El veredicto de los especialistas mundiales acerca de los resultados de la educación primaria y secundaria chilena es lapidario. Uno tras otro repiten lo mismo. El sistema de educación chileno es un fracaso en sus aspectos cualitativos formadores iniciales. Y la frustración se acumula ya que son años perdidos. Si consideramos que la educación es tanto un derecho como un bien común universal necesario para que los ciudadanos asuman concientemente los desafíos de una Civilización en crisis de referencias, además de uno de los medios imprescindibles para dar sentido y finalidad humana a la existencia, se estaría ante un problema de sociedad.
Lo que se omite en el debate acerca de las soluciones es la cuestión de los fundamentos. Que todo modelo educativo se edifica sobre una filosofía de la educación ya que las vías o instituciones creadas por una sociedad en el siglo XXI para acceder a la ansiada autonomía con miras a desenvolverse en el mundo complejo del conocimiento y la tecnociencia se apoyan en una concepción del ser humano.
En Chile hay responsables de haber construido sistemas e instituciones educativas que no responden a las exigencias actuales.
Responsables de lo que es un desperdicio de intelecto de niños y jóvenes chilenos —porque de eso se trata en la práctica— han sido aquellos que impusieron una idea de la educación que en sus momentos apareció como “moderna” pero que reposaba en el engaño y el interés. Era el mito de la escuela utilitaria concebida como empresa que ofrecía un producto a consumidores soberanos y “racionales” (calculadores) capaces de elegir lo mejor para sus hijos. “Libertad para educar” cantaba la tonada neoliberal. Detrás se escondía la responsabilización individual de los padres y tutores.
Este diseño ideológico ocultaba una prosaica realidad. Las fuerzas del mercado convocadas para producir cultura y educación bajo la égida del Estado dictatorial son incapaces de realizar tal tarea. Pero el neoliberalismo triunfante con Pinochet estipulaba que ellas liberarían de una vez por todas al Estado del peso de su responsabilidad educativa (1). Lo harían para garantizar que aquél dejara todos los márgenes de” libertad” posible a la “oferta y la demanda educativas” así como a métodos pedagógicos considerados “performantes”. No olvidemos que para el ala ultra del neoliberalismo, el Estado no es como lo sostiene la versión democrática más avanzada y keynesiana, el garante del bien común, sino un mal necesario. Basta con escuchar y leer a José Piñera y a sus émulos.
En la esfera de la educación, para trastocar los principios de base y el quiebre de valores civilizacionales de solidaridad, justicia social, libertad e igualdad fue necesario el dominio absoluto y casi totalitario de la ideología neoliberal. Los ideales de igualdad y de unidad fundamental de la especie humana surgidos de combates históricos contra el oscurantismo y el racismo fueron frontalmente atacados por postulados ramplones como el que estipula que los padres que quieren dar buena educación a sus hijos tienen que pagarla ya que educar tiene un costo normal y una elección moral.
Evacuar la cuestión de las condiciones sociales en las cuales se enseña y las instituciones para hacerlo conduce a afirmar lugares comunes abstractos como que los estudiantes deben esforzarse y trabajar en orden bajo la disciplina de maestros que conocen la materia y saben enseñarla. Fuera de contexto tales declaraciones moralistas y voluntaristas sólo sirven para evitar el debate de fondo. Y el del no menos importante de las condiciones materiales y de ingreso del grupo y entorno familiar.
La postura anterior conduce a otro supuesto tenaz que caló hondo y cuyos antecedentes se arrastran desde la Colonia. Es aquél de sesgo conservador-racista-neoliberal que sostiene que la desigualdad (el que martillaba “es la raza la mala”) no es una situación o realidad inscrita y determinada por estructuras económicas y sociales de corte histórico que generan condiciones de existencia social (percibidas como individuales) sino un factor anclado en la naturaleza humana individual (sería un factor genético).
En efecto, para transformar la educación en mercancía cuya misión es formar el “capital humano” (la mano de obra), la ideología del lucro apeló a valores conservadores e incluso “cristianos” tras el objetivo de provocar un giro individualista. Para el neoliberalismo una sociedad está compuesta de una suma de individuos interesados en su propia existencia, sin importarle que las relaciones sociales estén marcadas por la desigualdad ante el acceso de los bienes necesarios para llevar una vida buena y digna.
Y cuando se impuso como norma este modelo aberrante que erigía en principio sagrado la apropiación privada del mundo, la acumulación personal de la riqueza sin límites y la exaltación del individuo cortado de sus relaciones recíprocas y solidarias con los demás, allá por los ochenta, el proyecto que los “Chicago boys” impusieron por la fuerza, se apoyó en la reacción que la derecha conservadora, la DC y una parte de la Iglesia habían orquestado contra el proyecto de la ENU del gobierno de Salvador Allende. La ENU era para los defensores de la escuela confesional, una copia del modelo educativo cubano. ¡Oh, paradoja! el modelo educativo cubano es presentado hoy como un éxito por los expertos que condenan la ceguera ideológica del chileno (1).
En otros términos, los neoliberales sostienen que hay individuos dotados por la naturaleza para hacer estudios (tienen los genes para ello) y otros no tienen ni el talento ni la voluntad para acceder al mundo de las matemáticas, ni tampoco al manejo conceptual de tipo racional, menos aún la creatividad que se desarrolla en contacto con la literatura y el arte. Así establecen una brecha tajante entre las habilidades manuales e intelectuales.
