Noviembre 7, 2024

Jugando con fuego: Obama amenaza a China

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chinesearmyEn lo que respecta a su política para con China, ¿no está la administración Obama saltando de una sartén caliente directamente al fuego? En un intento de darle vuelta a la página después de dos guerras desastrosas en el Gran Oriente Medio, lo que acaba de hacer Obama se aproxima a haber iniciado una nueva guerra fría en Asia, una vez más con el petróleo como clave para la supremacía global.

 


La nueva política señalada por el propio Presidente Obama el 17 de noviembre en un discurso ante el Parlamento australiano apunta a una visión geopolítica ambiciosa -y extremadamente peligrosa-. En lugar de centrarse en el Gran Oriente Medio, como ha sido el caso en la última década, los Estados Unidos ahora concentrarán sus poderes en Asia y el Pacífico. “Mi orientación es clara”, declaró en Canberra. “En nuestros planes y presupuestos para el futuro, vamos a asignar los recursos necesarios para mantener nuestra fuerte presencia militar en esta región” Si bien los funcionarios de la administración se esforzaron en señalar que la nueva política no está dirigida específicamente a China, la implicación es clara: a partir de ahora , el foco principal de la estrategia militar estadounidense no será la lucha contra el terrorismo, sino la contención del territorio asiático, en pleno auge económico, a cualquier riesgo o costo.


 

Nuevo centro de gravedad del planeta 

 

El nuevo énfasis en Asia y la contención de China son necesarios, insisten los altos funcionarios del gobierno, porque la región de Asia-Pacífico constituye, hoy por hoy, el “centro de gravedad” de la actividad económica mundial. Mientras los Estados Unidos se empantanaron en Irak y Afganistán, señala el argumento, China tuvo el margen de maniobra para extender su influencia en la región. Por primera vez desde el final de la Segunda Guerra Mundial, Washington no es el actor económico dominante allí. Si los Estados Unidos han de mantener su título de potencia mundial dominante, es necesario, según este pensamiento, restablecer su primacía en la región y hacer retroceder la influencia china. En las próximas décadas, no habrá tarea de política exterior, según dicen, más importante que esta.


En línea con su nueva estrategia, la administración ha implementado una serie de acciones para fortalecer el poderío norteamericano en Asia, y así poner a China a la defensiva. Estas acciones incluyen la decisión de movilizar una fuerza de 250 infantes de marina estadounidenses –a incrementarse a 2.500 en el futuro– a una base aérea australiana en Darwin, en la costa norte de ese país; y  la adopción, el 18 de noviembre, de la “Declaración de Manila“, que no es más que un compromiso de estrechar los lazos militares entre los EE.UU. y las Filipinas.


Al mismo tiempo, la Casa Blanca anunció la venta de 24 aviones de combate F-16 a Indonesia y una visita de Hillary Clinton a la aislada Birmania, un viejo aliado de China, la primera visita de un secretario de Estado estadounidense en 56 años. Clinton también habló de un mayor acercamiento diplomático y militar con Singapur, Tailandia y Vietnam, todos ellos países vecinos de China o en rutas de comercio clave para la importación de materias primas y la exportación de productos manufacturados.


Tal como lo representan los funcionarios del poder ejecutivo estadounidense, estas acciones están destinadas a maximizar las ventajas de los Estados Unidos en los ámbitos diplomático y militar en un momento en que China domina el ámbito económico regional. En un reciente artículo en la revista Foreign Policy, Clinton sugirió que tras años de debilitamiento económico, los Estados Unidos ya no pueden esperar prevalecer en múltiples regiones de forma simultánea sino que deben elegir cuidadosamente sus campos de batalla y desplegar con cautela sus limitados recursos –la mayoría de ellos de carácter militar– para obtener el máximo provecho. Dada la centralidad estratégica de Asia para el poderío global, esto significa concentrar allí los recursos.


“Durante los últimos 10 años”, escribió Clinton, “hemos dado ingentes cantidades de recursos a [Irak y Afganistán]. En los próximos 10 años, debemos ser inteligentes acerca de dónde invertimos nuestro tiempo y energía, de forma que logremos la mejor posición posible para mantener nuestro liderazgo [y] proteger nuestros intereses… Una de las tareas más importantes de la política extranjera de los Estados Unidos en los próximos diez años será el asegurar una mayor inversión –diplomática, económica, estratégica y demás– en la región Asia-Pacífico”.


Esa forma de pensar, con un enfoque claramente militar, parece peligrosamente provocativa. Los pasos anunciados implican una creciente presencia militar en las aguas fronterizas con China y un importante acercamiento en las relaciones militares con los vecinos de ese país, movimientos que ciertamente elevarán los niveles de alerta de Beijing y endurecerán el puño del círculo de gobierno (sobre todo en la cúpula militar china), que favorecen una respuesta más activa, militarmente hablando, a las incursiones estadounidenses. Cualquier forma que esto tome, una cosa es cierta: los directivos del número dos del mundo en poder económico no permitirán que se les vea débil e indecisos ante una concentración de fuerza militar estadounidense en su periferia. Esto, a su vez, significa que podríamos estar sembrando las semillas de una nueva guerra fría en Asia en 2011.


