Febrero 17, 2025

TELESCOPIO: Movilizaciones, a no repetir la historia

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marcha1No cabe duda, las movilizaciones estudiantiles en Chile han cautivado la imaginación popular y nos han embarcado a todos en un proceso político de perspectivas imprevisibles y de grandes esperanzas. Pero ojo—y no por ser agorero ni mucho menos—hay que estar muy alerta porque sin duda hay quienes quisieran montarse sobre este proceso y utilizarlo para sus propios objetivos.

 

 

 

 

 

Aun a costa de parecer defensivo, insisto en que soy sumamente optimista sobre la movilización lanzada por la muchachada chilena desde hace ya tres meses; pero al mismo tiempo no puedo dejar de expresar mis aprensiones basándome en lo sucedido en experiencias anteriores.

 

Para los que eran muy jóvenes o quizás ni siquiera habían nacido entonces: los años de 1986 a 1987, los tiempos de las grandes protestas contra la dictadura, los tiempos cuando se había desplegado la asamblea de la civilidad y numerosas otras organizaciones de base, territoriales, ajenas al modo orgánico previo al golpe, originales en su estructuración, flexibles en su modo de operar, muy amplias en cuanto a quienes participaban en ellas. Había por cierto, gente de todas las generaciones, veteranos de las luchas políticas previas al golpe de 1973, otros que aunque veteranos en edad habían madurado y adquirido conciencia durante los años de dictadura, pero por sobre todo había jóvenes, por tales me refiero a gente de 35 años para abajo, adolescentes incluidos.

 

Súbitamente había surgido en Chile un amplio y multiforme movimiento de bases que no respondía a los cánones tradicionales del quehacer político chileno. Mucha gente desde el exterior dimos un amplio y en la medida de lo posible, un generoso apoyo a ese movimiento que surgía desde el pueblo mismo, sin intermediarios.

 

Esto último en parte porque la dictadura había prohibido y destruido a los partidos políticos pre-existentes y otro tanto había hecho con las organizaciones sindicales. De alguna manera el pueblo chileno en esos años había ido creando “a puro ñeque” uno podría decir, sus propias formas de bregar con la feroz dictadura. Y el marco del accionar de ese amplio conglomerado había sido el de su movilización masiva. Cierto que la dictadura también había sido capaz de absorber al menos parte del impacto de ese movimiento, pero a la larga su inventario de posibles respuestas—otras que la pura y brutal represión—se iban agotando. En ese contexto, la movilización popular desatada desde 1983 pero que hacia la segunda mitad de esa década iba adquiriendo contornos gigantescos y a la vez rasgos no del todo previsibles empezó a preocupar a muchos, no sólo a la dictadura, el principal blanco de las protestas, sino—más significativamente—al propio Departamento de Estado de Estados Unidos y también a un grueso sector de la clase política chilena de izquierda y centro, desplazada de posiciones de poder político por obra del golpe de estado de 1973, muchos de sus integrantes personas de una generación relativamente joven, entre 40 y 50 años, en el caso de la izquierda una generación que en el gobierno de la Unidad Popular había ocupado cargos de relativa importancia y que ciertamente habían visto el golpe de estado no sólo como un salvaje ataque sobre la democracia chilena y sobre las expectativas de construir el socialismo en Chile (admito que en esos empeños ellos pudieran haber estado genuinamente comprometidos y entregados), sino además como un ataque contra sus propias aspiraciones de figurar en la historia de Chile, de ser parte de la clase política gobernante, de ocupar ministerios, ser diputados o senadores. Hasta aquí llego incluso a admitir que se trataría de ambiciones legítimas: si alguien tiene el talento necesario para querer ser parlamentario, ministro o presidente de la república no veo porqué tendría que ocultarlo o no pujar porque esas ambiciones cristalizaran, en la medida, claro está, que para llegar a esa cristalización se actuara con un aceptable grado de honestidad.

