La cultura chilena está de duelo por la muerte de Gonzalo Rojas Pizarro, tal vez el poeta más importante de la generación siguiente a la de Pablo Neruda, Gabriela Mistral y Vicente Huidobro. Son indicativos de su nivel los premios que jalonaron los últimos decenios de su vida: el Premio Nacional de Literatura, en 1992, el Reina Sofía de Poesía Iberoamericana, el Premio Octavio Paz, de México, y en 2003, el Premio Cervantes, el galardón literario de más trascendencia en lengua española.
La biografía de Gonzalo Rojas muestra su concentración notable en la poesía y en los temas de la cultura. Ordenó su vida en torno a esos objetivos, que entendía, además, como vinculados con las ideas de Izquierda, con el latinoamericanismo y con la difusión cultural como instrumento de capacitación y emancipación del pueblo. Nació en 1917 en Lebu, en el golfo de Arauco. Estudió en su ciudad natal y en Concepción, luego de la muerte de su padre cuando era todavía un niño. Más tarde ingresó en el Instituto Nacional y posteriormente en la Universidad de Chile, donde estudio pedagogía en castellano. Eran los tiempos de la educación gratuita y de la cultura como elemento central en las políticas de los gobiernos posteriores al Frente Popular.
A los 17 años interrumpió los estudios para viajar al norte para conocer y trabajar. Llegó hasta Mollendo, en Perú. Estuvo después ligado al movimiento surrealista. En 1948 publicó el libro La miseria del hombre, mal acogido por la crítica aunque elogiado por algunos lectores que entendieron su valor, entre ellos Gabriela Mistral. Más tarde publicó un libro sobre Pablo de Rokha, de quien fue decidido seguidor.
Desde 1952 hasta 1973 fue profesor en la Universidad de Concepción, en la que organizó, en 1958, dos encuentros de escritores que fueron un hito en la cultura nacional por su amplísima convocatoria y el nivel de las distintas intervenciones. En 1962 organizó un Encuentro Internacional de Escritores, con asistencia de los principales autores latinoamericanos. En 1964 publicó su libro Contra la muerte, que lo posicionó de súbito entre los principales poetas del continente.
Entre 1970 y 1971, en el gobierno del presidente Salvador Allende, fue consejero cultural en la embajada chilena en China y hasta el golpe estuvo destinado en Cuba. Se exilió después en la República Democrática Alemana, donde permaneció poco tiempo. Volvió a América Latina y se radicó en Venezuela. A partir de 1980 permaneció largos períodos en Estados Unidos, haciendo clases en diversas universidades. A partir de 1977, su producción poética fue muy abundante. Destacan los libros Oscuro, Del relámpago, El alumbrado y Esquizo text.
Gonzalo Rojas tuvo un profundo sentido latinoamericano. Escribió alguna vez: “Nací con sentido de mundo, pese a la limitación geográfica de llegar a un paraje diminuto frente al golfo de Arauco. Tal vez por oposición a cierto villorrismo barato que detesto. Lo hay en otros países, pero aquí es más. No entiendo a muchos que hablan de Gabriela y de Neruda diciendo: ‘¡La mejor poesía de América!’. Algo que ninguno de los dos habría dicho jamás. Lo considero una falta de respeto para nuestros premios Nobel y a los grandes poetas de América. Vivimos en una insularidad que nos hace ser muy altaneros y presuntuosos en ciertas circunstancias”. Fue un gran admirador de Simón Rodríguez, maestro de Bolívar, que también “nos dio luces a nosotros”, agregaba. “Fue el primero que habló de la Patria Grande, decenios antes que Martí”.
Sus convicciones latinoamericanistas y su sentido de justicia lo llevaron a apoyar desde la primera hora a la Revolución Cubana. Por eso mismo, escribió el hermoso homenaje al comandante Ernesto Che Guevara que publicamos en esta página. En 1969 rechazó ser incluido en una antología preparada por la OEA, que contendría a los más importantes poetas latinoamericanos. Dejó constancia que no quería tener vínculos con la OEA, a la que consideraba “Ministerio de Colonias al servicio de Estados Unidos”. En 1974 escribió el poema “Cifrado en octubre” en homenaje a Miguel Enríquez, el secretario general del MIR caído en combate.
Gonzalo Rojas fue un ejemplo de compromiso del arte con el pueblo y de respeto a nuestro idioma, amenazado hoy por toda clase de injertos provenientes de las jergas tecnológicas y del show bussiness norteamericano. El pensamiento único del neoliberalismo amenaza las culturas nacionales. Degrada el pensamiento y la importancia de los creadores latinoamericanos, y cuenta con la ayuda de los gobiernos de derecha que aparentan preocupación por la cultura, cuando efectivamente tratan de apoderarse de sus expresiones y creadores más genuinos para desactivar el significado de su obra como elemento liberador y de cambio profundo.
Gonzalo Rojas, como los más grandes creadores chilenos, también pertenece al pueblo y merece el homenaje y respeto que debe rendirse a los grandes hombres
PF
Octubre ocho
Así que me balearon la izquierda, ¡lo que anduve
con esta pierna izquierda por el mundo! Ni un árbol
para decirle nada, y víboras, y víboras,
víboras como balas, y agárrenlo y reviéntenlo,
y el asma, y otra cosa,
y el asma, y son las tres. Y el asma, el asma, el asma.
Así que son las tres, o ya no son las tres,
ni es el ocho, ni octubre. Así que aquí termina
la quebrada del Yuro, así que la Quebrada
del Mundo, y va a estallar. Así que va a estallar
la grande, y me balearon en octubre.
Así que daban cinco mil dólares por esto, o eran cincuenta mil,
sangre mía, por esto que fuimos y que somos,
¡y todo lo que fuimos y somos! Cinco mil
por mis ojos, mis manos, cincuenta mil por todo,
con asma y todo. Y eso, roncos pulmones míos,
que íbamos a cumplir los cuarenta cantando.
Cantando los fatídicos mosquitos de la muerte:
arriba, arriba, arriba los pobres, la conducta
de la línea de fuego, bienvenida la ráfaga
si otros vienen después. Vamos, vamos veloces,
vamos veloces a vengar al muerto.
Lo mío —¿qué es lo mío?—: esta rosa, esta América
con sus viejas espinas. Toda la madrugada
me juzgan en inglés. ¿Qué es lo mío y lo mío
sino lo tuyo, hermano? La cosa fue de golpe
y al corazón. Aquí
va a empezar el origen, y cómanse su miedo.
Así que me carnearon y después me amarraron.
A Vallegrande —a qué— ¡y en helicóptero!
Bueno es regar con sangre colorada el oxígeno
aunque después me quemen y me corten las manos,
las dos manos.
—Dispara sin parar
mientras voy con Bolívar, pero vuelvo.
Lota, 1967
(Publicado en “Punto Final”, edición Nº 732, 29de abril, 2011)
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