
El domingo pasado se cumplieron 10 años. Una década. Cómo pasa el tiempo. El ataque de Al Qaeda a los Estados Unidos fue, para mi generación, el equivalente a la muerte de John Lennon para la de mis padres. O el atentado al Papa Juan Pablo II. O el bombardeo a
No recuerdo quién fue a gritar a mi puerta pero su mensaje no lo olvidaré jamás. “Peñi Pedro, están atacando con aviones a los gringos”. Corto y preciso. Me levanté de mala gana, pensando se trataba de una broma (si, los mapuches somos bastante bromistas) y acudí hasta el comedor del albergue ya repleto de estudiantes que no despegaban la mirada del televisor. No vi cuando los aviones se estrellaron contra las torres. Pero me bastó verlas caer para sentirme horrorizado. No recuerdo entre los allí presentes ningún “afafan” (celebración) por el atentado. Tampoco comentario burlesco o fuera del tiesto por la trágica suerte de aquellos miles de estadounidenses asesinados en vivo y en directo. Por el contrario, todo fue silencio. Silencio y una pena infinita.
Fue rara aquella mañana. Nosotros, los “mapuches terroristas”, los residentes de aquel “nido de delincuentes”, como gustaba llamarnos y llamar al Hogar las autoridades regionales de la época, paralizados ante los efectos devastadores del verdadero terrorismo global. ¡Qué lejos estábamos nosotros de aquellos desquiciados pilotos suicidas! Para detener los intentos de la autoridad por clausurar nuestro albergue y dejar en la calle a cerca de 100 universitarios, todos provenientes de empobrecidas zonas rurales, apenas nos atrevíamos a montar humildes barricadas. Y si el día estaba despejado, una que otra escaramuza callejera con la fuerza policial, una tontera como ejercicio político pero una maravilla para quemar calorías y sobre todo desahogar frustraciones. Si nosotros, jóvenes proclives a las marchas y la desobediencia civil pacífica, éramos para el gobierno “terroristas”, ¿qué vendrían a ser estos tipos prolijamente depilados cuyo fanatismo político y religioso cobraba miles de vidas en el país del norte aquella mañana? Debió ser la pregunta que nadie hizo en voz alta, pero que rondó como fantasma aquel día entre nosotros. Recuerdo que no nos despegamos del televisor en todo el día. Hasta convocamos a un Foro sobre Medio Oriente la noche siguiente, para intentar -debatiendo entre nosotros- comprender los alcances políticos de la estupidez humana. Hubo un lleno total en la actividad.
Desde aquel día dos veces he visitado la ciudad de Nueva York. La primera, el 2008, invitado a un seminario de
Es raro escribir sobre el 11S, reflexionar sobre sus alcances en la vida de tantos y obviar que a 10 años del mayor acto de terrorismo global después de las bombas de Hiroshima-Nagasaki y, por cierto,
¿Da para sorprenderse lo que traigo a colación? En absoluto. El año 2003, un supuesto plan mapuche de volar todo el centro de Temuco fue denunciado en el marco de un proceso judicial de similares características kafkianas. Lo plantearon los fiscales al presentar cargos por “asociación ilícita terrorista” contra una veintena de campesinos mapuches en la hoy olvidada “Operación Paciencia”, un fiasco judicial de antología, responsabilidad del entonces Subsecretario del Interior y actual miembro del Tribunal Constitucional, Jorge Correa Sutil (DC). Huelga destacar que tras un año en prisión y un maratónico juicio de casi dos meses, todos los acusados fueron absueltos y dejados en libertad sin cargos. De los conspirativos planes mapuches, que incluían -siempre según el Ministerio Público- un sofisticado sabotaje a la red de gas domiciliario de la capital regional, nunca más se supo. Ocho años han transcurrido de aquel surrealista capítulo de la historia judicial chilena. Tan solo dos años menos que del sangriento ataque de Al Qaeda al corazón financiero y militar de los Estados Unidos, el mismo que nos hizo entender a varios de qué hablamos cuando de verdad hablamos de “terrorismo”.