Noviembre 13, 2024

El Ministro de Educación y la Revolución Bulliciosa

piera_lavin_280

piera_lavin_280La lectura a fines de la década de los 80 (1987) del libro titulado “La Revolución Silenciosa”,  al cual el  ministro de educación Don Joaquín Lavín le debe algo de su notoriedad,  le trajo a la memoria a este lector,  conversaciones y lecturas de textos,  en las cuales ciudadanos alemanes presentaban como logros positivos del gobierno de Hitler,  la construcción en Alemania de carreteras de alta velocidad que unieron a su territorio y también a la introducción y a la fabricación masiva del auto del pueblo: el Volkswagen. 

 

 

Por supuesto que en esta narrativa los susodichos ciudadanos alemanes, que en honor a la verdad eran siempre escasos, minimizaban la brutalidad del régimen y los millones de muertos y sufrimiento que provocaran sus  políticas criminales que se extendieran por toda Europa.  Similarmente, en su eufórico y desacertado panegírico de las  políticas y de los logros del gobierno militar, el Sr. Lavín también olvidaba conveniente e indecorosamente que la característica silenciosa de su festejada revolución se debía en parte importante al asesinato, el encarcelamiento, la tortura y la represión, el exilio y la desaparición de los oponentes al régimen, que era el objeto del ilimitado y devoto entusiasmo de su obra.   

 

La lectura de esta obra también ayuda a entender por qué ahora, enfrentado a las ecuánimes demandas del democrático, renovador y bullicioso movimiento estudiantil—  que solicitan el fin de un sistema educacional inefectivo, doloso  y discriminatorio—, el Sr. ministro se ha puesto tan afónico,  calcando el silencio de su imaginaria revolución.  Porque la obra,  además de la seria omisión ética ya señalada, se caracterizaba por una presentación ilusoria de la realidad, en la cual la enumeración superficial y acelerada de los atributos y cualidades ficticiamente positivas de su revolución, reemplazaba al análisis serio y académico de los mismos.  Como ocurría, por ejemplo, con sus alabanzas interesadas a las transformaciones educacionales impulsadas por la dictadura, las cuales quedan ahora  finalmente identificadas  por sus negativos resultados, como anacrónicas, inefectivas y perjudiciales para el futuro del país. 

 

En el libro también se ignoraban de manera tendenciosa y liviana, como ya lo hemos señalado, condiciones negativas que pudieran dañar la imagen celeste que el Sr. ministro tenía en aquella época de la realidad y del país y que pudieran debilitar su hipótesis de una gloriosa seudo modernidad introducida por la violencia de los sables y solamente basada en el mercado.  Indudablemente que con esta quimérica visión de túnel de la realidad que el Sr. Lavín demostraba en su libro, pareciera  imposible que él  hoy en día pueda  atender  a las demandas estudiantiles y de la sociedad civil de manera seria, visionaria y democrática.  Y así vemos como frente a las justas demandas estudiantiles el Sr. ministro se limita a repetir de manera ritual que en las raíces de ellas están en  la política y la ideología, o tal vez la politiquería.  Ignorando en este uso litúrgico de estos vocablos, que estas demandas puedan en realidad tener su origen en la insoportable realidad y en el financiamiento del modelo educacional chileno sin antecedentes y pares en el mundo. El cual afecta negativamente la vida de los estudiantes y de sus familias y el desarrollo presente y futuro del país, pero que sin embargo beneficia a los bancos, a los especuladores, y  por supuesto además, nos imaginamos a los correligionarios y amigos del Sr. ministro.    

 

El uso de la palabra política como una razón descalificadora de las demandas estudiantiles y de la sociedad es sin lugar a dudas débil e infantil, por provenir de un acabado operador político que ha usufructuado al parecer generosamente del financiamiento perverso del actual sistema educacional sufragado por el Estado y por los contribuyentes y por las familias chilenas.  Además, en la boca del Sr. Lavín, el uso de la política para  descalificar a los estudiantes y a sus adecuadas peticiones adquiere un carácter obsceno. Ésto por venir de una persona que a los 26 años,  sin antecedentes académicos y sin competencia por sus pares, fuera elevado graciosamente por la mano criminal  del dictador a decano de la Facultad de Ciencias Económicas y Administrativas de la Universidad de Concepción.  Que acto más  inmoderado de política, o de funesta politiquería,  que esta arbitraria y viciada ascensión a la jerarquía académica,  protegido por las sombras tenebrosas  de la  potestad militar, en aquella época violenta e ilimitada.  

 

Tal vez este caprichoso golpe de bonanza personal y académica fue el impulso  intelectual que el Sr. Lavín tuvo para derramar sus elogios en la agradecida obra “La revolución silenciosa”. Obra en la cual como hemos dicho se describen de forma efusiva y adulatoria los supuestos logros de la obra política y económica del régimen el militar,  cuyas fallas  e indignidad experimentamos diariamente, por discriminar  ellas  por ejemplo a la mayoría de los estudiantes y a sus familias.  Las respuestas de los estudiantes a los parciales y mezquinos ofrecimientos del Sr. ministro y el gobierno para resolver el relevante y agudo problema educacional en Chile provocado por la “revolución silenciosa”,  hacen recordar a Francisco Bilbao. Quien en la “Sociabilidad Chilena” (1844) decía, “… se instituyen algunas obras… pero son barnices en el edificio que se desploma.  Examinad los cimientos, examinad la tierra, examinad el barretero que la cave y entonces examinaréis la cuestión.  Mientras tanto, no hacéis sino remendar en lo viejo”.  O también a la canción de Ángel Parra que dice  meridianamente,  “Me gustan los estudiantes / porque levantan el pecho /  cuando les dicen harina / sabiéndose que es afrecho”  

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