Nos hemos enterado por la voz del presidente de
¿Puede descartarse de plano que algunos profesores alienten este tipo de expresiones? De buenas a primeras, sin información cabal y más o menos confiable, claro que sí. Ahora, si fuese cierto que algunos colegas que hacen filosofía en los colegios o universidades, diesen pábulo a justificaciones de este tipo de acciones, no quedaría más que estar en desacuerdo, en radical desacuerdo. Esto no quita que algunos profesores de filosofía tengan o hagan sus propias opciones políticas, y entre ellas, algunas a lo mejor, pretenden justificar – por motivos a, b o c-, acciones de violencia directa contra bienes privados, públicos o contra la policía. Acciones que enlodan manifestaciones ciudadanas por causas justas y llevadas adelante de manera pacífica.
Pero, sin hacer estas consideraciones, el presidente de
La verdad, sus palabras nos toman por completa sorpresa. Y uno no sabe ya si este es otro intento más, como lo han hecho las autoridades de gobierno, por encontrar culpables o demonizar las expresiones ciudadanas masivas. Las cuales, cada vez más, lo que están poniendo en cuestión, no son solamente aspectos parciales del modelo de economía y sociedad imperante, sino su propio andamiaje fundamental. Y cuando ello es así pues lo que empieza a gestarse es una radical crisis de legitimidad, no solo de la gestión, uso de recursos o funcionamiento del sistema o modelo. Y claro está, una crisis de este tipo no gusta nada a las elites en el poder ( político, económico o financiero). Por eso – de buenas a primeras- hay que atribuirle ese cuestionamiento a álguien: sea a los comunistas, los violentistas, los des-adaptados o, ahora, faltaba más, a los profesores de filosofía que, cuando menos lo esperábamos, entramos al ruedo de culpas en la misma categoría. El simplismo a la palestra. La verdad, no es la primera vez que el filosofar o la enseñanza de la filosofía ha sido una actividad cuestionada, en el país y más allá.
Desde su surgimiento mismo – fíjese que casualidad-, de la mano al mismo tiempo de la creación de la democracia, por los griegos en el siglo V aproximadamente , apareció como una vocación peligrosa, toda vez que irrumpe en esa historia para recuperar un protagonismo para los mismos humanos, hasta ese momento, de un modo u otro, guiados y manejados por el quehacer externo, implacable e inexplicable de dioses y fuerzas míticas. Y ese protagonismo le era posible al humano porque solo él , como dijo Aristóteles, es el único capacitado entre los vivientes para ejercer un uso público de la palabra y las razones, y por su intermedio modelar a imagen y semejanza de alguna idea compartida de bien o de justicia, la ciudad, la comunidad política y sus instituciones. O dicho de otra forma, el humano es el único animal que filosofa, y lo puede hacer porque tiene palabra, lenguaje. La emergencia del filosofar es justamente, una forma de contrarrestar la violencia y el poder como dominio que no cesan de estar presentes en las relaciones interhumanas, con la naturaleza o en las mismas instituciones, incluso, cuando se dicen democráticas. Es permanente forma de interrogación y autointerrogación de la manera en que pensamos, vivimos y actuamos en el mundo. Buena prueba del peligro de esta vocación la tenemos en la persona de Sócrates, para muchos, uno de los primeros mártires del filosofar. Es algo sabido: fue condenado por sus propios conciudadanos, supuestamente, por corromper a la juventud. Oiga, y también es sabido que su actividad consistía en ir de aquí para allá en el ágora ateniense interrogando a unos y otros en torno a lo que decían, lo que hacían o lo que creían saber. Sócrates no enseñaba nada en particular porque, también es algo sabido, lo único que sabía era que no sabía nada. Es decir, que nada podía enseñar. Con todo, por algún motivo misterioso, la democracia ateniense creyó necesario condenar a muerte un ciudadano como Sócrates, de setenta años, cuyo delito era ir por aquí y por allá preguntando esto y aquello.
Volviendo a nuestro país: no es la primera vez que el filosofar y su enseñanza ha sido visto como una actividad inútil, poco productiva, con poca salida de mercado. Hace algunos años se tuvo que defender la pertinencia y validez de las horas de filosofía en los colegios y liceos. Por qué? Pues porque al Ministerio de Educación de aquel entonces le parecía más productivo y útil –como no- la enseñanza del inglés y la computación pues. En función del modelo de economía y sociedad de mercado incorporada al tren globalizado de la competitividad y las maravillas tecnológicas, del fin de la historia y las ideologías, la actividad de un pensar critico, de una interrogación y autointerrogación deliberante, razonada y permanente , como talante propio de una educación ciudadana y democrática, aparece ciertamente como una rémora, un obstáculo para la ganancia rápida, algo de muy poca rentabilidad a corto plazo, una suerte de “piedra en el zapato” para el poder dominante y sus instituciones.
Es muy probable que de haber sido consultado en ese entonces, el actual presidente de