
Como un extraño ejercicio de intolerancia, alguna gente de izquierda se han tirado a la yugular de Boric con una bronca que hasta hace poco era reservada para el enemigo. Ha sido acusado de cuico, soberbio, intolerante, pretencioso, hijo de papá, apoyado por la derecha, poco inteligente, utópico. Falta ser acusado de agente de la CIA, pero aún hay tiempo.
Lo que curiosamente se olvida, o se obvia, es que fue elegido por una votación histórica de la Federación de Estudiantes de la Universidad de Chile.
Lo más serio es la acusación de haber ganado la elección amparado por la derecha, a pesar que al respecto aún no hay coincidencias. Por una parte del Presidente del PC acusa en la prensa que el traspaso de votos de la derecha fue determinante en la derrota de Camila (http://www.cooperativa.cl/guillermo-teillier-el-voto-de-derecha-fue-determinante-en-el-triunfo-de-boric-en-la-fech/prontus_nots/2011-12-09/084709.html) y a su vez Camila dice que Boric no ganó gracias a la derecha (http://www.lanacion.cl/camila-vallejo-boric-no-gano-gracias-a-la-derecha/noticias/2011-12-11/113322.html)
Personas de aguda inteligencia se han dejado involucrar en las supuestas conspiraciones secretas y afirman que la derecha, cuya expresión es casi insignificante en la Universidad de Chile, ha dispuesto a sus militantes o adherentes para votar por Boric. Más bien contra Camila.
Supongamos por un minuto que, en efecto, estudiantes de derecha votaron por Boric. En tal caso, ¿habría que anular la elección? ¿Gabriel debería renunciar? ¿Se declararía ilegal la justa? Quienes acusan de complots bien urdidos se les olvida que la esencia de las elecciones está en lo incierto de sus resultados, perder o ganar. Patalear porque el otro ganó, bien, es un derecho, pero de ahí a buscar explicaciones rascas para la derrota, es desconocer el principio elemental de la democracia: que la mayoría manda.
La extraordinaria dirigenta Camila Vallejo perdió la votación porque los estudiantes dijeron otra cosa, a pesar de su brillante gestión a la cabeza de la FECH. Perdió la elección porque los que debieron prever los escenarios posibles pensaron que la cosa era pan comido y no fue así. También perdió la elección porque no es novedad que en la gente y especialmente en los jóvenes, circula una buena dosis de bronca contra los partidos políticos, incluido el comunista, de indudables antecedentes democráticos y de lucha. Finalmente perdió por una mala decisión: arriesgar el capital político indiscutible y admirable de Camila en una elección en la que, como se ha visto, podía perder.
No está pasando impune la cercanía del PC con la Concertación, sus tratativas por cupos y posiciones. Desplazados a un miserable catorce por ciento del apoyo ciudadano, y a un 4% en la elección de la FECH, la coalición que gobernó por veinte años con férrea mano derecha busca con desesperación superar su momento más terrible: abandonados por la gente, se destripa en peleas internas, sin líderes creíbles y dando manotazos desesperados.
La Concertación sufre por estos días su derrota más terrible: su incapacidad de haber construido una cultura que diera cuenta de su paso por el poder durante un quinto de siglo. El silencio elocuente de sus ex presidentes, salvo Ricardo Lagos que por fortuna habla de vez en cuando para aumentar la bronca que ya es grande, dice mucho. No tienen sino que ofrecer explicaciones que no son capaces de dar. Pero levantar un significado trascendente a sus veinte años de gestión, no pueden.
Por eso acercarse a la hora nona a una coalición desprestigiada, que se revuelca en estertores que pudieran ser finales, es un mal negocio para cualquiera que se defina como de izquierda.
Y por esa misma razón entonces que emerge, casi como una condición necesaria, una muy potente expresión de la izquierda entre los estudiantes, una de cuyas expresiones ganó la presidencia de la FECH, pero que está constituida por las múltiples manifestaciones en que se organizan, de un modo u otro, en las universidades.
La izquierda está cambiando. La aparición de nuevos líderes amenaza con renovar el parque de dirigentes antiguos y desgastados, cansados, con algo de sueño y sobrepeso. Se está inaugurando un tiempo en que las cosas comienzan a decirse tal cual son, sin los manoseados eufemismos, las buenas formas y las genuflexiones caballerescas, y esa práctica es ya revolucionaria.
En los últimos veintidós años nunca el sistema había estado tan amenazado como ahora. Ya no se trata de pataletas periódicas, ni exigencias por aumentos y bonos. Hay una decisión de cambiar el sistema político y, mejor aún, una sensación en el sentido común de la gente de que es posible hacerlo.
Es lo que repite Boric, pero aún así se le dispara como al más odiado de los enemigos.