El incremento de la presencia militar de estadounidense y la posible respuesta china ya han sido objeto de debate en la prensa americana y asiática. Pero existe una dimensión crucial de esta incipiente lucha que no ha recibido ninguna atención: la medida en la cual las recientes acciones en Washington son el resultado de un nuevo análisis de la ecuación energética global, que revela (según lo entiende la administración Obama) una mayor vulnerabilidad de la parte china y nuevas ventajas para Washington.


 

La nueva ecuación de la energía 

 

Durante décadas, los Estados Unidos han sido muy dependientes de las importaciones de petróleo, en gran medida desde Oriente Medio y África, mientras que China era en gran parte autosuficiente. En 2001, Estados Unidos consumió 19,6 millones de barriles de petróleo por día, mientras que sólo produjo 9 millones de barriles por día. La dependencia de proveedores extranjeros para el déficit de esos 10,6 millones de barriles por día es una fuente de constante preocupación para los políticos de Washington. Y la respuesta tradicional ha sido crear los lazos militares más fuertes con los productores de petróleo del Medio Oriente y recurrir a la guerra de vez en cuando para garantizar el suministro.


Por otro lado, en 2001, China consumió solamente cinco millones de barriles por día y con una producción nacional de 3,3 millones de barriles, sólo tuvo que importar 1,7 millones de barriles. Esas cifras frías y duras hacían que su liderazgo se preocupara menos por la fiabilidad de sus principales proveedores extranjeros y, por lo tanto, no tenía necesidad de imitar los tejes y manejes en política exterior en los que Washington siempre está involucrado.


Ahora, el gobierno de Obama ha concluido que la situación está empezando a voltearse. Como resultado de la pujante economía de la China y el surgimiento de una importante y creciente clase media (que ya ha empezado a comprar sus primeros coches), el consumo de petróleo del país se está disparando: según las últimas proyecciones del Departamento de Energía de los Estados Unidos, pasará de 7,8 millones de barriles por día en 2008, a 13,6 millones de barriles en 2020, y a 16,9 millones en el 2035. Por otro lado, se espera que la producción nacional de petróleo crezca de 4,0 millones de barriles diarios en 2008 a 5,3 millones en 2035. No es de extrañar, entonces, que las importaciones chinas tengan que crecer de 3,8 millones de barriles por día en 2008 a un proyectado 11,6 millones en 2035, momento en que superará a las de los Estados Unidos.


Entretanto, los Estados Unidos podrían mejorar su situación energética. Gracias al aumento de la producción en “áreas de difícil extracción” (o tough-oil areas en inglés) en los Estados Unidos, incluyendo los mares del Ártico en Alaska, las aguas profundas del Golfo de México, y formaciones de esquisto, en Montana, Dakota del Norte y Texas, se espera que disminuyan las importaciones futuras, a pesar del aumento en el consumo de energía. Además, es probable que la producción en el hemisferio occidental aumente para reemplazar a las fuentes de Oriente Medio o África. Una vez más, esto será posible gracias a la explotación de áreas de petróleo de difícil extracción, incluyendo las arenas de alquitrán de Athabasca en Canadá, los campos de petróleo en las profundidades del Atlántico brasileño, y regiones ricas en petróleo de una Colombia pacificada. De acuerdo con el Departamento de Energía, la producción combinada de los Estados Unidos, Canadá y Brasil aumentaría en 10,6 millones de barriles por día entre 2009 y 2035, un salto enorme, considerando que la mayoría del mundo espera presenciar un descenso de la producción.


 

¿A quien pertenecen estas rutas marítimas? 

 

Desde una perspectiva geopolítica, todo esto parece conferir una ventaja real sobre los Estados Unidos, aún cuando China se convierte cada vez más vulnerable a los caprichos de los acontecimientos en, o a lo largo de, las rutas marítimas a tierras lejanas. Significa que Washington será capaz de contemplar una relajación gradual de sus lazos militares y políticos con los estados petroleros de Oriente Medio que han dominado la política exterior durante tanto tiempo y ha conducido a esas guerras tan devastadoras y costosas.


De hecho, tal como dijo en Canberra el presidente Obama, los EE.UU. están ahora en condiciones de comenzar a reorientar sus capacidades militares. “Después de una década en la que luchamos dos guerras que nos costaron muy caro”, declaró, “los Estados Unidos estamos ahora mirando al vasto potencial de la región Asia-Pacífico”.


