La alharaca de los insufribles líderes de la OTAN, los petroreyezuelos del golfo Pérsico y sus bocinas mediáticas sobre el supuesto bombardeo del presidente Bashar Assad contra su propio pueblo, evoca reminiscencias no tan lejanas. ¿Recuerdan Libia?
Otra vez el desgarro de vestiduras no tiene nada que ver con la preocupación por los derechos humanos. Carecen de moral para ello los genocidas de Hiroshima y Nagasaki, verdugos de India y Argelia, masacradores de Vietnam y asesinos de más de un millón de iraquíes, por sólo mencionar algunos hitos notables del prontuario criminal de las democracias occidentales. Sin olvidar, claro, las democráticas palizas contra los indignados.
Otra vez se trata de justificar la intervención militar y el cambio de régimen, esta vez en Damasco. Intervención que ya está en curso mediante las bárbaras acciones contra civiles y militares de grupos violentos, armados desde Líbano, Turquía y Jordania, y reforzados desde allí por militantes de Al Quaeda de distintas latitudes. En los recientes atentados terroristas con coches bomba en la ciudad de Alepo se observa la inconfundible marca de fábrica de la nebulosa red. Al igual que ya ocurrió en Libia, el financiamiento de las acciones subversivas y desestabilizadoras corre por cuenta de esos modelos de enternecedor desvelo por los derechos humanos, las reaccionarias monarquías de Arabia Saudita y Qatar y demás emiratos integrantes del Consejo de Cooperación del Golfo, con el apoyo de sus viejos compinches de los servicios secretos británicos y de la CIA.
El cambio del actual régimen en Siria debilitaría seriamente a Irán, núcleo del polo de resistencia contra el imperialismo y el sionismo en la región medioriental, acosado por eso y no por su programa nuclear pacífico. A la vez, dejaría en una situación muy precaria a Hezbolá, artífice y articulador de la alianza patriótica libanesa, que ya ha propinado fuertes golpes a Israel. Siria ha sido uno de los tres pilares de este polo, firme aliado de Irán y Hezbolá, refugio de líderes palestinos y otros revolucionarios árabes y sede de sus organizaciones, opuesta a los acuerdos de paz por separado con Israel. Hay que reconocerlo en honor a la verdad, por más defectos que tenga el régimen de Assad. Por cierto, éste ha accedido durante meses, en diálogo con la oposición pacífica, a realizar reformas hasta ahora obstaculizadas por la creciente subversión. El mismo obstáculo puede frustrar el referendo convocado para el próximo 26 de febrero donde se votaría una nueva Constitución de régimen multipartidista, que tanto han pedido Estados Unidos y su comparsa anglofrancesa. Pero es evidente que no se conforman con nada menos que el regime change, para lo cual empujan a Siria a la guerra civil y al desmembramiento de su mosaico confesional y étnico con la complicidad del Consejo Nacional Sirio, presunto liderazgo opositor.
Es significativo que la presidencia qatarí de la Liga Árabe, suerte de OEA medioriental, se haya negado a publicar el informe redactado por su propia misión de observadores en Siria (globalresearch.ca/), que muestra un cuadro de situación completamente distinto del que nos quieren hacer creer los pulpos mediáticos.
Pero lo que está en juego en Siria va más allá de su importantísimo papel en la ecuación de poder meramente medioriental. Es de mayor envergadura geopolítica aún, como lo demuestra el doble veto ruso-chino en el Consejo de Seguridad de la ONU. La instauración de un régimen pro imperialista en Damasco significaría cruzar la línea roja del círculo de defensa ruso, afectar los intereses chinos en ese país y facilitar el ataque que se prepara hace años contra Irán. No hay que ser experto en geopolítica. Basta observar con cuidado el mapa de Medio Oriente y sur de Asia, los yacimientos de petróleo, la posición del estrecho de Ormuz y el mar Rojo, el trazado de los oleo/gasoductos y la ubicación de las bases de Estados Unidos en el área para darse cuenta que la destrucción de Siria e Irán harían muy vulnerables a Moscú y Pekín frente a Washington.
Pero en caso de agresión a Irán el fatídico uso de armas nucleares parece inevitable y la consiguiente extensión del conflicto a Rusia y China, pues Washington y Tel Aviv no pueden reducir a la nación persa con medios convencionales. Irán es mucho más duro de roer que Irak y Afganistán, donde los yanquis han sido humillados por la resistencia.