Llegaron a África y se llevaron millones de esclavos para tenerlos de esclavos en América. También se llevaron las piedras preciosas, los diamantes, los rubíes, los zafiros.
Llegaron a América y se llevaron millones de kilos de oro y plata para gozarlos en Europa. También el café. Y el azúcar.
Se llevaron hasta las plantas que producían la tintura para pintarse las pelucas y colorear las telas de sus vestidos.
Llegaron al Caribe y lo deforestaron para llevarse la caoba, el cedro y otras maderas preciosas.
Llegaron a Chile y se llevaron el salitre. Hoy se llevan el cobre.
Llegan al Asia y al África y se llevan el petróleo, en esta civilización del petróleo.
También la amapola de Afganistán para producir el opio.
Y hacen guerras, que no son por la democracia.
Llegan a Colombia, a Perú y Bolivia y se llevan la coca y la cocaína para tranquilizarse y calmar los nervios. Como antes se llevaron el oro, la plata y el estaño.
Llegan a Marruecos y se llevan el hachís.
También trafican con mujeres y niños y órganos humanos. Se los llevan a los países centrales.
Cogen la plusvalía del trabajo humano y se la llevan para engrosar sus faltriqueras.
Y crean sistemas, imponen la hegemonía, manejan la fuerza armada y las comunicaciones.
Así funcionan las cosas.
Inflaron las burbujas y estafaron al mundo. Y lo siguen estafando.
El latrocinio no es el pecado excepcional del sistema sino la esencia del sistema.
No hay capitalismo sin mafias ilegales o legalizadas. A la salida y a la llegada.
El éxito de las mafias es el éxito del sistema.
Las tierras de este país no tenían dueños. Su propiedad se la llevaron.
Las empresas del Estado de este país no estaban en manos de capitalistas. A partir del golpe de 1973 se las llevaron.
Las carreteras, las mejoraron y se las llevaron.
El agua potable se la llevaron.
La luz eléctrica se la llevaron.
La colusión de las farmacias era para estafar.
La colusión de los transportes.
La colusión de las líneas aéreas.
La colusión de las universidades privadas para cobrar lo que no se cobraba y transformarse en acreedores de estudiantes de por vida.
Y las Isapres, que te apoyan con parte de la plata que tú les entregas mensualmente y por ley.
Y las AFP que trabajan con parte de tu dinero sin pagarte la recompensa.
Los monopolios. A lo más los duopolios.
Y las estafas de
No había pollitos de Errázuriz. Había explotación de la servidumbre, con un trato esclavista, sin pago de dinero.
No había compañía japonesa que, por equivocación, pagara en los cincuenta al ingenuo Luksic I nada menos que 500 mil dólares cuando él, modesto, le había cobrado sólo 500 mil pesos por una minita.
No había monedas ni medallones judíos comprados a huevo y vendidos como hueso de santo por Angellini I, escapado de un campo de concentración en Eritrea.
No hay pura inteligencia emocional en Carlos Slim, el más rico del mundo. Él ha entendido como nadie las reglas no escritas del capitalismo mejicano y las ha explotado a su favor. Y se ha enriquecido en medio de la guerra del narcotráfico.
No había levantadas tempraneras y trabajos de 24 horas los 7 días. Había Banco de Talca, empresitas inventadas, tarjetitas amañadas y Lan Chile a precio de huevo.
No hay capacidad para que un ex ministro sea, al mismo tiempo, director de una decena de empresas, consejero de otras y mandamás de un club de fútbol. Esa “inteligencia” no existe.
De vez en cuando surge el pato de la boda y se habla de la crisis.
Así surgió y así se ha desarrollado por siglos el capitalismo occidental y en él, el chileno. ¿No habrá que pensar en otra cosa? Más allá del fin del comunismo real ¿habrá posibilidades de vivir en una sociedad sin