Noviembre 9, 2024

De la revolución al galeón español

lagos_ricargo

lagos_ricargoEl último en aplicar la Ley de Seguridad del Estado  fue Ricardo Lagos Escobar, razón por la cual varios dirigentes del Transportes acabaron en la Cárcel por haberse atrevido a desafiar su autoridad.

 

 

 

Es que al presidente Lagos no le temblaba la mano y cuando no era por medio de apuntar con el dedo, era por medio de la ley cuando advertía su ira y a partir de entonces los revoltosos debían comenzar a tiritar.

 

Esos detalles que lo hacen tan singular le permitió a Lagos ser aclamado por los empresarios que nunca habían ganado tanto dinero como cuando los destinos de la angosta y larga faja de tierra.

 

El ex presidente se convenció que un presidente debe ser grave, duro y distante de la chusma que nunca se va a contentar con nada. Aunque para llegar a ser presidente ese principio haya sido manipulado convenientemente. Algunos dirigentes de los profesores guardan como un documento curioso el que firmó  el entonces candidato Lagos, aquella      mañana remota cuando llegó hasta la sede del gremio y suscribió, entre flashes y aplausos, un compromiso para fortalecer la educación pública.

 

No sería el único ofrecimiento que haría, lo que le permitió mantener las cosas y a sus admiradores e incondicionales en sus puestos del Estado una vez que ganó las elecciones. Y la derecha de lo más tranquila, con sus intereses a buen resguardo.

 

Al igual que sus congéneres, Ricardo Lagos sabe que la gente tiene atrofiada la memoria y sus notables hechos contrarios al interés popular tarde o temprano serán olvidaos o muy bien explicados. Habrá escuchado que mientras el león no sepa escribir, la historia del safari la va a seguir contando el cazador, como dice Galeano que dicen los africanos.

 

Así, de su proyecto estrella llamado Transantiago ya nadie recordará su autoría, aunque la gente siga sufriendo lo indecible para trasladarse y los empresarios del transporte sigan llenándose bolsillos y faltriqueras.

 

Tampoco nadie recordará su mal genio sobre todo con los trabajadores. Imposibilitado de estar en todas partes, extendía esa prepotencia tan suya por medio de prepotentes ministros. Brillaron con luz propia en esa calificación su ex vocero Francisco Vidal, hoy de capa caída y ensayando explicaciones absurdas, y Nicolás Eyzaguirre, el compañero encargado de las finanzas públicas y de regatear los cobres a los trabajadores.

 

Da la impresión que al ex mandatario le urge dejar bien nítido su paso por la historia.  Como a muchos de sus colegas de la altísima política, los obnubilan los espejos que le devuelven la imagen de su magnificencia poseedora de las soluciones que el país necesita y que de bruto no lo escucha. Reservándose sólo para decir frases trascendentes, sus fugaces apariciones siempre son motivo de amplia cobertura mediática a la espera de su sabiduría. Incluso cuando baila el Galeón español con la actual primera dama.

 

Es, sin embargo, como todos los políticos de su estirpe, uno de los damnificados por la irrupción del movimiento estudiantil. Que se sepa, entre los centenares de miles de manifestantes, nunca se ha visto su retrato de prohombre. De la única referencia que se conoce de su nombre en las movilizaciones es el afiche que luce la democrática fachada de la Casa Central de la Universidad de Chile que hace saber la extrañeza de los estudiantes por la ausencia del ex presidente en los últimos cinco meses de revuelta.  Es que al respecto no ha dicho ni pío.

 

La duda queda establecida: será por su rechazo al desorden, lo que ha quedado de manifiesto mediante su repudio absoluto contra quienes osaron transgredir el silencio sacro de los pasillos del ex congreso, o será porque considera una falta de respeto exigir una educación distinta a la que el colaboró en construir.

 

Este tiempo parece signado como el ocaso de los compañeros. Los más audaces han salido del escondite que ofrece el silencio y se han disculpado por los errores y omisiones que veinte años de ejercicio del poder concertacionista significaron. Los más recalcitrantes, escarban por donde sea a la siga de buscar culpables para endosarles las responsabilidades en la construcción de un país que, por donde se mire, es la antítesis de lo que enarbolaban cuando usaban boinas, camisa verde olivo, un treinta y ocho bajo el cinto, y marchaban de seis en fondo, con el ceño adusto del que sabe que la revolución es cosa seria.

 

 

 

 

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