Enero 21, 2025

¿Utopía o revolución?

radio_antigua

radio_antigua“Si considera esto utópico, le ruego que  reflexione por qué es utópico”, afirmaba Bertold Brecht en un artículo escrito hacia 1932 que ha sido incluido en un breve texto titulado Teoría de la radio. En este documento, el dramaturgo y poeta alemán analizaba las potencialidades de aquella nueva tecnología: “Hay que transformar la radio, convertirla  de aparato de distribución en aparato de comunicación … la radiodifusión debería apartarse de quienes la abastecen y constituir a los radioyentes en abastecedores”. La radiodifusión, repetía Brecht, tiene que hacer posible el intercambio.

 

 

 

 

Nada de ello es ya una utopía. A pesar que los medios de comunicación tradicionales no han concedido en nada a los deseos de Brecht -más bien han avanzado en instalar la pesadilla orwelliana, como construcción absolutista neoliberal- las transformaciones han venido desde la misma tecnología, que han liberado a sus usuarios de su función de dependientes receptores. El deseo de Brecht de radioyentes abastecedores de contenido es una realidad en las nuevas tecnologías de la información, fragmentadas, dispersas, flexibles. Pese a todos los intentos censores y represores, pese a los intentos de cooptación política y económica de los nuevos medios, la concepción misma de las nuevas tecnologías ha impedido la concentración de la propiedad. En los nuevos medios cada receptor es también un emisor, un productor. Una revolución tecnológica que hoy se expresa también como revolución política. La gran producción de contenidos, de ideas, las grandes corrientes de expresión política no sólo las produce la misma ciudadanía, sino también las canaliza y comunica.

 

En este nuevo proceso, que tiene muchos elementos para hacer germinar una revolución global, la ciudadanía no sólo está comunicada en tiempo real, sino que también ha logrado una independencia de la misma institucionalidad política. La política es sin los políticos, del mismo modo como las comunicaciones son sin los medios tradicionales de comunicación.

 

Los dueños de los medios de comunicación, que son los canales de los poderes más oscuros y peligrosos, si no han perdido la batalla de influir en las conciencias de los ciudadanos, están en vías de perderla. Del mismo modo que la globalización financiera-económica-cultural-mediática, pensada y guiada por los organismos financieros internacionales, las grandes corporaciones y los gobiernos corruptos, ha sido desbaratada por la globalización de la ira, la industria de los medios de comunicación, que es el brazo ideológico de la maquinaria de producción y consumo, está siendo carcomida por las nuevas tecnologías, de cierta manera reinventando una era tribal, citando a MacLuhan, una nueva dimensión de la comunicación directa, del boca a boca.

 

Los grandes medios corporativos exhiben hoy su gran anacronismo. Permanecen aún en pie como órganos de difusión de los intereses empresariales, comerciales y políticos, como los últimos grandes bastiones de un poder establecido en franca decadencia. Hoy, con su función e intereses ya transparentados, la ciudadanía los observa con el desinterés que despierta una tecnología obsoleta que reproduce la voz del amo. Tal vez la única atracción que pueden despertar en la ciudadanía es oír el rugido amenazante de los poderes que encierra. En Chile, la voz del duopolio suena hoy más destemplada que en décadas. Su estridencia y uniformidad nos recuerda la dictadura o el odio enceguecido de los años sesenta y los primeros setenta.

 

Los nuevos medios están orientados a la acción, no a la contemplación, como sucede con la prensa escrita tradicional, la televisión o, incluso, la radio. Son medios del presente, direccionados hacia el futuro. Sus contenidos son colectivos: no aspiran a la posesión, duración o comercialización de esos contenidos; sus productos no son acumulables ni almacenables o rentables (han acabado con el copyright) porque su objetivo es la acción y el cambio. Incluso el receptor se libera de esta categoría estática y reivindica ahora una función activa: es receptpr, pero también emisor.

 

Aun cuando todas estas propiedades son atributos de la tecnología, hay una que es externa. Las nuevas tecnologías no serían nada sin la capacidad humana de organización y su conciencia histórica. Y esta organización y conciencia tampoco sería gran cosa sin los métodos colectivos de producción de ideas a través de las redes digitales. Por éste, y por varios motivos amasados por los extremos mórbidos del neoliberalismo, es que el movimiento de protesta global está sólo en sus inicios.

 

                                                                                                           

Estamos viviendo un proceso histórico, que realiza hoy las anticipaciones del profesor estadounidense Inmmanuel Wallerstein. La crisis capitalista como fin de un largo ciclo histórico, los levantamientos ciudadanos globales y la incertidumbre respecto a un futuro postcapitalista cuya instalación tarde años y su maduración tal vez aún décadas. Para alcanzar ese horizonte, afirma Wallerstein en sus numerosos escritos, la acción ciudadana será fundamental. En eso estamos.

 

PAUL WALDER

 

 

 

 

 

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