Noviembre 3, 2024

Hinzpeter, tiró la piedra y escondió la mano

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hinzpeter_piera270La retórica gobiernista ha sido la actriz principal de la escena teatral que la derecha ha instalado, tanto para ofrecer una nueva forma de gobernar como para anunciar revoluciones por doquier, señalando que están haciendo obras de carácter histórico.

 

 

 

Pero el discurso tiene sus límites y a su vez una trampa. Su operación termina cuando la realidad concreta se impone, a niveles tales que ni siquiera el enorme despliegue y manejo comunicacional puede controlar, porque al fin y al cabo los medios de comunicación también necesitan de la sintonía y credibilidad para seguir siendo competitivos.

La trampa fantástica consiste en quedar prisionero de la palabra, de aquella que vociferó elegantemente una nueva alegoría, que generó en algunos expectativas desmedidas y alucinantes y en otros empoderamientos corporativos e ideológicos en una nueva cruzada contra el mal y el desorden.

Para los primeros ya pasó la embriaguez de la ilusión y hoy se lanzan a las calles y plazas públicas de pueblos y ciudades a lo largo de Chile para manifestar su malestar por la indolencia ante el cuidado medioambiental y nuestros bienes básicos; por el largo ciclo de acumulación de inequidad y de riqueza monetaria al mismo tiempo en el ámbito educacional; por la explotación y trato indigno hacia los trabajadores; por el abuso que ejerce esa pléyade de financistas amparados en la lógica consumista y los recovecos institucionales de la impunidad; por la concentración de la riqueza en unos pocos que además habitan en la metrópoli, dejando a las regiones exhaustas de expoliación; por la constante discriminación de hecho y de derecho de opciones de vida distintas al canon familiar del conservadurismo; y en fin porque en un sentido genérico porque hoy estamos en presencia de nuestra propia y total caída de las legitimidades y las instituciones de la élite en el poder.     

Para los segundos también está pasando el cenit de la gloria, puesto que el fatídico azar quiso que el crimen de un joven no pudiera ocultarse, y por el contrario que su martirio fuera la prueba contundente de la existencia de una lógica represiva en una institución como Carabineros que sintió, que con su nueva dependencia ministerial, dirigido por un ejemplar encarnación del orden y el disciplinamiento, había obtenido la bendición para iniciar la cruzada contra la delincuencia y el alzamiento social a punta de bombas lacrimógenas, apaleos, abusos en los ocultos espacios de las comisarías y carros policiales, uso de la caballería, y por supuesto el recurso más efectivo, el disparo letal de un arma de fuego.

“Lo importante no es el hombre, sino el orden”. Este es un diálogo corto pero extraordinario entre dos mafiosos en una escena de la película Ganster Americano. Más allá de las “profesiones” específicas de los dialogantes, esta aseveración se puede hacer extensiva a todos aquellos que sienten que su primer deber es cuidar el negocio, como de hecho es la misión que se ha autoencomendado el Ministro del Interior, Rodrigo Hinzpeter.

El historial de Carabineros en este año y medio de gobierno es terrorífico, sobre todo en las poblaciones populares, a las cuales asocia en forma automática con la delincuencia, la que de paso no ha logrado ser disminuida a pesar de haber sido el objeto de culto de la campaña piñerista. Y la que tampoco será vencida mientras el paradigma siga siendo solo el garrote, el abuso y la discriminación.

Esta violencia brutal y ocultada al ojo ciudadano ha sido develada al calor de las movilizaciones sociales, que rompió la sacrosanta costumbre de tener despejada las vías de tránsito y no alzar la voz ante la autoridad. La gente en las calles terminó por enojar a estos uniformados que tenían licencia de su máxima autoridad política para no permitir que se pasaran de la raya.

Los actores sociales han salido aún más legitimados, porque desde el primer momento denunciaron la violencia policial y el discurso criminalizador del gobierno. Los hechos les dieron la razón: los carabineros infiltrados, los ataques a sedes sociales, la represión injustificada, los ataques de los perros policiales, las falsas acusaciones, los montajes, la bala asesina.

Una vez más la palabra fue su trampa. De las aseveraciones ejemplares sobre el comportamiento de carabineros, de que no se realizaría ninguna investigación porque no ameritaba, de que todo se debió a un enfrentamiento, hemos dado paso al reconocimiento del engaño, el encubrimiento, la mentira y el fanatismo ideológico.

Pero todo esto es aún parcial, porque en definitiva aquí hay una personificación clara de que alguien tiró la piedra, el que envalentonó, el que aseguró que carabineros en su actuar iba a contar con todo el respaldo del Ministerio del Interior y que no habría tregua contra los desordenados. Pero hoy, astutamente, ha escondido la mano.

En toda esta vorágine de instituciones deslegitimadas y necesidades de mayor organización de la sociedad para luchar por sus derechos en todos los ámbitos, también ha llegado la hora del control ciudadano de la institución policial, porque el soberano sigue siendo el pueblo, más aún cuando el Estado abandona su obligación con el bien común.           

 

Carlos Gutiérrez

Miembro del Coordinador Nacional de MAIZ

 

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