apenas mencionó las protestas en Arabia Saudita y fue al comienzo lenta para informar sobre las revueltas en Siria, que había sido un aliado de Qatar. Sobre todo, pareció ignorar la violenta represión en Bahrein. “Estuve en Bahrein, en febrero, y todos en la calle hablaban de por qué Al Jazeera no estaba cubriendo eso”, dijo Toby Matthiesen, quien recientemente escribió sobre las rebeliones en estas páginas.9 “Son 35 minutos de avión desde Doha. La gente se dispara en las calles. Y a los qataríes no se lo están mostrando.”

Pero incluso en el Golfo la posición qatarí puede ser difícil de leer. En 2006, por ejemplo, después de la guerra en El Líbano, el emir de Qatar habló de una “victoria” de Hezbollah sobre los israelíes y proveyó millones de dólares de ayuda para reconstruir cuatro villas de Hezbollah fuertemente bombardeadas. Pero sólo unos pocos meses más tarde, Qatar invitó al canciller israelí Tzipi Livni a la Sexta Conferencia sobre Nuevas o Restauradas Democracias, un foro patrocinado por la ONU, lo que generó un cáustico reproche de Arabia Saudita (Livni declinó la invitación, pero después envió unas palabras de introducción al Fórum de Doha de 2008 sobre Democracia, Desarrollo y Libre Comercio). Y en mayo de este año, con las tropas del Golfo ayudando a los líderes suníes de Bahrein a reprimir una mayoría de manifestantes chiítas, Moqtada al-Sadr, el líder chiita iraquí y manifiesto crítico de la intervención en el Golfo, fue un invitado del emir de Qatar en Doha.

Mientras tanto, el servicio en inglés de Al Jazeera, que arrancó en 2006, ha sido elogiado en Occidente por su intensa y abarcativa cobertura de las recientes revueltas, incluso en el Golfo. (Ahora está disponible en varias ciudades de Estados Unidos, incluyendo Washington, D.C., y New York). En julio, la cadena produjo Shouting in the Dark (Disparos en la oscuridad), un documental de 50 minutos sobre las revueltas en Bahrein, cuyo análisis de la represión provocó que el gobierno bahreiní entregara una protesta formal a Qatar. A diferencia del servicio en árabe de Al Jazeera (que no emtió el documental), Al Jazeera en inglés no es mirado por decenas de millones de televidentes árabes en Medio Oriente. Su audiencia es predominantemente de élite occidental e internacional, personas que no suponen una amenaza directa a la estabilidad qatarí o regional.

Cuanto más uno está en Doha, más claro se vuelve que sus realidades política y social son manejadas con notable sutileza. Trabajadores inmigrantes, muchos de ellos del sudeste asiático, integran la gran mayoría de la población que todavía permanece invisible. Son alojados en campos de trabajo lejos de la ciudad, a la cual son conducidos en buses antes del amanecer. Todavía más discretas son las grandes instalaciones militares estadounidenses clavadas en el desierto. En otras discretas esquinas hay ahora iglesias católicas y anglicanas, e incluso una tienda de licores fuera de la ciudad para proveer a la creciente población venida de fuera (hace falta una licencia especial para entrar en esos comercios). En tanto, los lugareños hablan de una animada cultura de intercambio social, que, sin embargo, se encuentra principalmente detrás de puertas cerradas (las reuniones públicas están estrictamente reguladas y raramente ocurren). Según la tradición, los hombres qataríes participan de un majlis, una reunión de la vecindad que transcurre en hogares privados

