Noviembre 27, 2024

Un paso más hacia al abismo

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protestasInicio explicitando qué entiendo por abismo. Haré una definición simple, advirtiendo que nadie está en la capacidad de decir cuándo podremos decir henos aquí, finalmente, en el abismo. De hecho podríamos estar plenamente cayendo en él, e ignorando qué distancia hay al fondo del mismo.

 

 

 

Tiene el planeta dos caminos, uno, el de la posibilidad de retomar el crecimiento en el corto plazo (uno a dos años); un camino con probabilidad remota a la luz de las decisiones actuales de los actores dominantes. El otro, aparentemente más probable, el del abismo, el de entrar en una senda de profundización de la crisis mundial de duración indefinida y, después, en algún momento, retomar una lenta, lentísima tasa de crecimiento para un largo plazo (¿quince, veinte años?). Acaso estemos instalados ya en este camino.

Respecto a este segundo camino, hago por ahora abstracción de la indecible cantidad de sufrimiento que infligirá sobre muchos millones de personas en todo el mundo, pero, desde luego, mucho más en el vasto mundo pobre. Hago abstracción, por tanto, de la probabilidad de que la multiplicación de movimientos sociales echen abajo la inverosímil estupidez que estamos viviendo, y ello cambié –ojalá de raíz– el actual estado de cosas.

Todo empezó en 2007, cuando reventó el eslabón más débil del sistema financiero fraudulento que empezó a construirse a principios de la década de 1970: el eslabón de los créditos hipotecarios subprime inventados por la banca estadunidense.

En realidad Estados Unidos, la eurozona y Japón venían debilitándose desde 2005, aunque desde muy distintos niveles de actividad (Japón el más débil). La ruptura de la burbuja subprime produjo colisiones múltiples por todo el fraudulento sistema financiero internacional, pero el gobierno gringo se apresuró a rescatar a algunos bancos, a estatizar temporalmente a otros, a dejar morir a otros más –un hito decisivo fue la quiebra de Lehman Brothers–, pero, con todo, esas economías se fueron a pique a fines de 2007 aunque, debido a la intervención principalmente del gobierno de Estados Unidos, la caída hizo una V iniciando su recuperación en el primer trimestre de 2009; luego alcanzaron una cierta estabilidad en un bajo nivel de actividad y a fines de 2010 comenzaron nuevamente a entrar en un proceso de debilitamiento, y en este momento han comenzado una caída en picada que ha puesto gran alteración en todos los gobiernos de tales economías.

A inicios de la semana pasada Estados Unidos, Canadá, Inglaterra, Francia, Italia, Alemania y Japón (el G-7), llegaron a un acuerdo probablemente útil para unos cuantos meses (entre cuatro y seis), y a un desacuerdo que si no es superado nos llevará o instalará en el abismo. El acuerdo fue que los bancos centrales (la Fed, el Banco Central Europeo) inundaran de dólares los bancos de la eurozona para que éstos pudieran enfrentar sus inminentes vencimientos. De no haberlo hecho el tsunami financiero hubiera hecho los peores estragos de la historia, que habrían afectado al conjunto de la economía mundial. El desacuerdo: los líderes de la zona euro desdeñaron las propuestas del secretario del Tesoro de Estados Unidos, Tim Geithner, encaminadas a estimular fiscalmente la decadente economía europea, propuesta por la que Obama pugna, con pocas probabilidades de éxito, de activar en la economía estadunidense. Para el presidente del eurogrupo, Jean Claude Juncker, los gobiernos no ven margen de maniobra en la zona euro que pudiera permitir nuevos estímulos de gasto público. Europa va a seguir por su camino de priorizar la consolidación fiscal y las reformas estructurales (léase reducir el gasto público para disminuir el déficit fiscal), a pesar de los últimos datos de caída de la actividad económica.

Los argumentos sobre la reducción del déficit en un contexto crítico de la magnitud del actual, parecen una soberana idiotez. La cascada de millones de dólares que la FED, el BCE, el FMI y otras instancias financieras están inyectando a los bancos europeos, serán usados para que éstos tapen los hoyos negros que muestran sus balances; es decir, no serán aplicados a proyectos que produzcan empleo y crecimiento. Y en esas condiciones la eurozona decide ¡incluso llevando esa decisión a la Constitución, como en España!, una cifra arbitraria máxima, pero comprimida, de déficit fiscal.

Esa que parece una magna sandez en apoyo a la reducción del déficit es en realidad expresión profunda de estas palabras, hoy de tan mal gusto: de la lucha de clases. Echar atrás el déficit en la eurozona es echar atrás, si fuera posible hasta desaparecerlo, el estado de bienestar. Comprimir el tamaño de la rebanada del PIB que va a dar a manos de los asalariados, buscando así, el capital, aumentar beneficios y competitividad internacional. Muy lejos de ser una pura tontería, es una dura exigencia del Tea Party extremo que existe en todos los países. Una exigencia que no es retórica; que viene operándose con el instrumento más maligno y depredador de nuestro tiempo: la especulación financiera, apoyada en las notas –mil veces arbitrarias– de las agencias calificadoras y los banqueros que las manejan.

A mediados de julio Moody’s asestó a Irlanda la nota de bono basura. Así operan. Han puesto a este país frente a un muro inexpugnable, quién sabe por cuánto tiempo.

 

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