
En el capítulo anterior consignábamos que si bien durante la presidencia de Arturo Alessandri, el movimiento estudiantil había logrado tener un auge importante, su gobierno no permitió que éste se desarrollara fuera del marco universitario.
Sin embargo, los estudiantes siguieron entregándole el apoyo al presidente. Recordemos que el gobierno de Alessandri, en sus primeros años, tuvo que hacer frente a un Parlamento en su mayoría antialessandrista, que obstruyó la aprobación de varios proyectos de ley. Sólo en 1924 la Alianza Liberal logró conquistar la mayoría de las cámaras. Entonces, los conservadores comenzaron a golpear la puerta de los cuarteles.
El 5 de septiembre de 1924 se produce un golpe de Estado. La junta militar encabezada por la marina y sectores del ejército, aprovechó los roces entre Alessandri y el Parlamento para tomar el poder. En tres días hizo aprobar por el Congreso leyes pendientes desde hacía varios años y un reajuste de sueldo para las fuerzas armadas. Asimismo, otorgó un permiso constitucional a Alessandri para que se ausentara del país. Poco después, la junta militar disolvió el Congreso e implantó el estado de sitio.
El golpe militar del 23 de enero de 1925, encabezado por el general Carlos Ibáñez del Campo, desplazó del poder a los antiguos generales y almirantes ligados a la oligarquía terrateniente y al imperialismo inglés. Por su lado, los sectores populares se movilizaron para exigir la vuelta de Alessandri. El 25 de enero de ese año, se reúnen en una gran asamblea, delegados de la Federación Obrera y de otras sociedades o agrupaciones independientes a la que se agregaba una nutrida concurrencia de personas del sector obrero y de los estudiantes. Se acuerda bregar por el regreso de Alessandri y por la convocación a una Asamblea Constituyente.
En la fase final de su gobierno, Alessandri hizo aprobar una nueva Constitución mediante un llamado a plebiscito. La nueva Constitución, se promulga el 18 de septiembre de 1925. (Esta Constitución continúa vigente, pues no ha sido derogada por órgano jurídico competente alguno, ni siquiera por el bando n°3464 que se ha dado en llamar Constitución de 1980).
Alessandri logró también que se aprobara el impuesto a la renta y la creación del Banco Central, iniciando la fase de mayor intervención del Estado en el desarrollo económico del país.
Otra de las intervenciones importantes de los estudiantes universitarios en el conflicto político, radica en su decidida participación en la caída del dictador Ibáñez. Éste había sido elegido el 27 de mayo de 1927 casi con el cien por ciento de los votos. Su gobierno desencadenó una represión selectiva en contra de la vanguardia del movimiento obrero. Impuso un régimen dictatorial, canceló gran parte de las libertades democráticas, reforzando el aparato represivo con la creación del Cuerpo de Carabineros. Además, hizo elegir un parlamento incondicional, llamado “Congreso Termal” a raíz de su constitución en las termas de Chillán, a espaldas del veredicto popular.
La crisis de 1929 cortó un proceso de crecimiento económico que se había dado en los primeros años de su gobierno, debido a los altos precios del salitre y del incremento de la demanda de cobre. A las protestas populares, Ibáñez respondió con más represión. Esto, no hizo más que aumentar el descontento. El “frente cívico” alentó las protestas callejeras de la FECH. El 22 de julio de 1931 se declaró la huelga estudiantil con ocupación de la Universidad. Los profesionales, encabezados por los médicos, llamaron a una huelga general de protesta por la muerte de un profesor y de un estudiante.
El dictador fue derrocado el 26 de julio de 1931 por un frente político masivo y heterogéneo.
Inmediatamente después de la caída de Ibáñez, durante el gobierno de Juan Esteban Montero, se consagra, en los hechos, la autonomía universitaria, que es incorporada a los Estatutos de la Universidad de Chile. Decimos en los hechos, pues en 1927 Ibáñez, mediante un decreto, había otorgado autonomía institucional y financiera a la Universidad de Chile, misma que nunca se concretó.
