
Uno de los íconos que mejor representa la cultura del neoliberalismo, usted lo puede ver cada domingo en Chilevisión a partir de las diez y media de la noche.
Sumisos con los poderosos, a los que no tocan ni con el pétalo de una rosa, cuando se trata de dirigentes o personas comunes, los panelistas del programa Tolerancia Cero sacan a relucir sus colmillos en busca de la yugular.
Desprecian, con matices más o menos, a todo aquel que huela a estudiante, revoltoso, homosexual o indio. Le buscan el lado débil, descubren sus flancos y atacan. No siempre con resultados a su favor, pero por empeño, no se quedan.
Pero suspiran entre bromitas cursis cuando sus invitados son colegas o amigos con quienes comparten sus aficiones, gustos culinarios, deportivos o literarios. Sobre todo si son parte de la elite que comparte el poder, en cualquiera de sus formas.
Se afirman en la investidura o fama de sus invitados para lograr alguna sintonía porque sus méritos discursivos, buscando con afán la idea punzante, el agregado inteligente, la profecía perfecta, no siempre les da resultados.
Entienden que mientras sus invitados mejor se comportan en la sociedad y en el set, mejores personas son. Sobre todo si concuerdan con sus propios postulados. Para esos conductores de televisión, la economía es así y así es la sociedad y todo el que plantee alternativas de ordenamiento, economías de otras escalas, sistemas fundados en otras filosofías, son vociferantes, ignorantes, una manga de desadaptados que deberían estar presos o en un campo de trabajos forzados.
Para ese panel de expertos, el gobierno, cualquiera sea, siempre tiene la razón, pero no dejan de enviarles sus recados en el convencimiento que, de ser tomados en cuenta, otro gallo cantaría. Son enamorados de sus opiniones.
Su batería de modales cubre un rango que va desde la suavidad de obispo con que tratan a los magnates y poderosos, hasta la aspereza incontenible y casi de cuartel con que enfrentan a los estudiantes revoltosos.
Si de ellos dependiera, todo desordenado que tiene la desfachatez de pelear por sus derechos: estudiantes que exigen educación pagada por el estado, mapuches que pelean por sus tierras, trabajadores que quieren una alita del festín, ecologistas que se oponen a proyectos geocidas, deberían ser sometidos a un proceso de reeducación, bajo los estrictos parámetros nacidos de sus criterios. O derechamente ir a una cárcel.
Es difícil saber para qué llevan a personas que opinan de manera distinta a la de ellos. Se ve que sufren sobre todo si son dirigentes estudiantiles como Giorgio y Camila, que peor aún, tienen la molesta costumbre de decir las cosas como son y agachar el moño sólo cuando la mayoría de sus compañeros se lo exigen.
Que ganas de Villegas de mandarle un soplamocos a
Se ven desequilibrados en sus sillas cuando escuchan que los muchachos han venido para quedarse, que esta pelea no termina ahora y, por sobre todo, cuando Camila con todas su letras les advierte que vendrán otros y otros y otros formados, eso no lo dice ella, pero así es, en el ejemplo maravillosos de esta generación de líderes valientes, insumisos, libertarios.
De aquí a poco el medioambiente político sufrirá los efectos de los aires nuevos en las alas de estos dirigentes magníficos, en el mejor de los casos. Esperemos que esta inercia deje muy atrás a personajes incapaces de montarse en este tiempo, esos que no aceptan la existencia de quienes piensan de un modo distinto.
Los panelista de Tolerancia Cero deben esforzarse más en busca de invitados que a todo digan que si, que se inclinen y que coincidan con sus postulados. Que si bien invitar a personas como Camila y a Giorgio les rinde réditos de audiencia y en consecuencia de auspiciadores, también es cierto que al otro día quedan expuestos de mala manera, como intolerantes, odiosos y despreciativos representantes de la verdad revelada.