En un país con un sentido humano de la justicia, todo esbirro en retiro, Alcalde o no, debería estar condenado a muchos años de prisión sólo por haber sido parte de los grupos terroristas que asolaron Chile matando, secuestrando, torturando, despareciendo hombres, mujeres y niños inocentes. Y si en este país se castigara la cobardía, esos criminales estarían condenados a cadena perpetua.
Muchos descarados escasos de hombría, siguen escudándose en la ya legendaria guerra que habría impulsado la Unidad Popular mediante los miles y miles de guerrilleros que habrían venido de Cuba y de otros países, para lo cual estaban armados con centenares de miles de armas.
Nunca se ha probado la existencia de tal ejército y el autor de de semejante delirio, un seudo historiador ya desaparecido, andará arrinconado con su vergüenza a cuestas en las nubes de su cielo eterno.
Sólo la vergüenza mal encubierta hace que algunos infames aún transmitan esas mentiras que fueron desarticuladas al poco tiempo de haberse ideadas. Esgrimidas como razones para reemplazar la cobardía, sirvió para explicar por qué se arrasó con gente desarmada, rendida, amarrada de manos y pies, torturada y amordazada.
Debe ser muy linda la valentía cuando se trata de castigar a mujeres desnudas, atadas y aterrorizadas, algunas embarazadas. Debe ser un canto al honor militar electrocutar a personas indefensas que en sus vidas habían visto un arma. O debe ser motivo del mayor orgullo mostrar las condecoraciones del living de la casa de estos esbirros por haber matado hombres, mujeres y niños culpables sólo de haber apoyado el gobierno de Salvador Allende.
Las personas asesinadas por gentuza como esta, Alcaldes, diputados, senadores honorables comerciantes y empresarios, en efecto, en muchos casos repartían leche que se sacaba a pulso de los barcos que llegaban para contrarrestar el boicot que los ricos de este país hicieron desde el primer día al gobierno popular, sólo por el odio manifiesto y perpetuo que estos dueños de todo han tenido siempre por la gente pobre.
Y con certeza se puede afirmar que cada una de las víctimas que el odio homicida de la derecha dejó a su paso, usando para el efecto a criminales de la peor calaña, eran gente buena e inocente que no merecían ser torturadas, asesinadas o hechas desaparecer.
Debieron ser contados con los dedos de las manos los que cayeron en combate, con las armas en la mano. La gran mayoría de las bajas de la guerra del Alcalde de Providencia fueron personas capturadas sin armas.
Y aunque sea por un minuto pongámonos en el caso que algunas personas capturadas estaban armadas y/o cayeron prisioneras en combate. La formación de este sujeto demuestra su cobardía intrínseca. Un soldado de real valía, un combatiente de honor, jamás asesinaría a un prisionero ni jamás lo torturaría ni sometería a tratos vejatorios. Ese recurso es y ha sido de propio cobardes en todas las guerras que han habido desde que el mundo es mundo.
La historia omitirá contar por un mínimo pudor, las hazañas de estos sujetos extraviados en los médanos de su escasa valía, escudados en historias fantasmas para justificar lo poca cosa que llegaron a ser.
En efecto, las guerras hacen hacer cosas malas a los hombres. En ellas se intenta matar al enemigo, ser humanos como cualquiera; se hacen esfuerzos por ocupar sus territorios, destruir sus instalaciones y propiedades y buscar su rendición. Esas son ciertamente cosas malas que sólo se ven en la guerra.
Pero matar a gente amarrada, torturada, rendida, desarmada y más encima inocente nunca será una cosa mala impuesta por la guerra. Va a ser el recurso único de los cobardes genéticos que nunca tendrán ni decoro ni valor.