Septiembre 21, 2024

El crédito no es la solución: es el problema

falabella2im5

falabella2im5Ya veo la cara de algunos “expertos”, principalmente economistas (los peores), al leer el título de esta parida: una mueca de disgusto matizada de desprecio. Que se miren en el espejo, si pueden hacerlo sin morir de vergüenza. Me refiero aquí al crédito al consumo.

 

 

 

 

Que las crisis económicas y el desempleo tienen su origen en la anarquía de la producción capitalista y la insuficiencia de la demanda efectiva es algo que se sabe desde los tiempos de Maricastaña. De ahí que quienes manejan la manija hayan tomado muy en serio eso de poner la  demanda bajo perfusión cada vez que esta flaquea y no absorbe la masa de productos y servicios de los cuales viven y gracias a los cuales se enriquecen.

 

Para estimular la demanda y ponerla en el nivel que les conviene, los economistas, los patrones, y unos cuantos líderes políticos sugirieron y luego pusieron en práctica dos métodos geniales. Uno de ellos, el lavado de cerebro, resultó en el invento de uno de los más altos logros de la especie humana: la publicidad. Método de una simplicidad bíblica. Para aumentar la demanda hay que convencer al personal de que hay que consumir. O sea hacer publicidad. Allá por los años veinte (1920) la Sofofa del imperio, la National Association of Manufacturers, lanzó una vasta operación de relaciones públicas para exhortar a los currantes yanquis a “poner fin a la huelga de las compras”. En Nueva York, un grupo de hombres de negocios creó una “Oficina de la prosperidad”(sic) cuyo objetivo consistía en convencer al personal que no había nada más patriótico que gastársela toda. Con algunos lemas simples como “ahorro = caca”, “consumo = papita pa’l loro”, “¡Por aquí los saldos!”, “¡Rebajas!”, “No vengo a vender, vengo a regalar…”, y otros tan novedosos como los que te cuento.

 

Como ves no hemos inventado nada. El consumo, ya en esa época, debía transformarse en una especie de evangelio pagano. Y como frecuentemente a los currantes les quedaba algo de la menuda moneda que los españoles llaman calderilla, los economistas y los patrones que te digo inventaron las obras de caridad: “¿Deja esos pesitos para la Teletón?” Y mata de arrayán: “Sí, claro”. Ya te dije: no hemos inventado nada.

 

Lamentablemente todo tiene límites y para comenzar con la larga lista, en primer lugar, el salario de los currantes. Llegó un momento en que con toda la publicidad imaginable no hubo más aumento de la demanda y por ende del consumo. Ahí surgió el segundo método, aun más genial, si cabe, que el primero. Puesto que a los trabajadores, perdón, a los consumidores ya no les quedaba ni para la micro, hubo que buscar un remedio. Si el salario semanal o mensual, cobrado al fin del período de trabajo, es insuficiente para adquirir y consumir los productos creados durante la semana o el mes de trabajo, ¿cuál es la solución? Muy simple. Puesto que tu salario es insuficiente para consumir en el presente lo que te quieren vender en el presente, te ofrecen la posibilidad de consumir ahora lo que te quieren vender ahora… pagando con tus salarios futuros.

 

Así inventaron el crédito al consumo. Para estimular la demanda sin aumentar el poder adquisitivo. Lo que quiere decir que te estás gastando hoy lo que eventualmente vas a ganar dentro de un mes, o de seis meses o de un año. Si es que de aquí allí todavía tienes curro… Y de paso te cobran una modesta tasa de interés, y así mataron dos pájaros de un tiro inventando la usura. Cuando en 1929 se produjo el mayor pánico bursátil de la historia, crisis que envió decenas de millones de trabajadores yanquis al desempleo y a la miseria más espantosa, 60% de las radios, de los automóviles y de los muebles vendidos en los Estados Unidos estaban siendo pagados a crédito.

 

La crisis financiera gatillada por los créditos basura en el 2007 (subprimes) tuvo el mismo origen: salarios enanos que hacen de los créditos al consumo la vía obligada del acceso a los consumos más elementales. La privatización de los servicios públicos obliga a la inmensa mayoría de la población a endeudarse para disponer de agua, de energía, de salud, de educación, de transporte, etc. Ese es el zócalo de un modelo económico que merece el calificativo de mafioso: genera una clientela cautiva haciendo desaparecer toda alternativa a las “soluciones” que impone. O te endeudas, o mueres.

 

Los cobradores de traje y sombrero, armados de manoplas y revólveres, fueron remplazados por el Dicom (una externalización…). El mercado del crédito al consumo fue segmentado verticalmente: la banca (no menos usurera) para los ilusos que creen ser clase media o formar parte de un estrato definido ad-hoc (los ABC1), las multitiendas y sus tarjetas de crédito -en forma de grillete- para los atorrantes.

 

El sistema se completa con una total ausencia de regulación, de control y de límites para que cada mafioso haga lo que le venga en gana con la complicidad del Estado a su servicio. Contrariamente a lo que afirma un vivillo llamado José de Gregorio, regente del Banco Central, la moral no tiene nada que ver en esto. Al Capone nunca se inquietó por la moral. De lo que se trata es de la explotación de un ganado obediente de 17 millones de chilenos, adecuadamente distribuido entre las “familias” dueñas de los diferentes negocios.

 

Cuando una empresa industrial de la usura y la extorsión quiebra en razón de sus propios abusos, todo el sistema y sus representantes se esfuerzan en hacernos creer que se trata de un fenómeno aislado, de “errores”, de Directores engañados nadie sabe por quién. Un irresponsable mayor, el ministro de Economía, se niega a calificar el hecho con el único calificativo que conviene: delito. El ministro de Hacienda, interrogado en cuanto a saber si el mercado del retail está bien, pone cara de “yo no fui” y responde: “Supongo” (sic). Si no fuesen parte del sistema pudiesen decir que La Polar no es la excepción sino la regla. Entre La Polar, las otras multitiendas y la banca no hay ninguna diferencia sino la intensidad del abuso. Lo dicho: el crédito no es la solución: es el problema.

 

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