Hace por lo menos dos décadas que propuse, con otros pensadores, la idea de que estábamos ante una crisis de civilización. Mi vía de entrada fue el análisis de la crisis ecológica y del rol de las fuerzas de la naturaleza como un factor central que se agregaba a la contradicción clásica entre fuerzas productivas y relaciones de producción.
Estas ideas las desarrollé en Modernidad y Ecología
(Nexos, 169, 1992), un ensayo traducido al inglés, francés, italiano y portugués. Esta idea opera como una tesis estratégica para entender a cabalidad la dimensión del atolladero en el que está metido el mundo contemporáneo. Aceptarla implica quitarse los anteojos obsoletos de la especialización, de muchos supuestos ideológicos, de los dogmas culturales y políticos y de las inercias conceptuales y teóricas, incluidas las que aún dominan al pensamiento de izquierda. Estos 20 años anteriores han sido claves, porque ha habido una acumulación progresiva de evidencias que han demostrado la validez de esa idea. Hoy, afirmar que vivimos una crisis de la civilización moderna es cada vez más un lugar común. Hoy existen nuevas formulaciones teóricas que dejan atrás las ideas de desarrollo, progreso y crecimiento para ser sustituidas por las de sustentabilidad, buen vivir y decrecimiento. Ello supone una reformulación radical de paradigmas, valores y maneras de concebir al mundo y a la historia. Y lo más importante, hoy existen en muchas partes del mundo movimientos alternativos e innovadores, indignados con el sistema y sus sectores hegemónicos.
Es en este contexto que la propuesta del candidato presidencial mexicano Andrés Manuel López Obrador (AMLO) de construir una república amorosa adquiere una especial notoriedad. Extraña, surge en un mundo donde la política se ha convertido en una práctica indecorosa, sin ideas ni valores, donde se repiten fórmulas gastadas, en complicidad con los poderes económicos. AMLO ha invertido esta vez la pirámide: en vez de proponer reformas estructurales, planes económicos o proyectos sociales, le ha dado prioridad a lo que él llama una constitución moral
o un código del bien
(La Jornada, diciembre 6, 2011). Sin mencionarlo, AMLO realiza una tácita aceptación de la dimensión civilizatoria de la crisis actual, al privilegiar la escala de valores del ser humano como el eje de su programa. Al reconocer que es “…urgente revertir el desequilibrio que existe entre el individualismo dominante y los valores orientados a hacer el bien en pro de los demás”, desafía uno de los pilares de la civilización actual. Regenerar es entonces cambiar radicalmente los valores dominantes para “…auspiciar una manera de vivir, sustentada en el amor a la familia, al prójimo, a la naturaleza y a la patria”, pues desde su visión el país goza de una ventaja: “…en los pueblos del México Profundo se conserva aún la herencia de la gran civilización mesoamericana y existe una importante reserva de valores para regenerar la vida pública”, una idea madurada en su visita a Oaxaca. Con ello sintoniza su propuesta con los experimentos societarios de los países andinos, donde el concepto indígena del buen vivir se ha vuelto el objetivo central de la política.
¿Cómo llevar a la práctica todos estos predicamentos?, ¿cómo convertirlos en praxis política? Estas preguntas repetidas por numerosos analistas, logran responderse cuando adoptamos una visión de cambio civilizatorio, y cuando prestamos atención a los sectores que más han avanzado en la construcción de modos de vida alternativos. Aquí la geometría sugerida por Alfonso Reyes en su Cartilla moral y adoptada por AMLO, que va del individuo hasta la naturaleza, pasando por la familia, la sociedad, la patria y la propia especie, a manera de círculos concéntricos, felizmente se encuentra con la misma proyección que hoy siguen propuestas de sustentabilidad y de ecología política en todo el mundo. Y entonces es posible comenzar a construir, bordar, conectar, regenerar…
En la escala individual hay que reforzar la educación pública, laica y científica, pero matizándola para reducir el racionalismo extremo que busca individuos tecnificados y obedientes, mientras se da el mismo lugar a la ética y al arte, que es imaginación, sentimiento, compromiso y libertad. Se trata de quebrar el modelo individualista y competitivo por el de un sujeto solidario y consciente. Deben además abrirse miles de centros comunitarios y barriales de apoyo al individuo, donde se ofrezcan encuentros terapéuticos que privilegien la salud colectiva mediante la correcta socialización del individuo. En el nivel doméstico, la meta será la de lograr casas ecológicas, sustentables y/o autosuficientes, donde se viva a partir de energía solar, agua capturada y reciclada, materiales locales, basura hecha útil, y alimentos producidos ahí mismo o adquiridos en mercados orgánicos y justos, y bajo las pautas de un consumo responsable. Veo a la república amorosa, formada por millones de hogares autosuficientes donde no se depende más de la CFE o de las agencias privadas o públicas de agua, con familias sanas y respetuosas de la naturaleza y de los otros. A escala del país se requiere iniciar la transición energética para dejar atrás al petróleo y al gas, y sustituirlos por fuentes de energía renovables. Con ello, México estará contribuyendo al enfriamiento del planeta y a la supervivencia de la especie. Se necesitan ciudades bien planeadas, con aire limpio, espacios verdes para la producción sana de alimentos, transporte colectivo y no contaminante, numerosos sitios para la convivencia. Igualmente una industria, incluido el turismo, que se rija por principios ecológicos y que respete los derechos laborales, y una producción agropecuaria, forestal y pesquera basada en principios agro-ecológicos. En suma, se necesita incentivar o robustecer al poder social, facilitando a los ciudadanos organizados el control de los procesos que les afectan en cada territorio.
Los principales enemigos de la república amorosa son los individualistas que hoy conducen los bancos, las corporaciones, las petroleras y los partidos. Ellos son el 1 por ciento denunciado por los indignados que explota al otro 99 por ciento. Llevada hasta sus últimas consecuencias, la república amorosa convierte al país en un mundo sin bancos, corporaciones, petróleo y partidos. Ello se logra apuntalando el poder ciudadano y sustituyendo bancos usureros por cajas de ahorro locales y regionales, cooperativas y empresas familiares por corporativos, dispositivos multi-escalares de energías alternativas por Pemex, y comunas y asociaciones en vez de partidos. Ello es ya un cambio de civilización, el derrumbe de una idea de sociedad basada en la acumulación de riqueza, el individualismo y el racionalismo, los minerales fósiles, el uso perverso de la ciencia y la tecnología, el contubernio entre poder político y económico, y la explotación de los hombres y de la naturaleza.
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