La intención de estas páginas, es recordar a una experiencia condensada en el título del libro de Alberto Gamboa: Un viaje por el infierno, que muestra la experiencia del autor, chileno, periodista y ex director de Diario Clarín, desde el golpe militar de 1973, hasta los momentos de su liberación de la prisión.
El viaje deviene elemento constitutivo de dicha experiencia, inscribiendo en el texto una modalidad de recorrido que va de lo familiar a lo desconocido, de la seguridad a la incertidumbre, de lo humano a lo inhumano. Finalmente, el viaje se traducirá en un aprendizaje nuevo sobre la condición de la figura del testigo en tiempos del horror dictatorial.
Un viaje por el infierno, publicado por secciones en 1984, vuelto a publicar el 2010, forma parte de la narrativa testimonial que se ha venido desarrollando en Chile desde tiempos de la dictadura. En esta narración, la intención de Alberto Gamboa es dejar testimonio de lo vivido, para que los demás sepan qué ocurrió realmente con los que sufrieron la represión y la tortura. Aclara que todo lo escrito en Un viaje por el infierno, no es una novela ni una ficción, sino un sincero testimonio, es decir, un relato de vida donde se contará únicamente la verdad de lo sucedido.
En una primera etapa del viaje por el infierno, Gamboa pasará 40 días en el Estadio Nacional del Chile, epicentro de las grandes jornadas deportivas en el pasado y convertido, en ese momento, en el centro de detención más grande del país. Desde su ingreso, Gamboa sufrirá distintas formas de violencia; tales como la privación del sueño, un trato verbal vejatorio, y el “placer sádico del pegar por pegar”.
Gamboa sufre una progresiva inserción en los círculos del infierno. Para ello, será necesario que los verdugos cubran la cabeza del testigo para privarlo de cualquier punto de referencia. Gamboa, definirá su deambular como un recorrido entre las “tinieblas” y a través de largos pasillos que lo conducirán hasta el epicentro del terror, esto es, la sala de tortura. El viaje por el infierno alcanza aquí su momento crítico. El dispositivo activado por la mecánica de la tortura irá distribuyendo en una ordenada secuencia las cuotas de dolor en el cuerpo torturado. Una suerte de técnica de la tortura irá delimitando las zonas del cuerpo según los grados de especialización de los torturadores. En medio de lo que Gamboa define como una “carnicería humana”, diversos hombres le golpearán las piernas, el estómago, la boca, la cabeza.
Los golpes se distribuirán en el cuerpo, para producir un dolor que convierte la escena en lo que Gamboa describe como una “cámara de sacrificios” y un infierno, donde se mezclan los gritos de las otras víctimas que a su lado son destrozadas por la maquinaria represiva. El cuerpo torturado “pierde así su individualidad, pero no para sumarse a un carnaval que lo colectiviza, sino para aparecer como pura biología despojada de su humanidad” (Olea 201)
Además de producir dolor en el cuerpo del prisionero, la técnica de la tortura incorpora una estrategia sicológica, que tiene el fin de instalar la incertidumbre en el prisionero, anulando su voluntad. En este caso, la estrategia es decirle al prisionero que han matado a su hijo y que harán lo mismo con él. Un falso sacerdote intentará a continuación extraerle alguna información relevante. Según Gamboa “todo el interrogatorio, violento y despiadado, tenía un solo objetivo. Hacerme añicos anímicamente. Con mentiras, con calumnias, con injurias”. (43)
Las palabras de Gamboa coinciden con la opinión de Avelard en cuanto a que “el objetivo (de la venganza) es producir en el sujeto torturado mismo un efecto: autodesprecio, odio, vergüenza.” (183)
La técnica de la tortura posee como motivación insertar en la conciencia del prisionero político el fantasma del miedo: miedo a la tortura, miedo a no poder soportarlo, miedo, en definitiva, a morir en esas condiciones. El mes de septiembre fue definido por los sobrevivientes como “el mes del terror”, puesto que muchos que sufrieron la experiencia de la tortura no volvieron jamás a sus celdas y no se supo más de ellos. Sin embargo, en el caso de Gamboa, el terror no logró debilitar su deseo de sobrevivir: “esa pelea de la mente y el espíritu la había ganado yo. De nuevo estaba entero” (43).