 

En ese contexto de alza de las movilizaciones populares, hacia fines de los 80, ese amplio movimiento de masas que aun no responde claramente a directivas políticas sino que tiene mucho de espontáneo e inorgánico, presenta un serio desafío a muchos. Paradojalmente, esa misma fuerza que surge casi espontáneamente como expresión del clamor popular por deshacerse de la dictadura y que no responde a las estructuras políticas entonces reprimidas y desmanteladas, se transforma en debilidad cuando la dictadura—en respuesta a las propias presiones de Washington—afloja la prohibición contra los partidos políticos y estos retornan al escenario, en una estrategia conjunta de Estados Unidos que prefería lidiar con actores políticos conocidos y previsibles, y de la propia dictadura que igualmente optaría por entenderse con los “señores políticos” a los que Pinochet despreciaba, pero que prefería a los impredecibles movimientos populares de base que entonces habían surgido y a los que probablemente temía.

 

Lo demás es historia, como se diría (por cierto esta reseña es también esquemática y resumida para un artículo breve como este): los partidos retornan, la clase política retoma o trata de retomar donde las cosas habían quedado en septiembre de 1973, en una actitud de compartida hipocresía todo pareció como una broma de mal gusto que los militares habían hecho, que se había prolongado mucho tiempo, ahondando el sentimiento de mal gusto, pero que al fin de cuentas se daba por superada, y aquí no ha pasado nada. Todos somos chilenos, todos somos amigos. Las fuerzas armadas se van a los cuarteles, vuelven a ser defensoras de los valores patrios y todo retorna a un supuesto e idílico pasado.

 

En este episodio los únicos que sufrieron una broma de muy mal gusto fueron los que por cerca de diez años arriesgaron sus vidas en las protestas para echar al dictador, los que honestamente creyeron que levantaban un movimiento desde la base popular y que en última instancia vieron instalado en el gobierno a lo que en un comienzo se vio con esperanzas, pero que a la larga causaría decepción. Pero eso no se vio así en ese instante. Para qué vamos a estar con ditirambos y excusas, prácticamente todo el espectro político chileno de entonces que deseaba deshacerse de la dictadura, embarcó en esa estrategia, desde el centro, pasando por las variadas gamas de la izquierda, hasta el PC y el MIR (este último incluso presentó por única vez en su historia, candidatos a diputados), en suma casi todos lo hicimos: “la alegría ya viene” se cantaba en Chile y aquí desde el exterior también enviábamos nuestros parabienes a la iniciativa. Nadie, excepto unos poquísimos que inmediatamente quedarían marginados,  puede decir que no se subió al carro de la estrategia de transición sobre cuya elaboración probablemente nunca se sabrán todos los detalles, pero que nos subimos al carro, nos subimos. Valga la autocrítica, aunque, al revés de otros, en lo personal jamás obtuve beneficio alguno de esa situación.

 

Hago un rápido salto en el tiempo para trasladarme al momento presente. Por cierto espero que la historia no se repita. Esta movilización iniciada por los estudiantes ha tenido rasgos únicos y originales, aunque también tiene facetas que algunos pueden considerar parecidas o similares a las del amplio movimiento de bases de finales de los 80. Por de pronto el hecho de surgir como movimiento con gran espontaneidad que se desarrolla y prende rápidamente entre vastos sectores, que se radicaliza en la búsqueda de sus objetivos y que se maneja—en lo general—independientemente de los partidos políticos.

 

El hecho de no responder a directivas políticas, la autonomía del movimiento, es su fuerte, aunque algunos de sus líderes como la joven Camila Vallejo sea connotada militante comunista, pero nadie puede decir que esa dirigente se deje manipular o intente imponer la línea de su partido, lo que justamente le ha ganado el respeto de sus bases. Al mismo tiempo sin embargo ello hace al movimiento vulnerable a disensiones internas, lo que es importante de resolver no del modo tradicional de las estructuras partidistas: aplicando la disciplina, sino mediante un diálogo y debate permanente; todo ello de cara a las masas, con absoluta transparencia. Aquí no debe haber secretos, por cierto no cosas a ocultar a la base. Hasta ahora en este sentido el movimiento estudiantil ha tenido una conducta ejemplar y ello le ha permitido mantenerse vigoroso, a pesar del largo tiempo transcurrido en paro.