En definitiva, según estos supuestos, no todos los seres humanos pueden acceder al mundo simbólico y manejarse con las claves culturales para operar de manera eficiente. Las clases subalternas, oprimidas y explotadas, serían, según esta ideología, intelectualmente desordenadas y poco competitivas … por “naturaleza”. Ahora bien, todo indica que si se construye un sistema sobre bases erróneas e ideológicas como éstas, el resultado es el fracaso y la frustración. De ahí el profundo malestar que se vive en Chile.
Y si este modelo mercantil que favorece a los socialmente aventajados y portadores del capital cultural y simbólico de los sectores pudientes se impuso, fue porque la política obstinada de los neoliberales ganó adeptos en sectores que sucumbieron a la ideología del mercado. Algunos adhirieron movidos por el interés, puesto que ellos mismos invirtieron en educación y, los otros, desprovistos de profundas convicciones humanistas y universales, se dejaron, sin resistir, embaucar.
Fue así como la ideología “esencialista” y neoliberal impuso sus criterios por sobre las conclusiones, no sólo de estudios científicos y pedagógicos, sino también con la negación de las experiencias de otras naciones que certificaban que las condiciones de una buena educación y formación de individuos capaces de afrontar la vida como seres autónomos y críticos, preparados para pensar por sí mismos, son fruto de un proyecto educativo público universal (igualitario) llevado delante de manera planificada por el Estado con la participación activa de los docentes y de organizaciones representativas de los apoderados involucrados en el proceso educativo.
Ahora bien, un proyecto universal e igualitario es posible allí donde camina y funciona un proyecto político ciudadano de sociedad destinado a combatir sin tregua la desigualdad y sus excesos.
Y quienes se suponía podían hacerlo después de la caída de la dictadura —los concertacionistas—, se adaptaron el paradigma mercadista de la educación neoliberal.
En educación constatamos la misma constante que en otros planos de la realidad social chilena. La Concertación no fue portadora de un proyecto de fuerzas de raigambre democrática y social en pugna y alerta contra los intentos permanentes de hegemonía cultural de las oligarquías propietarias. Todo lo contrario, legitimó consensualmente junto con la derecha en la
La experiencia misma demuestra que los sistemas eficientes son aquellos donde es el Estado el que provee directamente una red pública completa de la pre-primaria, pasando por la secundaria hasta el universitario y técnico superior. Y que para hacerlo debe dotarse además de docentes motivados (intelectual y materialmente) y de un cuerpo de administradores imbuidos de una filosofía educativa democrática y guiada por los mismos valores y contenidos ya enunciados en el Renacimiento y enriquecidos por la historia reciente de Latinoamérica; de sus experiencias y proyectos por afirmar su identidad singular (2).
Ahora bien, para que las cosas cambien; surjan nuevas instituciones que encaren los desafíos de las llamadas “sociedades de la información”(3) y se haga un debate nacional acerca de los contenidos, es necesario un movimiento social activo portador de un proyecto educativo innovador y democrático, constituido por los tres estamentos interesados en cambiar la institucionalidad educativa: los estudiantes, los docentes y los padres.
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(1) En la entrevista a Martin Carnoy, especialista en educación y profesor de Stanford, en elmostrador.cl puede leerse: “Para Martín Carnoy el curriculum, la formación de profesores, la gestión de los directores no deben estar entregadas al mercado. Y no por comunismo o fascismo es que se debe de centralizar todos estos procesos, es simplemente porque la evidencia lo demuestra: “En Cuba está centralizado y en Finlandia también, y funciona muy bien en ambos países”. Lo central es el imperativo moral -insiste- de resguardar, para los niños, una educación de calidad. El resto es ideología.
(2) Es importante tener en cuenta que la filosofía educativa universitaria de la OCDE también está marcada por un sesgo economicista. Desde 1961 la OCDE siguió a los Estados Unidos y se instaló en lo que sería llamado el “consenso de Washington” al afirmar que sólo el crecimiento económico podía traer la libertad y que era en base a su contribución al crecimiento económico que iba a ser juzgada la educación. Ver en Internet los textos y “papers” de Gilles Gagné, sociólogo de la educación de la Universidad Laval, codirector del dossier interuniversitario canadiense: “L’Université entre déclin et relance”.
(3) La ideología educativa dominante tiende a privilegiar la facilidad tecnológica y su manejo por sobre los contenidos teóricos de conocimiento que permiten problematizar la realidad y cuestionarla para después o al mismo tiempo, utilizar esa tecnología según una finalidad conciente. Muchos padres se dejarán impresionar por establecimientos con modernas salas repletas de computadores sin informarse de la formación de los maestros y de los métodos y objetivos de aprendizaje y de conocimiento. La instantaneidad y la rapidez de las nuevas tecnologías de la información crean la ilusión de que informarse y relacionarse es saber. Aprender y enseñar a aprender implica una relación directa entre el educador y el estudiante. Esto implica un largo proceso de aprendizaje de habilidades cognitivas y asimilación de conocimientos donde saber significa iniciarse de manera laboriosa pero con gusto en un proceso y trabajo intelectual conciente para evaluar desde los 13-17 años las implicancias de elegir un determinado marco teórico y sus hipótesis para obtener certezas razonables.