Para China, todo esto significa un posible deterioro de su posición estratégica. Si bien en el futuro una parte importante del petróleo importado por China viajará por tierra a través de oleoductos desde Kazajstán y Rusia, la mayor parte seguirá llegando en buques tanque desde el Oriente Medio, África y América Latina, por rutas marítimas vigiladas por la Marina de los Estados Unidos. De hecho, casi todos los buques petroleros que van a China viajan a través del Mar del Sur de China, un cuerpo de agua que la Administración Obama ahora busca poner bajo control naval efectivo.


Al asegurar el dominio naval del Mar del Sur de China y aguas adyacentes, el gobierno de Obama pretende adquirir el equivalente del siglo XXI al chantaje nuclear del siglo XX. Si nos empujan demasiado, por implicaciones de la política, nos veremos obligados a poner de rodillas a su economía, mediante el bloqueo de sus vías de suministro de energía. Por supuesto, nunca dirán nada de esto en público, pero es inconcebible que los funcionarios de la administración no estén pensando en estos términos, y hay evidencia de que los chinos están seriamente preocupados por este riesgo como lo indica, por ejemplo, sus frenéticos esfuerzos para construir gasoductos tremendamente caros a través de toda Asia hasta la cuenca del Mar Caspio.


A medida que se aclaran los nuevos planes estratégicos de Obama, no puede haber ninguna duda de que el liderazgo chino tomará medidas para garantizar la seguridad de las líneas de suministro de energía. Algunas de estas acciones, sin duda, serán económicas y diplomáticas, incluyendo, por ejemplo, esfuerzos para cortejar a actores regionales, como Vietnam e Indonesia, así como a los principales proveedores de petróleo como Angola, Nigeria y Arabia Saudita. Pero no nos equivoquemos: otras serán de carácter militar y es inevitable una acumulación significativa de fuerzas de la marina de guerra china –aunque todavía pequeña y atrasada en comparación con la flota de los Estados Unidos y sus principales aliados–. Del mismo modo, podemos estar seguros de que China estrechará sus lazos militares con Rusia y con los estados miembros de la Organización de Cooperación de Asia Central de Shangai (Kazajstán, Kirguistán, Tayikistán y Uzbekistán).


Además, Washington podría estar ahora provocando el comienzo de una verdadera carrera armamentista en Asia, al estilo de la de la guerra fría, que ninguno de los dos países puede costear en el largo plazo. Todo esto es probable que conduzca a una mayor tensión y riesgo de una escalada involuntaria que derive en incidentes futuros y que involucre buques de los Estados Unidos, de China y aliados -como el que ocurrió en marzo de 2009 cuando una flotilla de buques de guerra chinos rodearon a un barco de vigilancia anti-submarinos estadounidense, el Impeccable, y que casi ocasiona un intercambio de fuego. A medida que más buques de guerra circulan de forma cada vez más provocadora a través de estas aguas, crece el riesgo de que se produzca este tipo de incidentes.


Pero los riesgos potenciales y los costos de esta política primordialmente militar hacia la China no se restringen a Asia. En su intento de promover una mayor autosuficiencia estadounidense en la producción de energía, la administración Obama puso su sello de aprobación a varias técnicas de producción –perforación en el Ártico, perforación profunda en alta mar, la fractura hidráulica- que está garantizado que causarán más catástrofes ambientales al estilo del Deepwater Horizon. Una mayor dependencia de las arenas alquitranadas canadienses, la fuente de energía más “sucia”, se traducirá en mayores emisiones de gases de efecto invernadero y una multitud de otros peligros ambientales, mientras que la producción de petróleo profundo del Atlántico frente a las costas de Brasil y otras partes, tiene su propio conjunto sombrío de peligros.


Todo esto asegura que, ambiental, militar y económicamente, nos encontraremos en un mundo más, y no menos, peligroso. Es entendible el deseo del gobierno estadounidense de alejarse de las desastrosas guerras terrestres en el Gran Medio Oriente para tratar cuestiones clave en Asia, pero elegir una estrategia que pone tan fuerte énfasis en el dominio y la provocación militar solo puede provocar una respuesta del mismo tipo. Difícilmente se puede considerar un camino prudente, y mucho menos que promueva los intereses de los Estados Unidos en el largo plazo, en un momento en que la cooperación económica mundial es crucial. Y sacrificar el medio ambiente para lograr una mayor independencia energética no tiene ningún sentido.


Una nueva guerra fría en Asia y una política energética hemisférica que podría poner en peligro el planeta: es esta una mezcla fatal que se debe reconsiderar antes de que ocurra la confrontación y nos deslicemos hacia un desastre ambiental irreversible. No hay que ser adivino para saber que esta no es la definición de lo que significa ser un buen estadista sino la de una “marcha hacia la locura”.


 

Michael T. Klare es profesor de estudios sobre paz y seguridad mundial en Hampshire College, un colaborador regular de TomDispatch, y el autor, más recientemente, de Rising Powers, Shrinking Planet. Una versión de la película documental del libro Blood and Oil, está disponible en la Media Education Foundation.

Traducción para www.sinpermiso.info: Antonio Zighelboim 

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