 

Por eso mantengo mi optimismo por el futuro de esta movilización, pero al mismo tiempo, muy modestamente, como observador desde lejanas tierras que gracias a los medios electrónicos de comunicación se mantiene excelentemente bien informado, espero que esta movilización no vaya a caer en la trampa que le tiendan aquellos aun embarcados en una modalidad de hacer política basada en las conversaciones de pasillos, los arreglos “para callado” y las negociaciones en las alturas. No caigo tampoco en demonizar a todo el mundo que hace política estos días desde el parlamento, creo que muchos de ellos, algunos incluso en la coalición gobernante, estarían genuinamente por empujar las demandas estudiantiles para su concreción, incluyendo el llamado a una nueva constitución (después de todo, bajo cualquier circunstancia realista, de lograrse que una asamblea constituyente redacte una nueva constitución, cualquiera sea el método que se adopte para elegir tal cuerpo, la derecha cuenta con un suficiente nivel de apoyo electoral como para estar bien representada allí; pero claro, el status quo le da hoy total control, mientras que una constituyente la forzaría a aceptar compromisos). Lo importante sin embargo es mantener la iniciativa del proceso en la movilización social, no excluir completamente al congreso, pero evitar que el centro de gravedad del proceso político se traslade desde la calle a las mesas de diálogo, tampoco estas son malas a priori, pero sí deben ser analizadas en términos tácticos y estratégicos: tácticos porque en lo inmediato el movimiento estudiantil no puede aparecer como innecesariamente intransigente ni cerrado al diálogo, porque ello le puede restar apoyo de aquellos sectores menos politizados pero de todos modos necesarios; estratégicos porque al acceder al diálogo los estudiantes también fuerzan al gobierno a hacer concesiones que eventualmente pueden llevar a trasladar el debate a un plano superior: el del cuestionamiento del ordenamiento constitucional mismo, y esto sería una gran logro.

 

En todo caso hay que valorar esa nueva manera de hacer política que encarnan los dirigentes estudiantiles y sobre todo, el hecho que a pesar de las adherencias políticas de algunos de sus dirigentes, el movimiento se mantiene como una instancia autónoma, no manipulable. Por el contrario, si algo debe resultar de aquí es que sea la fuerza de la movilización estudiantil la que fuerce la mano no sólo del gobierno, sino del congreso, incluyendo aquí a todas las fuerzas políticas allí presentes, porque en este instante es la hora de la movilización y no de la política tradicional. Al menos es como la dinámica de las cosas lo indica, vistas desde la distancia.

 

No puedo dejar de resaltar también la muestra de gran liderazgo demostrada por los dirigentes estudiantiles, la que contrasta con la mediocridad, el estancamiento en esquemas añejos y en viejos prejuicios que muestran otros dirigentes. Hace unas semanas fue el exabrupto antisemita de Jaime Gajardo el que salpicó la prestancia de la movilización por mejor educación, hace unos días otro exponente de la vieja manera de hacer política hizo notar su tontería, el cuestionado burócrata sindical Arturo Martínez, quien acusó a los profesores de filosofía por la violencia, según él por “las porquerías que dicen”. Por cierto más no se puede pedir de un ignorante de pocas luces como parece ser el actual presidente de la CUT. El gran Clotario Blest, un autodidacta que nunca dejó de aprender y enseñar y que por cierto sabía del valor y la importancia de la filosofía, se daría vueltas en su tumba ante la tamaña ofensa en que ha incurrido el que ahora ocupa el puesto que él una vez tuvo. Y me disculparán por mi propia reacción ante este inusitado e injustificado ataque, pero desde los tiempos de Platón, recuérdese la Alegoría de la Caverna, aquél que ha visto la luz—la razón—cuando regresa con los que sólo ven las sombras de la cosas y cuando él les describa la realidad, los otros reaccionarán con hostilidad contra él. Ése es el rol del filósofo y de los profesores de filosofía (y en lo personal lo he sido por treinta años aquí en Montreal, en temas de ética y epistemología, y por cierto sin incitar a ninguno de mis jóvenes estudiantes a la violencia, aunque aquí en Canadá lo único que incita a los jóvenes a la violencia son las derrotas de su equipo favorito de hockey).

 

Desde estas tierras donde enfoco mi telescopio, veo las cosas con muchas perspectivas de éxito, pero sólo quiero advertir que ese éxito, si se logra, pertenecerá al movimiento estudiantil y es muy importante que después nadie se los arrebate, porque siempre abundan los que gustan vestirse con ropajes ajenos.

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