La segunda etapa del viaje por el infierno implica, el viaje desde el Estadio Nacional en Santiago hacia Chacabuco. Según sus palabras, se trata de un viaje hacia “lo desconocido”, una segunda expresión de un infierno del cual no se sabe si se podrá retornar. En la descripción de este viaje en avión, sobresale el odio y la agresión que recae sobre personas que no son más que “escoria” para sus captores. Desde la percepción de Gamboa el propósito final de toda esa agresividad es hacerles sentir su “absoluta inferioridad” (56). Antes de llegar a Chacabuco, se les informará que el que no obedezca será ajusticiado y castigado, no solo por la eventual desobediencia, sino por representar al derrocado gobierno de la Unidad Popular.
El viaje hacia lo desconocido refuerza la idea de la invisibilidad del lugar al ser Chacabuco una localidad que no figuraba en los mapas de los años 70. Por tal razón Gamboa se aboca a la tarea de informa al lector acerca del pasado glorioso de Chacabuco en las décadas de 1920 a 1930. Se describe la historia y la geografía de una salitrera que, en su momento, dio trabajo a más de 3.500 obreros y que tuvo beneficios como un teatro, una orquesta sinfónica, centros deportivos, y todo un conjunto de lugares que le daban al lugar la vitalidad necesaria.
Esta descripción contrasta con un presente, en el cual, Chacabuco se ha convertido, en lo que Gamboa define como una “cárcel o infierno” (80). Chacabuco es, en el año 1973, el centro de detención más grande del país, un verdadero campo de concentración con alambradas de púa electrificadas, campos de minas sembradas en sus alrededores, una casa negra pintada con calaveras, focos luminosos siempre vigilantes desde las alturas, militares con ametralladoras apuntando siempre a los prisioneros desde las torres, toque de queda y la prohibición de compartir con los prisioneros de otras casas. Este exceso de vigilancia es definido por Gamboa como “un despliegue inútil de fuerza”, producto de una “belicosidad demencial” (74) de militares que, en consecuencia con el infierno que han creado, actúan al mando de quien los prisioneros apodarán el “Capitán del diablo” (70).
Sin embargo, esta segunda fase del viaje por el infierno, a pesar de la aparatosidad desmedida de la fuerza, no se caracterizará por la imposición de la tortura ni por otra forma de violencia física. Ahora, el infierno consistirá en la arbitrariedad de la represión, en la inhumanidad del trato cotidiano con los presos y, esencialmente en la incertidumbre del no saber qué pasará con ellos, desconocer cuánto tiempo estarán presos, si retornarán alguna vez con vida a la capital o si serán ejecutados allí en medio del desierto.
La conciencia grupal que se irá formando buscará neutralizar la desesperación del no saber y creará las condiciones para sobrevivir con la dignidad de quienes se sienten ya “hermanados por las mismas ideas, la misma angustia, la misma esperanza” (108). Se irá creando un espacio familiar, que trasformará lo inhóspito del lugar, en un lugar habitable.
En cada una de las casas, se colocarán fotos de sus esposas e hijos, se cocinará en grupo, se hermoseará el espacio y se crearán las condiciones de solidaridad y afecto que los hará sentir que ahora tienen una segunda familia. Poco a poco, los presos de las distintas casas se irán articulando y perdiendo el miedo a agruparse. Surgirá de ahí una organización democrática dirigida por un “consejo de ancianos” que diseñará las pautas de convivencia social. A partir de esta iniciativa se crearán un grupo folclórico, una biblioteca, talleres de teatro y de literatura, cursos de idiomas, de electrónica, de astronomía y finalmente un diario mural. De esta manera, frente al autoritarismo imperante, el grupo entero responderá con inteligencia y creatividad, valores que, según Gamboa fue la “hábil respuesta a la tremenda brutalidad que los acosaba” (132).
