
¿Hasta dónde podemos volver a presentarnos como lo que somos, como reaccionarios y, si es necesario, fascistas? ¿Hasta dónde es nuevamente posible que los fascistas nos unamos en una alianza de derecha para suceder al pusilánime que hoy tenemos de Presidente y que sólo se preocupa, en el fondo, de duplicar su fortuna? ¿Podremos seguir en el gobierno con las mismas consignas que nos dieron el triunfo en el 73, que nos permitieron gobernar 17 años, y que son legítimo patrimonio de nuestra extrema derecha?
Son justas preguntas, y reflexiones, que, en los momentos actuales, se rumian en la derecha y el gobierno.
En el centro, por su parte, después de una cosmética autocrítica que de autocrítica no tiene nada, una fuerte tendencia economicista tipo Aninat, Eyzaguirre o Velasco, tendencia que gobernó nada menos que en la mayor parte del período concertacionista y que espera ocupar los sillones de Larraín y Longueira, se pregunta ¿No será mejor plantear ante la gente, ahora ya, si hay apoyo para volver a repetir políticas regresivas como las de que “sería una locura replantearse la nacionalización del cobre”? ¿Como la de que “no es posible una educación gratuita, porque eso sería que los pobres le paguen la educación a los ricos”? Como la de que “no corresponde eliminar el 7 por ciento a los jubilados, porque entre ellos hay viejos con buenos ingresos, mientras aún hay niños pobres con muy bajas entradas? ¿Por qué no preguntar si a la gente le parece una buena idea no bajar los impuestos a la bencina, argumentando que beneficiaría a los ricos que tienen automóviles?
Son las que se rumian en la centro-derecha de
En ambos mundos –por así llamarlos- son figuras “populares”, extremas entre ellos, las que aparecen públicamente difundiendo posturas fascistas o reaccionarias.
Gente que tendría apoyo, para partir, entre los sectores menos letrados de sus coaliciones.
En la derecha, Labbé.
En
Ambos hablan corto y tienen claques entre las adultas mayores a las que les gusta la chabacanería y despotrican de los partidos, y entre los viejos que encuentran muy buenos a los políticos engominados capaces de decir “conmigo o contra mí” o correr la maratón y tener señora en la tele.
Ambos tienen aires independientes. No obedecen a “maquinarias” más o menos oscuras.
Uno fue escudero de Pinochet, el otro pareció serlo de Michelle.
Ambos, con su desplante de este tiempo, se transforman, por cierto, en servidores de quienes, por uno u otro camino, rechazan las reformas estructurales, niegan cambios en la educación, abominan de estatizaciones, están en contra de hacer nuevas reformas tributarias, y están, en síntesis, a favor de los más ricos y poderosos. Se ofrecen a éstos sin pudor, sin el pudor de un Longueira en la derecha o de un Lagos Weber en
Son globos sonda con peso. No se trata de cualesquiera.
Y se elevan e inflan en una sociedad que se está moviendo como no sucedía desde los años ochenta. En una sociedad donde crece el cuestionamiento ideológico, donde aparece o renace un nuevo sentido común, el sentido común de lo colectivo, de lo racional, de lo justo, de los que se cansaron de desigualdades y atropellos.
Después de aplaudir, como lo hizo Tironi en los noventa, a un personajillo individualista como Faúndez, se aplaude al Quijote de
Es hora de levantar, para oscurecer el cielo, globos sonda con los molinos de viento, con los represores de siempre, con los que se asustan – en las academias- ante el progreso y la democracia.
No puede ser, meditan, que la gente vuelva a pensar en el bien, la belleza y la bondad. En la justicia. Esas son cuestiones, en definitiva, que hacen muy mal a esta sociedad que, en la dura economía, construimos desde 1973 hasta el 2000.
Veamos qué pasa con nuestros globos sonda.