El viernes 22 de julio, en columna publicada en el diario La Segunda, el diputado Alberto Cardemil manifestó su rechazo a lo que calificó como la “sórdida selección” de contenidos expuestos en la serie “Los Archivos del Cardenal” de TVN. Sostenía Cardemil que el programa constituía “un abuso de platas públicas, y vulnera las orientaciones programáticas editoriales de TVN”, asociadas a la presentación equilibrada de los hechos, el pluralismo, la objetividad, imparcialidad, rigurosidad, entre otros criterios. Aseveró además el parlamentario que en la misma época en que se narran los hechos (1979-1980), “los compañeros de ruta del héroe, que se jacta de tener reunidas más de cuatro pistolas”, mataron o dejaron mutilados a 20 personas.
Al leer a Cardemil cuesta creer que los preconizados consensos de la sociedad chilena en realidad sean tales. Cuesta pensar que efectivamente la derecha chilena ha hecho el debido reconocimiento de las violaciones a los derechos humanos cometidos por un régimen por el que trabajó y apoyó públicamente. Cuesta, en resumidas cuentas, desprender de las palabras del diputado que efectivamente la derecha haya dejado atrás su lastre autoritario para asumir una convicción genuinamente comprometida con la democracia.
La insistencia de Cardemil de buscar una visión equilibrada de lo ocurrido no es sino el intento de retroceder a la vieja práctica de presentar la verdad histórica desde una suerte de empate de culpas y víctimas de un lado y de otro.
Con sus juicios, Cardemil pareciera volver sobre la idea de que los hechos consignados en los informes Rettig y Valech nunca existieron, o que éstos pueden justificarse en función de un contexto particular. La insistencia de Cardemil de buscar una visión equilibrada de lo ocurrido no es sino el intento de retroceder a la vieja práctica de presentar la verdad histórica desde una suerte de empate de culpas y víctimas de un lado y de otro.
El lamentable recurso retórico de contraponer muertes con muertes para negar, minimizar, o menospreciar los crímenes de la dictadura militar chilena – oponiendo la acción de personas y grupos particulares al brutal genocidio y terrorismo de Estado – ha sido por años la práctica que ha privado a las nuevas generaciones de conocer y ser educadas en la verdad y la doctrina de los derechos humanos. Si Los Archivos del Cardenal son una contribución en esta tarea, resulta inexcusable cualquier intento desde el poder político de poner trabas a la libertad de expresión, con juicios que vienen a cuestionar el legítimo derecho a poder difundir ideas en un medio de comunicación de carácter estatal, bajo el argumento tosco del uso de platas públicas.
La lógica discursiva empleada por el diputado aliancista puede explicarse perfectamente por lo que ha sido su conducta y trayectoria política. Cabe recordar que Cardemil fue funcionario de la dictadura, desempeñándose como Subsecretario del Interior entre 1986 y 1988, período en que – consigna el Informe Rettig – son asesinadas más de 100 personas a manos de agentes del Estado. Precisamente, en el cargo de subsecretario, el actual diputado por Santiago protagonizó uno de los episodios más vergonzosos de lo que fue la etapa final del régimen de Pinochet.
El 5 de octubre de 1988, Alberto Cardemil debía dar a conocer al país los resultados del plebiscito que decidiría la salida del gobierno del dictador. Pese a que varias radios ya daban a conocer el triunfo parcial del No, las salidas del Subsecretario Cardemil ante las cámaras se sucedían en forma asistemática para desmentir los datos y dar por ganador al Sí. Por largas horas, Cardemil dejó de aparecer en televisión, y en virtud de ello, los canales no encontraron nada mejor que emitir dibujos animados. Diversa literatura da cuenta de que en esos precisos instantes, Pinochet buscaba afanosamente la firma de los demás comandantes en jefe para declarar Estado de Excepción, volcar el Ejército a las calles, y desconocer los resultados del plebiscito. Pero el diputado Cardemil se ha esforzado por negar esa situación o su conocimiento de ella. Para este fin utiliza el recurso de minimizar lo ocurrido, señalando que las primeras mesas de toda elección en Chile son más proclives al voto de derecha. De ser así, extraña que otros medios de comunicación sí contaran con datos más apegados al resultado final.
Y dado que su versión resulta poco verosímil, es complejo suponer que sobre éstas y varias materias asociadas ligadas al gobierno del que fue parte, no tenga información. Complejo pensar que nunca escuchó hablar de José Domingo Cañas o de Villa Grimaldi, que pasó de largo justo cuando se comentaba algo sobre Cuatro Álamos o la Venda Sexy, que no le llegó ni de a oídas una palabra sobre Lonquén o Pisagua; o sobre la parrilla, el submarino o la piscina. Como de negar los hechos se trata no es de extrañar este afán por ocultar la historia, la del 79, la del 80 o del 88. O más bien, por apegarse a la doctrina de su mentor político: “no es cierto, y no me acuerdo. Y si es cierto, no me acuerdo”.
Artículo publicado en El Mostrador
*Sociólogo, miembro de Nueva Izquierda y del Movimiento Amplio de Izquierda