
A Luis XIV, el rey absoluto francés que expandió su poder en base a la esclavitud y la guerra, (y que gustaba de retratarse semidesnudo en el naciente Versalles), se le atribuye la frase “El Estado soy yo”. El segundo de sus sucesores (el primero murió de viruela negra) fue decapitado.
A ese poderoso y deschavetado rey del siglo XVII le han aparecido émulos hoy en Chile.
“Si yo me hundo, se hunde la democracia” parecen decir.
Son los asustados porque Piñera tiene un tercio de apoyo y porque “la oposición congresista” o Concertación no llega a un cuarto.
A ellos los llama Correa a ponerse de acuerdo antes del diluvio. El acuerdo entre un tercio y un cuarto es más o menos el acuerdo entre los que conforman poco más de la mitad del país.
Ellos ponen el grito en el cielo clamando que “la democracia está en peligro”.
Vámonos con calma.
El que Piñera tenga un tercio de apoyo no tiene nada de raro: retrotrae a la derecha a su base histórica y la despoja de la inflación a la que la llevó la dictadura de Pinochet.
Por su parte lo que sucede con
La verdad es que hay alrededor de un 50 por ciento de los chilenos que no tiene hoy una “clara” conducción o una representación adecuada en los poderes del Estado, pero eso irá afectando la superestructura partidaria y electoral, sin tener por qué afectar a la democracia.
Por el contrario, la democracia supone que la ciudadanía (los electores) entregan por un período su poder a los “representantes”, y nunca que “los representantes” tienen un poder per se, que debe ser tomado como supra autoridad por la nación.
“La soberanía reside en la nación”. Los mandatarios son los mandados, no los que mandan. El Primer Mandatario es el primer mandado, en democracia.
Los vaivenes de representación, los cambios electorales, no pusieron fin a la democracia que se fue desarrollando en Chile, con interrupciones, hasta 1973.
La crisis de 1920 marcó el fin del parlamentarismo pero no el fin de la naciente democracia.
La crisis política de 1938 fue el fin de los gobiernos populistas y de derecha pero no el fin de la democracia. Por el contrario, el gobierno de Pedro Aguirre Cerda amplió y fortaleció la democracia.
La crisis político-electoral de 1952 marcó la baja del Partido Radical del 20 por ciento a poco más de su mitad pero no el fin de la democracia. El gobierno electo de Ibáñez tuvo intentonas pero terminó entregando la banda democráticamente, incluso después de haber abolido la “Ley Maldita”.
La crisis política de 1964 marcó la muerte de partidos que habían nacido a inicios del anterior siglo (nada menos que liberales y conservadores) pero todos entendieron que la democracia se profundizó.
El haber pensado seis años antes –cuando eligieron a Jorge Alessandri como Presidente de Chile – que el Partido Liberal y el Partido Conservador iban a ser cerrados por falta de votos de la ciudadanía, habría sido una locura. Pero ello sucedió y la democracia continuó.
En 1965,
Y así. Los vaivenes no mataron la democracia. Por el contrario mostraron su fortalecimiento.
Muchos importantes partidos desaparecieron en poco tiempo: nazis, democráticos, agrario laboristas, falangistas, liberales, conservadores.
En 15 años de desarrollo (menos que el gobierno de Pinochet y menos que los gobiernos de
En 1965
Cuando en 1973 se hundió la democracia chilena, no lo hizo porque la derecha o el centro o la izquierda no tuvieran apoyo electoral. La izquierda tenía más del 40 por ciento de apoyo (más que Piñera). La derecha tenía un 20 por ciento, y
El golpe se produjo como una culminación de una insurrección burguesa orquestada desde los Estados Unidos. No por cambios electorales.
Así como van las cosas, de esta crisis la democracia saldrá fortalecida. Ya vemos surgir los nuevos programas, las nuevas miradas, las nuevas certidumbres. Ya vemos caminar, fuera del Ejecutivo y fuera del Congreso, los nuevos dirigentes.
Dejemos que los muertos entierren a sus muertos.
No confundan sus miedos con el fin de la historia.