
Las encuestas muestran que los chilenos dan cada vez más la espalda al “cambio” y a la “nueva forma de gobernar” que Sebastián Piñera les vendió en 2010 y puso en práctica en 16 meses de “gobierno de excelencia”.
La encuestadora Adimark -considerada solvente por tirios y troyanos– muestra que en junio sólo 31% aprobó la gestión del Presidente -5 dígitos menos que el 36% de mayo 2010-, mientras el 60% la desaprueba, en el peor rating personal de sus primeros 15 meses de gestión (desde marzo 2010). El concepto “gobierno” salió peor parado, con 31% de aprobación y una desaprobación que se elevó a 62%, con dos dígitos por encima del rechazo al mandatario (60%).
La oposición que gobernó 20 años, con la Concertación de Partidos por la Democracia, sale peor parada, con 68% de desaprobación, y tampoco capitaliza el descontento social impulsado por la juventud que se vierte masivamente en las calles contra la educación privada, exige un rol mayor del Estado en la educación pública de apartheid, a cargo de particulares y municipios, pide una revisión del fin de lucro en la enseñanza superior e, incluso, plantea volver a nacionalizar el cobre para financiar un muevo modelo educativo, además de otras importantes movilizaciones populares contra la planta eléctrica HidroAysén, nuevas centrales termoeléctricas a carbón y el rechazo al aumento del gas en la fría región austral de Magallanes/Punta Arenas, entre numerosos otros conflictos sociales en curso. Las demandas de los estudiantes tienen olor a azufre para los grandes medios, donde los voceros de la derecha, “analistas” y algunos periodistas jóvenes de la televisión advierten con alarma que levantan consignas extrañas, “ideológicas” y “políticas”, que evocan al satanizado gobierno de Unidad Popular de Salvador Allende (1970-1973).
Se empantanó el juego
Los chilenos también mostraron hartazgo del juego de la clase política, tanto de “izquierda” (Concertación) como de derecha, que cautela sus propios intereses alejada de la realidad del país en la burbuja-sede del poder Legislativo en Valparaíso. Justo cuando se celebraban pomposamente los 200 años del Congreso Nacional, y apenas con el público protocolar, el rechazo hacia ambas Cámaras superó el 60%, con un 25% que aprueba la gestión del Senado y 61% que la desaprueba, mientras 22% aprueba la Cámara de Diputados y 63% la desaprueba. Son las peores cifras históricas para ese poder del Estado, o por lo menos de los últimos 15 meses.
Las dos alianzas políticas del sistema bipartidista chileno, la gubernamental Coalición por el Cambio y la Concertación, exhiben también un creciente rechazo ciudadano que superó la barrera psicológica del 60%. Un 68% desaprueba la gestión de la Concertación y sólo 22% la aprueba, mientras la alianza de gobierno obtiene 30% de aprobación y 60% de rechazo.
La oposición aún no encuentra un discurso-brújula para enrumbarse en el Chile post-Concertación, pero tampoco halla ese instrumento la coalición gobernante, que se esfuerza en vano por levantar una imagen populista de su real trasfondo neoliberal conservador. La gran prensa mono-ideológica ventila públicamente el conflicto político entre la neo-pinochetista -y a la vez populista- Unión Demócrata Independiente (
En términos técnicos, existe un empate político que apunta hacia una crisis más profunda de gobernabilidad en un país que parece despertar de la modorra de 21 años de desmovilización bajo gobiernos neoliberales, disfrazados y abiertos, de “izquierda” y derecha. Tanto la