Durante un largo período, el movimiento estudiantil prácticamente no tiene participación importante, ya sea en demandas gremiales o en actividades políticas, sino hasta 1967, año de la revitalización de la reforma.
Si bien el gobierno de Eduardo Frei Montalva con su propuesta de “revolución en libertad”, realiza algunas reformas en beneficio de trabajadores, estudiantes y sectores populares, el movimiento estudiantil considera que ha llegado el momento de avanzar hacia reformas mucho más profundas.
El antecedente directo del movimiento de 1967, fue la Convención de Reforma Universitaria organizada en 1966 por la Federación de Estudiantes de la Universidad de Chile, FECH. Algunos autores apuntan que el impulso que tomaron los movimientos universitarios en esta década, tiene sus raíces en dos acontecimientos históricos de gran envergadura: la Revolución Cubana (1959) y la realización del Concilio Vaticano II (1962-65).
El 15 de junio de 1967 se inician las movilizaciones en la Universidad Católica de Valparaíso con la toma de la Escuela de Arquitectura por parte de los estudiantes y con el apoyo de los docentes en demanda de cogobierno, universidad abierta, rector elegido por los académicos, no por la jerarquía católica. El movimiento logra sus objetivos en unos pocos días, toda vez que son aceptadas la mayoría de sus demandas.
El 11 de agosto se produce la toma de la casa central de la Universidad Católica de Santiago, en demanda de una reforma profunda que llevara a la democratización de la Universidad. Este movimiento liderado por el presidente de la FEUC, Miguel Angel Solar, encuentra una fuerte oposición del gremialismo, movimiento conservador y reaccionario fundado por Jaime Guzmán y el cura Osvaldo Lira. Este grupo se identificaba con el movimiento FIDUCIA, nombre de la revista que publicaba la agrupación ultra conservadora de laicos católicos Tradición, Familia y Propiedad que tiene su sede en Sao Paulo, Brasil. Varios integrantes del gremialismo ocuparon puestos claves en la dictadura cívico-militar y ahora, en el gobierno, bajo el alero del partido político UDI.
Famoso es el lienzo desplegado en la fachada de la casa central de la Universidad Católica con la frase “Chileno, El Mercurio miente”, diario que lideró la campaña de desprestigio del movimiento de reforma.
En 1968, coincidiendo con el “mayo francés”, se habían extendido los movimientos estudiantiles al resto de la universidades del país: Universidad Técnica Federico Santa María, Universidad Técnica del Estado (actual USACH), Universidad de Chile y Universidad de Concepción.
Universidad de Chile y la Reforma de 1969.
En 1969 se inició, en la Universidad de Chile, una amplia reforma estructural de la institución. En relación a la Declaración de Principios que resultó de ese proceso, surgieron dos tesis fundamentales: una cuya redacción se debió al profesor Félix Schwartzmann y otra cuyo texto fue redactado por el profesor Eduardo Novoa Monreal. Trataremos de sintetizar los puntos que, a nuestro juicio, son más destacables para el objetivo de este artículo y que pudieran constituir un aporte para la discusión actual sobre las tareas de la universidad.
El profesor Schwartzmann plantea en uno de los párrafos de su propuesta: “La forma más acabada de la nueva universidad sólo puede surgir como consecuencia de la transformación radical de las estructuras económicas y sociales del país. El papel creador de la universidad renovada, únicamente lo asegura una sociedad cuya filosofía, intereses y prácticas permita desplegarlo en beneficio de todos sus individuos”.
