Una excelente noticia tuvimos esta semana: los adolescentes en huelga de hambre en el Liceo de Buin bajaron este miércoles su huelga de hambre, después de 37 días. Y aunque siguen en huelga estudiantes del Instituto Superior de Comercio, del glorioso Darío Salas, y de otros establecimientos, seguramente alguien los convencerá de bajarse también.
Que sean éstas las últimas huelgas de hambre en Chile.
Primero, porque esta forma pasiva de luchar -un intento de suicidio en cámara lenta- sólo puede llevar a situaciones límite que obviamente pocos están dispuestos a encarar. Nadie puede exigirse a sí mismo, ni menos a un grupo de adolescentes, ser consecuente hasta el final -o sea, morir- sólo porque esa es la única manera en que este tipo de protesta sacrificio puede tener algún sentido y probabilidades de éxito.
Segundo porque bajarse por razones de salud es, en realidad, una contradicción con la misma esencia de una huelga de hambre (que es la de casi todo suicidio: ustedes cargarán para siempre con mi sacrificio en su conciencia), además de ser una derrota.
Si los presos políticos mapuche lograron algo con su primera huelga de hambre el año pasado, fue porque estaban decididos a dejar sus huesos ahí en las cárceles, frente la inmensa mole de injusticias que tienen encima. Si no lograron nada con la segunda fue porque anunciaron desde el inicio que no iban a llegar hasta ese estadio.
En Chile se han realizado muchas huelgas de hambre, en las que nadie jamás murió, que yo sepa. Durante la dictadura, en el extranjero vi “huelgas de hambre” solidarias con las que se hacían en Chile, de 24 y 48 horas, realizadas con gran despliegue escénico (médicos, familiares con cara de preocupación, un ambiente de murmullos, salas a media luz, equipos de prensa, etc). Era un espectáculo lamentable.
Desde que en 1981 Bobby Sands, militante del IRA, murió en una cárcel británica en protesta contra su encarcelamiento y contra la ocupación inglesa de su patria, Irlanda del Norte, nunca más las huelgas de hambre fueron lo mismo.
Tokyo Sexwhale era un joven dirigente del Congreso Nacional Africano en 1994, cuando se negociaba el fin del régimen racista en Sudáfrica. En una entrevista le preguntaron si estaba dispuesto a morir por su causa, y respondió: “más bien estoy dispuesto a matar”.
La primera señal de esta huelga recién terminada es que, además de que los muchachos se salvaron y todos respiran aliviados, el ministro de Salud, Jaime Mañalich -con aquel humanismo y delicadeza de la ultraderecha-, se burló de ellos. Precisamente en el día en que se realizó en Santiago la más demoledora manifestación de protesta contra el orden constitucional fascistoide que rige a Chile.
No más huelgas de hambre y sí más ganas de salir a la calle, tocar cacerolas y desobedecer a los autoritarios que se apropiaron de Chile. Como cantó Silvio Rodríguez sobre la victoria de Girón: “Nadie se va a morir. Menos ahora”.