El actual gobierno encabezado por el señor Sebastián Piñera será recordado por haber administrado un periodo poco feliz para los chilenos. Bastará recordar que tras su triunfo en las urnas, un devastador terremoto, en febrero de 2010, dejó amplias zonas de Chile, literalmente en el suelo.
La reconstrucción ha sido lenta e insuficiente, y todavía hay sectores sufriendo las consecuencias de aquel cataclismo. El año 2011 estuvo marcado, qué duda cabe, por la efervescencia social, un verdadero terremoto político que ha remecido a todos los sectores. Un conflicto que aún hoy se encuentra sin una solución clara. Todo ello, en un clima internacional que presagia una crisis económica severa para el año 2012.
El año actual, que ya entra en su último bimestre, bien pudiera ser calificado por las autoridades de gobierno como un “Anno horribilis”. Pareciera que ninguna de las promesas de una derecha envalentonada se ha cumplido cabalmente. Esto ha incubado una atmósfera generalizada de indignación ciudadana que busca formas de expresión. El epicentro de las movilizaciones se halla, desde luego, en el ámbito de la educación, sin embargo, bien sabemos que se trata solamente de la punta de un iceberg que se hunde más profundo en el Chile de hoy. Ante este escenario – un escenario de crisis, digámoslo – el gobierno aparece como un equipo carente de sensibilidad política y escasamente articulado.
En diversos episodios recientes hemos asistido a declaraciones contradictorias que sólo alimentan la confusión. La conducción misma de las autoridades ha tomado un tinte “bipolar” que bascula entre la negociación y el diálogo, en un momento y, a renglón seguido, el expediente represivo. Esta relación de “doble vínculo”, propio de algunas patologías mentales, solo contribuye a percibir un gobierno preñado de tensiones no resueltas en su propio seno. Para decirlo con meridiana claridad: El gobierno del señor Piñera dista mucho de satisfacer las expectativas de un país que reclama soluciones a problemas concretos. Esta desazón se refleja en la magra popularidad del primer mandatario que ve cómo cada día van desertando, incluso, quienes en algún momento lo apoyaron.
En medio de este panorama, pareciera que la “clase política” no pondera en toda su radicalidad las movilizaciones ciudadanas. De un modo u otro, cada partido tiene ya su mirada puesta en las próximas elecciones de alcaldes y concejales, relativizando el peso de cientos de miles de jóvenes no inscritos en los registros electorales. Es cierto, muchos de entre ellos no votan, pero marchan y son el síntoma inequívoco de que algo anda mal, muy mal en nuestro país. Más allá del riguroso cálculo electoral en que están empeñados los partidos, no se puede negar que lo acontecido a lo largo de este año 2011 en Chile representa un cambio en el ánimo político de la población, una cuestión que debe ser considerada con la máxima seriedad por quienes se disputan cargos de elección popular,
· Investigador y docente de