Surge la necesidad de testificar la experiencia a partir de la escritura. Narrar lo acontecido en el viaje por el infierno requerirá no solo contar el horror de lo vivido, sino también homenajear a su comunidad de amigos, en quienes ve valores que Gamboa sintetiza en las palabras “dignidad”, “valentía”, “entereza”, “generosidad” y el “amor hacia otros”. En este sentido, el testimonio aquí “no solo es el medio para nombrar y asumir la pérdida y la derrota, sino también para resistir, social y culturalmente, un deber para la recuperación ética de la comunidad” (Strejilevich 17)
La tercera fase del recorrido por el infierno, son los dos viajes que Gamboa debe realizar a la ciudad de Antofagasta, para declarar por los procesos entablados en su contra por parlamentarios de la derecha chilena. La incertidumbre y el miedo a lo que podría ocurrir, tienen como base el saber que muchos presos políticos habían sido acribillados por haber intentado fugarse. Engrillado de pies y manos y tirado en la parte trasera de la camioneta, Gamboa sufrirá el trato particularmente degradante y violento del militar a cargo del traslado.
Sin embargo, durante el viaje, el azar cambiará de manera radical su suerte, debido al encuentro de Gamboa con un conocido profesional de la televisión chilena. Además de conseguir que lo dejen libre de pies y manos y obsequiarle cigarrillos, la ayuda generosa redunda en que el trato de los represores cambie considerablemente.
A partir de esta experiencia de radical contraste entre el militar y el hombre de la televisión, se reforzara en Gamboa la percepción de que el bien y el mal son dos dimensiones radicalmente opuestas: “¡la bondad humana! ¡la maldad humana ¿Existen? Yo puedo afirmar que existen” (154). Una vez terminada la aventura de este primer viaje a Antofagasta, Gamboa concluirá que: “La bondad era más grande que la maldad”
En el segundo viaje, esta percepción acerca de la condición humana en tales condiciones limites tendrá una nueva inflexión. A pesar de todo lo vivido, Gamboa advierte que en el mundo militar también hay diferencias, que también entre ellos unos encarnan el bien y otros el mal y que no todos estaban contaminados por la violencia arbitraria. Esta percepción se refuerza a partir del trato humano y generoso que le dará el militar a cargo del viaje a Antofagasta. Gamboa irá ahora en la cabina de la camioneta, no estará atado de manos y pies y conversará animadamente con el militar, quien intentará que duerma en un lugar donde no haya presos comunes. El “bonachón suboficial”, como lo define Gamboa, le dirá que los prisioneros políticos son gente buena, qué él mismo tenía familiares detenidos y que era muy difícil ser justo en tales condiciones. Al otro día lo invitará a su casa a compartir un almuerzo familiar y todos le expresarán su admiración por el Diario que su invitado dirigía hasta los momentos del golpe de estado. A partir de esta experiencia Gamboa aprende que no todos los militares eran golpistas. Según sus palabras y refiriéndose ahora su nuevo amigo, señala: “En su casa, por segunda vez, conocí la bondad”.
El testimonio de Gamboa incorpora en la última parte de su libro un conjunto de cartas enviadas a su esposa e hijos como también algunos poemas escritos por sus compañeros. La finalidad de esta inserción de escrituras anexas es reforzar el aprendizaje existencial vivido por el testigo: “He aprendido a golpes que el ser humano, en la adversidad, es mucho más generoso, mucho más valiente y mucho más solidario. Nadie puede quebrar, nadie puede abatir a un hombre que tiene ideales, que ama a sus semejantes y que respeta a los demás. Aquí en esta caldera humana rodeada por el odio, atizada por el odio, quedó en evidencia esa verdad” (172)
Posterior a esta declaración de principios el texto de Gamboa remite a los momentos de la liberación de él y algunos compañeros. Sus amigos les harán una fiesta de despedida donde se leerán los nombres de quienes han sido liberados y donde se aplaudirá a cada uno antes de la partida. El retorno a la capital implicará para Gamboa experimentar la contradicción de sentirse libre, pero en una ciudad signada por la muerte y la represión generalizada. Comprueba que todo ha cambiado a su alrededor, que Santiago es una ciudad triste, sitiada, con gente que ha perdido la alegría de vivir.
En términos del drama personal, Gamboa debe asumir que prácticamente todos sus amigos han sido asesinados como también sus colegas del Diario. De esta manera, a pesar que el viaje por el infierno, ha concluido para Gamboa en su manifestación más brutal y concreta, a nivel simbólico el viaje por el infierno, por otro tipo de infierno, naturalmente, no ha finalizado y sigue activado en la experiencia interminable del testigo.
* Profesor del Departamento de Literatura de la Facultad de Humanidades de la Universidad de Chile y Doctor en Literatura.