La consigna de fin al lucro ha estado presente en cada una de las movilizaciones sociales de los últimos años, tanto en el ámbito escolar como en el universitario. Frente a tal demanda, la respuesta de las autoridades y “expertos” (tanto de derecha como del sector que ha dominado el debate educacional en la Concertación) ha sido: el lucro no es el problema, si lo que importa es la calidad de las instituciones, no nos debería importar si estas lucran o no, la demanda por el fin al lucro es netamente ideológica.
Cabe notar que en este tipo de respuestas el adjetivo ideológico tiene una connotación negativa, equivalente incluso a la ausencia de argumentos serios. Habría que preguntarse por qué realizar una crítica desde una visión general, comprehensiva y coherente de cómo queremos vivir (esto es, desde una perspectiva ideológica) constituiría una debilidad de la crítica. Me imagino que aquello se debe a que se espera que los individuos discutan en nuestra democracia desde una posición despolitizada, donde no existan diferencias de fondo, donde todos queremos lo mismo y el único debate es el cómo lograrlo.
Desde mi punto de vista existen buenas razones para estar contra el lucro en la educación, razones que por cierto son parte del sentido común de un sector mayoritario del estudiantado. Por una parte, hay una razón ideológica, de carácter anticapitalista (¡qué horror!). Por otra parte, hay argumentos de peso para pensar que la existencia de lucro puede dificultar la capacidad de nuestro sistema educativo de asegurar calidad.
A las personas de izquierda, en general, no nos gusta el capitalismo, sobre todo nos desagrada el mecanismo que explica su desarrollo. Es decir, no aceptamos que la lógica de beneficio y ganancia personal sea la mejor entre todas las formas posibles en que la humanidad pueda organizarse. Somos tercos y pensamos que sería viable, y mejor, un orden social que se basara en los principios de comunidad, cooperación y solidaridad. Dicho esto, que es parte importante de nuestra ideología, muchos reconocemos en el capitalismo, en particular en el mercado, una capacidad aun sin alternativa de organizar una porción considerable, diría mayoritaria, del quehacer económico de nuestra sociedad.
Así, bajo el prisma de una ideología de izquierda resulta directo tratar de restringir el espacio de acción del mercado, y sus lógicas de enriquecimiento personal como motor de desarrollo, a los sectores de la economía en los cuales no parece existir una mejor alternativa, donde este constituye un mal menor. De esta manera, la pregunta que cabe hacerse en el debate presente es: ¿constituye el afán de lucro una característica indispensable para el aseguramiento de calidad en el sistema de educación chileno? La respuesta, basada en la evidencia (pues la realidad tiene un rol importante incluso para los desquiciados que tenemos ideología), es claramente negativa.
En Chile las mejores universidades, privadas y estatales, no tienen fines de lucro, lo que en nuestro contexto significa respetar la ley. En Estados Unidos, que se suele indicar como un ejemplo donde la educación privada ha logrado altísimos estándares, muchas de las universidades de mayor prestigio son privadas, pero tales universidades son justamente lo opuesto a un negocio, los privados en vez de sacar rentas de ellas dan suculentas donaciones que permiten llevar a cabo investigaciones al más alto nivel. Es una lógica opuesta al lucro lo que permite el desarrollo de estas universidades. A su vez, existe en el contexto escolar internacional un sinnúmero de experiencias exitosas que no tienen el lucro como motor de su desarrollo.
Por otro lado, como hemos dicho, el afán de lucro puede dificultar el aseguramiento de calidad. La razón es simple, para que una universidad o colegio cuyo interés sea el lucro tenga buena calidad se requiere que la regulación del Estado y la presión de la demanda logren que aun cuando al dueño del establecimiento le gustaría retirar todos sus ingresos como utilidades este no pueda hacerlo pues aquello le significaría perder la acreditación o bien quedarse sin demanda (a esto llamaremos disciplinar la oferta). Pues bien, no es difícil imaginar como ambos mecanismos son sumamente débiles en el caso de la educación. Por una parte, las familias tienen muy poca información de la calidad de lo que están recibiendo, entre otras cosas pues ésta no será evaluada hasta haber terminado su carrera, hagamos lo que hagamos nunca le podremos dar a la familia suficiente información como para lograr que la demanda efectivamente discipline a la oferta.
Por otra parte, la experiencia chilena ha demostrado los múltiples problemas que puede tener un sistema de acreditación. El sistema de acreditación chileno puede y debe mejorar (pues se requiere para todas las instituciones, las que lucran y las que no), pero hay muchas razones para pensar que no será suficiente para disciplinar a la oferta: se necesita una capacidad inexistente para acreditar a todas las carreras (pues hay universidades buenas en algo pero muy malas en otras áreas); no es claro que es lo que se debe acreditar (¿calidad, coherencia institucional, pertinencia?) y aunque se sepa, acreditar un aspecto permitirá que los dueños con afán de lucro puedan extraer utilidades debilitando las áreas menos relevantes para la acreditación; los acreditadores son agencias que obviamente provienen de las universidades (y no creo que haya otra manera) lo que se presta para tráfico de influencias y corrupción, etc.
En otras palabras, dada la tremenda complejidad del bien educación parece poco creíble que dos establecimientos con el mismo potencial, pero uno con afán de lucro y otro sin, vayan a lograr los mismos niveles de calidad: el carácter de los controladores del establecimiento sí importa. A menos que pensáramos que los potenciales controladores que sí tienen afán de lucro tuvieran un mayor talento para manejar instituciones educacionales, cuestión que no tiene ninguna base lógica ni empírica.
Los estudiantes, algunos desde una ideología de izquierda otros simplemente desde su sentido común, no quieren que las lógicas capitalistas dominen los colegios y universidades donde ellos estudian. Desean ser formados en ambientes donde el objetivo último sea su desarrollo y el desarrollo del conocimiento en general, no quieren confiar sus deseos de surgir y aprender a personas que les darán una buena educación en la medida que se vean forzados por la regulación y los mecanismos de mercado.
Los estudiantes tienen buenas razones para pedir lo que piden, ¿alguien los escuchará?
Nicolás Grau Veloso
Movimiento Nueva Izquierda
Estudiante PhD en Economía, U. Pennsilvania
Sábado 18 de Junio 2011
Este artículo también fue publicado en ElPost