Cada vez que me enfrento a los medios de comunicación y a todas sus mentiras, me acuerdo de Platón y su plan de censura expuesto en la República, hace más de dos mil años. En síntesis, Platón alega que los poetas transmiten valores e información equivocados, por lo que es preciso censurarlos si lo que importa es proteger la integridad mental de los futuros guardianes de la polis. En un paper que presenté hace algún tiempo en la Universidad de Edimburgo, ofrecí una defensa a la postura de Platón, argumentando que su preocupación puede extrapolarse al presente, donde la inteligencia de cientos de jóvenes se encuentra en peligro dada la manipulación llevada a cabo por medios de comunicación que no informan, sino que mal-forman, engatusan, seducen y engañan…
Para Platón era absolutamente indispensable proteger la integridad intelectual de los jóvenes atenienses: después de todo, pensaba Platón, en un futuro próximo formarían parte de la élite que comandará la polis, los llamados guardianes (o filósofos). En nuestro país se habla mucho, y en todos los idiomas posibles, respecto a la manera en que los jóvenes locales construirán lo que en jerga popular se conoce bajo el rótulo de El futuro de Chile. Pienso que tal como van las cosas, ese futuro se vislumbra oscuro y nauseabundo, o al menos peor que el presente horripilante que enfrentamos hoy en día, y esto, sino se toman cartas en el asunto.
Y cuando digo “cartas en el asunto” no deseo derramar tinta en ejercer una crítica despiadada a nuestro sistema educacional –material para otra columna –sino más bien en observar desde cerca aquello a lo que nuestros jóvenes se están exponiendo día a día: los medios de comunicación, en particular la Televisión. En estos días ha aparecido una encuesta que posiciona a Chilevisión como el canal favorito de los chilenos ¿Qué significa esto? Pues que los noticiarios amarillistas, los platós de discusión de tetas y catres faranduleros y un sinfín de otros programas destinados a estimular la parte más baja de eso que Platón llamó alma tripartita (es decir, los genitales), es lo que satisface los anhelos y deseos del grueso de la población, o al menos, del grueso que se lo pasa el día entero aplastando el culo en frente de la TV.
Cuando digo que los argumentos expuestos por Platón en su plan de censura a la poesía son válidos en la medida que planean defender la integridad intelectual de la juventud ateniense, me imagino hipso facto a la generalidad chilena ¿Podemos esperar grandes cosas de una juventud que se lo pasa repitiendo lo que vio “anoche” en Factor X, la teleserie nocturna, los docu-realities de TVN o los foro debates faranduleros de Chilevisión? No lo creo. Sin ir más lejos, desde hace años vengo escuchando defensas al goce estético del fulano que devora realities; quienes se aglutinan en esta postura, alegan que es tan válido seguir de cerca los acontecimientos surgidos a partir de las cachitas de Don Francisco como profundizar en literatura, filosofía, matemáticas, ciencia, religión y en síntesis, cultura. “Calma Aníbal, que hay para todos los gustos” me dijo alguien ¿es verdadera esta afirmación? Por ningún motivo.
Uno puede pensar que después de todo, los medios de comunicación, al ser empresas privadas, tienen como único fin optimizar los recursos y alcanzar la máxima rentabilidad al menor costo. De ahí que TVN no se pueda dar el lujo de volver a editar “El show de los libros” mientras Chilevisión coloque en el mismo horario su “estelar” Primer Plano, pues la chusma inculta local de inmediato se inclinará por el último en desmedro del crecimiento intelectual propuesto por el primero. Pero uno se pregunta ¿Qué en Chile no hay entes reguladores que exijan a los medios de comunicación promover algo más allá de las heces y el pus político y farandulero? Se supone que el Consejo Nacional de Televisión es el encargado de llevar a cabo esta tarea, sin embargo, ha quedado de manifiesto su completa inutilidad a la hora de velar por contenidos más allá de lo superficial y lo pedestre ¿Qué importancia real tiene un organismo que permite tanta estupidez televisada y que al mismo tiempo censura programas humorísticos que ningunean a la divinidad?
Y nadie se salva de la francachela televisiva.
Hace pocos días me enteré de la existencia de un docu-reality que muestra sin pudor la vida y obra de adolescentes embarazadas. Por supuesto que quienes concibieron este programa están más centrados en explotar los detalles escatológicos y sexuales que en ofrecer una mirada crítica a la cuestión del embarazo adolescente y por lo tanto del aborto. El capítulo que –por desgracia –me tocó ver, tenía a una joven de clase baja como protagonista de la jarana: sin ninguna piedad, la cámara (que para algunas feministas, representa el falo de la sociedad patriarcal que viola la imagen de la mujer) la grababa en sus actividades cotidianas, limpiándose los dientes –“muy amarillos” le reprochaba la mamá –, haciendo alarde de sus estrías, removiendo “el cuero de una cazuela de pollo”, o besuqueándose con el pololo en una plaza pública. Nada útil se puede obtener de tamaña vulgaridad salvo a) reforzar los prejuicios contra las “cabras calientes” que no piensan en otra cosa sino en la cama; y b) reafirmar la idea de que son las clases bajas las únicas que sufren este tipo de problemas. Si el canal estatal, que representa los valores del gobierno, y en teoría, los de todos los chilenos, se dedica a lucrar con esto ¿Qué se le puede exigir al resto de los medios, tanto televisión como a la prensa masiva que basa sus contenidos -¡qué descaro! –en lo que se muestra en los programas de TV?
Mi tesis fundamental es que, al no existir entes que regulen de forma eficaz el contenido de los medios de comunicación, particularmente la televisión –el más barato y de fácil acceso –, pienso que es el gobierno el que anhela idiotizarnos. Y me atrevo a decir esto, sí, pues si existiera realmente el deseo de velar por la integridad intelectual y moral de quienes formarán parte del Futuro de Chile, se crearían las instancias necesarias para controlar eso que la gente ve en la tele. De ahí que esté de acuerdo con Platón: su censura a la poesía es un elemento adecuado pues su fin último es convertirse en un elemento necesario con el cual la sociedad puede mantener su espíritu a salvo, observando desde cerca lo que se le enseña a sus futuros ciudadanos.