Al final, el genio particular del Sheikh Hamad, según parece, ha consistido en promover a Qatar como uno de las más sofisticadas y abiertas sociedades del Golfo, siempre cuidando de mantener intacto su cerrado sistema político y social, y su estatus en el mundo islámico y entre las tradicionales monarquías del Golfo. De hecho, con todo su activismo diplomático, las preocupaciones de Qatar, como la de las demás naciones del Golfo, son esencialmente pueblerinas: seguridad militar, seguridad alimentaria, estabilidad social y un sistema económico que puede ser sostenido, bajo un clima hostil, en el largo plazo –incluso más allá de la era del gas y del petróleo.
Desde esta perspectiva, el involucramiento de Qatar en las revueltas árabes y su notable intervención en Libia podrían adquirir un aspecto diferente. “Ellos podrían estar jugando un juego de fondo”, me dijo  Kristian Coates Ulrichsen, un especialista en política y seguridad en el Golfo de la London School of Economics. Liderando el apoyo del mundo árabe a los rebeldes libios, sugirió, el emirato no sólo se puso del lado de los revolucionarios (y su apoyo directo a varios líderes rebeldes maximizan sus posibilidades de asegurarse un ganador final). También permitieron a Qatar y a otros estados del Golfo que los siguieron mostrarse como miembros responsables de la comunidad internacional, mientras distraen la atención sobre el propio Golfo. Para Qatar, al menos, promover la democracia afuera  e invertir profusamente en una población comparativamente joven en casa le ha permitido al emir permanecer a la cabeza de los cambios que barren la región, todo, mientras se refuerza su propio control del poder.
***
1 Financial Times , Octubre 24, 2010.
2 La intervención fue respaldada por los seis miembros del Gulf Cooperation Council, la organización de estados del Golfo de la cual Qatar es miembro fundador. Encabezada por tropas de Arabia Saudí y de Emiratos Arabes Unidos, fue ampliamente considerada como una iniciativa saudí, aunque la Agencia de Noticias de Qatar reportó luego que un pequeño número de oficiales qataríes también había tomado parte. Ver “Qatari Force Joins Peninsula Shield Forces in Bahrain,” QNA, March 17, 2011. ↩
3 La fracasada protesta en Facebook, que ocurrió el 16 de marzo y pudo haber sido organizada desde otro país, pareció tener un cariz anti-occidental, llamando a romper con Israel, a expulsar a las tropas de EE.UU. de Qatar y a excluir a la esposa de ideas liberales del emir de los asuntos públicos, además de reprochar la venta de alcohol y la construcción de una iglesia. Ver See L. Barkan, “Clashes on Facebook Over Calls for Revolution in Qatar,” Middle East Media Research Institute, March 3, 2011. ↩
4 Hasta la mitad del siglo, Qatar no tuvo teléfonos y se practicaba la esclavitud. Rupert Hay, un funcionario político británico en Qatar en esa época, escribió que “antes de 1949 no había, prácticamente hablando, administración y [el gobierno qatarí] era enteramente patriarcal”. Ver Jill Crystal, Oil and Politics in the Gulf: Rulers and Merchants in Kuwait and Qatar (Cambridge University Press, 1995). ↩
5 La misión comercial israelí en Doha, que actuó como un canal informal para contactos políticos con Israel, siguió abierta durante la segunda Intifada y durante la guerra del Líbano, hasta que fue oficialmente cerrada por el gobierno qatarí en 2009, para protestar por la guerra en Gaza. Varias personas con las que hablé, sin embargo, dijeron que una presencia de bajo nivel continuó en Doha hasta 2011. Para un debate sobre esta relación, ver Uzi Rabi, “Qatar’s Relations with Israel: Challenging Arab and Gulf Norms,” The Middle East Journal , 2009. ↩
6 Debido a la larga historia de golpes palaciegos de Qatar, el gobierno avanzó en eliminar el disenso dentro de las casa monárquica gobernante y entre las familias líderes, incluyendo la prohibición de miembros de una tribu asociada con el complot de 1996 para devolver al poder al antiguo emir, supuestamente apoyada por Arabia Saudí. Ver Mehran Kamrava, “Royal Factionalism and Political Liberalization in Qatar,” The Middle East Journal , Summer 2009. ↩
7 Para un inmejorable relato de la notable primera década de Al Jazeera, ver Hugh Miles’s Al Jazeera: The Inside Story of the Arab News Channel That is Challenging the West(Grove, 2005). ↩
8 El día después del anuncio, Khanfar dio una entrevista a Al Jazeera en la cual negó que su relevo estuviera vinculado con las revelaciones de Wikileaks o con presiones políticas. ↩

 

9 Joost Hiltermann and Toby Matthiesen, “Bahrain Burning,” The New York Review , August 18, 2011.

 

Por: Hugh Eakin  /   October 22nd, 2011 → 3:16 pm @ elpuercoespín

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