Y prosigue: “La función revolucionaria de la universidad en los países subdesarrollados no puede ser, exclusivamente, conciencia de la necesidad de cambio, sino que debe trasmutarse en voluntad y decisión de cambio. Actuar y pensar de otra manera, sería simplemente eludir el compromiso que ella tiene con la renovación de su mundo. Expresado todavía de un modo más concreto, la cualificación de esta posibilidad revolucionaria tiene que entenderse en el sentido de que la transformación de las funciones tradicionales de la universidad debe complementarse o más bien, traducirse en un compromiso que ella contrae con todas aquellas fuerzas que luchan por producir los más profundos cambios sociales, participando junto a ellas y estimulando sus iniciativas”.
En general, ambas tesis son coincidentes en el papel que debe cumplir la Universidad de Chile como parte integrante de la sociedad. Las pequeñas diferencias, se refieren, especialmente, a su organización y funcionamiento. Veamos, entonces, la descripción que nos entrega el profesor Novoa Monreal de los fines que debe cumplir la universidad:
“Los universitarios que integramos la Universidad de Chile hemos tomado conciencia de que conformarnos solamente con una actividad científica, artística o cultural, sería una forma de contribuir a que se mantenga el “status” social vigente, cuyo repudio es el primer origen de la Reforma y cuya total sustitución es su más genuina meta. Por ello proponemos una universidad definidamente comprometida con los cambios sociales que han de conducir a una sociedad mejor y más humana. De ahí que insistamos en la necesidad de plantear, como reflexión fundamental, la situación actual de nuestra sociedad, para luego enunciar la función que corresponde a la Universidad de Chile en esta etapa de la vida del país”.
En otro de sus párrafos, Novoa Monreal expone: “Esta es la razón por la que proclamamos nuestra decisión de luchar, desde el campo que nos asigna nuestra condición de universitarios, por abolir definitivamente en Chile la ignorancia, la miseria, la alienación y la explotación del hombre por el hombre, por liberarnos del imperialismo que se enriquece a expensas de Latinoamérica y de otros pueblos y por extirpar toda injusticia social”.
En 1971, Salvador Allende destacaba el compromiso de las universidades en el proceso político, social y económico del país. En el discurso de inauguración del año escolar, el 25 de julio de ese año planteaba: “Hoy, las universidades de la patria se anticiparon en la inquietud de los sectores populares, tienen conciencia de que no puede haber universidades amorfas, universidades al margen del proceso social, tienen que ser y serán, universidades comprometidas con los problemas del pueblo y con los cambios estructurales que el pueblo reclama; universidades cuyas experiencias científicas y cuyos avances tecnológicos tienen que estar íntimamente vinculados a los procesos del desarrollo nacional en los campos regionales a lo largo de toda nuestra patria”.
En todos los movimientos de reforma universitaria en América Latina, el factor común, es su relación ineludible con cambios profundos en la sociedad. El dirigente estudiantil cubano Julio Antonio Mella planteaba en su tiempo: “En lo que a Cuba se refiere, es necesario primero una revolución social para hacer una revolución universitaria”. Por su parte, Deodoro Roca, redactor del Manifiesto Liminar de Córdoba en 1918, escribe en 1936: “Hoy la juventud comprende bien que no puede haber reforma educacional ‘a fondo’, sino con una reforma social también de fondo”.
Para terminar, una reflexión que hacía el 27 de agosto de 1970 el ex rector de la Universidad de Buenos Aires, Risieri Frondizi, respecto de la reforma universitaria: “La realidad universitaria resiste las reformas; las fuerzas que oponen resistencia son a veces poderosas. Las hay de carácter psicológico, político, financiero, etc. Una reforma nunca cuenta con el apoyo de los factores de poder ni con la gran prensa que es, por lo general, una empresa comercial al servicio de una ideología reaccionaria”.
El proceso de reforma universitaria en Chile continuó hasta 1973, cuando el golpe militar no sólo destruye el sistema de educación pública, sino que acaba con 163 años de Estado republicano.
http://www.elclarin.cl/web/index.php?option=com_content&view=article&id=3641:movimientos-estudiantiles-y-revolucion-iii&catid=13:politica&Itemid=12