
Las declaraciones del Presidente de Renovación Nacional y recién nominado senador – sin un voto a su favor-, Carlos Larraín, sobre “la tropa de inútiles subversivos”, tienen un indeleble sello de familiaridad con la tradición histórica dominante en la derecha chilena.
Cuando los subordinados, el pueblo, la masa – que nunca actúa por sí misma sino conducida por malos caudillos- decide cuestionar las reglas impuestas por la minoría dominante, las reacciones no se dejan esperar. Las palabras de buena crianza (“comprendemos y compartimos las preocupaciones de los estudiantes por mejorar la calidad de la educación en nuestro país”) dejan su lugar a los gestos inequívocamente descalificadores y amenazantes. Ellos son seguidos, muchas veces, de acciones enérgicas, cuyas consecuencias son, muchas veces, lamentables, pero que se habrían visto obligados a adoptar en virtud de la intransigencia, el maximalismo y la amenaza al orden público y a la legalidad que representa el movimiento rebelde (sea obrero, estudiantil, mapuche, etc.). Las fuerzas armadas o la policía son llamadas a reprimir, a detener, a disparar contra gente indefensa, cuando no a torturar, asesinar y desaparecer personas, como en la última dictadura militar. Pero la responsabilidad es de los subversivos, no de los que reprimen o de quienes los mandaron a hacerlo para, con mano ajena, restaurar el orden, que es su orden, el único posible para este país; es siempre de los insubordinados, de las víctimas, por ponerlo en cuestión.
Como patrón ha hablado don Carlos Larraín, ha llamado (¿por última vez?) al orden. “Ya hablarán las balas” dijo en su momento un verdadero dueño de fundo – de cuyo nombre no quiero acordarme- frente al avance de la reforma agraria durante
Pero en algo tropieza nuestro pequeño rey del sarcasmo oligárquico: hay una mayoría del país que no le cree a su gobierno y no porque el comunismo les haya lavado los cerebros, sino porque los ha visto actuar y los conoce, y sabe que la única sociedad posible que pueden crear tiene mucho más de la ex Colonia Dignidad que de un verdadero país desarrollado y moderno. Una sociedad rigurosamente segmentada en dos partes: una pequeña, que goza de todas las ventajas, cerrada sobre sí misma y ante todo lo que en el mundo pueda llamarse verdadero progreso; y otra, mucho más grande, que debe agradecer a la primera la oportunidad de trabajar, si la tiene, por los sueldos que les asigne el mercado libremente controlado por la minoría; y conformarse con la educación, la salud y la previsión que les corresponde, en buena parte administrada a través de sus bullantes empresas. Y si no la tiene, ahí está carabineros para reprimirlo y los medios de comunicación para ignorarlo, estigmatizarlo o estupidizarlo.
Sería bueno poner las cosas en su sitio. Don Carlos y la derecha no aspiran a una sociedad de oportunidades, sino a una de desigualdades. Pero ya hay quienes aprendieron de la experiencia histórica, y a los que ese pacto de obediencia popular suscrito con
Que Don Carlos guarde sus armas, esta vez no le servirán: cuando una gran mayoría está realmente convencida y dispuesta a expresar su parecer y su disconformidad, poco o nada pueden hacer la violencia verbal ni física. Debería pensar mejor en colaborar con su gobierno proponiendo salidas razonables al conflicto por la educación, antes que terminar en un fracaso político de envergadura, que no lo promueven el PC ni los estudiantes, sino él mismo y los “duros” de siempre. Debería(n) aprovechar la oportunidad histórica de convertirse en una derecha republicana, moderna, democrática. Por último, en pensar antes de abrir la boca para hablar… o gruñir.