Los examinadores llegaron en una nave espacial que partió en Saturno haciendo escala en Marte. Venían a estudiar el Caso K.
Eran tres, ellos se contaban: dos saturninos y un marciano. Tres seres. No tenían cuerpo como los terrestres o terrícolas pero podían comunicarse con éstos penetrando en su cerebro y recibiendo, sin tener oídos, su habla. Es decir no podían descubrir los pensamientos más profundos de los seres humanos pero sí sus respuestas conscientes.
Cuando se enteraron que se trataba de un conflicto al interior de la terrestre iglesia católica presumieron que se trataba del surgimiento de una nueva tendencia que podía reclamar, por ejemplo, la adoración politeísta de la trinidad o de otra que postulara la reivindicación de la Magdalena como la bautista de Jesús y su primer apóstol o de una tercera que podía estar negando el carácter “divino” del Mesías y entendiéndolo como se entiende Moisés, o Mahoma y hasta Buda, un ser humano mandado directamente por su Dios, pero no un dios.
¡Cuál sería la sorpresa de los especialistas saturninos y marcianos cuando se les informó que en el Caso K se trataba sólo de un asunto de homosexualismo depravado y no consentido y de simple y condenable pedofilia!
¿Es eso? dijeron, y luego concluyeron: “Bueno, vamos, se trata sin duda de un asunto que muestra la decadencia de una institución que fue tan importante en el imperio romano y en el periodo de su imperio en Europa Occidental que otros llaman edad media. Y la falta de cuestiones relevantes en el debate humano”.
Ellos, saturninos y marcianos, sabían que ha habido muchas religiones (de re-ligare, en un relato humano que parte de la separación del hombre con su creador) en la historia humana. La inmensa mayoría de ellas politeístas (las primeras y muchas de las actuales). Las de Occidente de hoy, que vienen del Oriente, se dicen monoteístas y se fundan en el judaísmo de hace unos 2.500 años. Un importante sector del judaísmo (Paulo de Tarso hace más o menos 2 mil años) recogió aspectos de la cultura griega y produjo a mediados del imperio romano la religión cristiana, que se constituyó en oficial durante muchos siglos y aún es hegemónica en Occidente.
Los católicos –iglesia a cuya jerarquía pertenece K- son cristianos. Los cristianos (como los judíos) han ido, por siglos, confeccionando un dios, y creen en él, hecho a imagen y semejanza de los seres humanos occidentales (cuesta pensarlo de otra manera), un dios preocupado en primer término de esos mismos seres y que como ellos tiene razón y sentimientos, éxitos y fracasos, castiga y premia e incluso tiene corazón (el órgano que los animales más desarrollados de la Tierra poseen para distribuir la sangre) y mente inteligente (el cerebro o espíritu). Una cultura absolutamente antropológica, humanoide. Su dios creador es el Padre (no tienen diosas madres). Su dios Amor es el Hijo (que se encarnó como hombre y no como mujer). Su dios intelectual, de la sabiduría, es el Espíritu o Espíritu Santo.
Le pidieron al cura K que, antes de responder en el asunto del que se le acusa, hablara de su relación con su dios (ya que se trataba de un cura) y los demás humanos, para analizar su equilibrio mental y concluir sobre su estado siquiátrico.
El cura –un viejo de unos 80 años bien vividos, de color blanco, regordete y rojizo, rojizo con venas lo que indicaba una vida cómoda, bien comida y bien regada, de anteojos y ancha frente – habló.
Esto anotó uno de los examinadores saturninos en sus recuerdos:
“Dice K que desde muy joven recibió el llamado de Dios” (se refiere al dios de los cristianos) (se imaginó que su dios estaba preocupado, por un momento, sólo de él, y de “llamarlo” (¡).
“Me decía que si yo me consagraba a Él podría irme al cielo” (el dios habla con él y como él y el cielo es un lugar nunca determinado, fuera de todo sistema y con características poco definidas donde residiría dios, aunque “Dios está en todas partes”, según K, y su jerarquía). K no precisó qué significaba “consagrarse” ni definió “el cielo”. Todo ello denota contradicciones lógicas y un fuerte desvarío.
“Después de mis estudios de teología… (la ciencia de la fe, contradicción vital) fui investido de poderes sacerdotales” ( también los brujos, chamanes y hunganes son investidos, según ellos, de poderes mágicos, lo que devela un trastorno intelectual y social muy grave).
“Se me dio el poder de confesar y de perdonar todas las faltas humanas, en secreto, incluso las de pedofilia y asesinato” (eso no es sólo una locura sino un atentado contra la convivencia humana y las reglas de cualquier sociedad cósmica) (lo que llaman “secreto de confesión” no tienen obligación de comunicarlo a nadie).
“Se me dio el poder de transformar el vino en la sangre de Dios y el pan en el cuerpo de Dios” (ningún chamán, hungán o brujo se ha atrevido a tanto, tampoco los monjes budistas o los brahamanes; además, ¿por qué del vino y no del coñac, el ron, la chicha o simplemente el agua ardiente? ¿y por qué del pan y no del wantán o de la galleta o del arroz?)
“Se me dio el poder de entregar la extremaunción, para salvar el alma de los que están por morir” (manejan el alma y la mente – sin duda los cuerpos- de todos los humanos que abrazan su religión,y siguen sus pasos, desde que nacen hasta que mueren) (el abuso de poder es incontrarrestable e incuestionable) (operan protegidos por un sistema que podríamos calificar como maléfico, muy propio de los seres humanos, pequeños seres que se creen conocedores y controladores de todo lo que sucede no sólo en la Tierra, también en el universo).
El marciano, conocedor que estuvo de las anotaciones del saturnino, pensó, este K, en su locura, no sólo imagina poderes inexistentes sino que se atribuye – porque alguien se lo cree- poderes inmensos sobre seres humanos de otras religiones, poderes sobre ateos y agnósticos, poder de contener “la verdad” y “la verdad revelada por el mismo dios”, poder de poseer una ética única, poder de sanación y poder de “salvar” y de facilitar, nada menos, que la vida eterna en el cielo.
Y, por lo mismo, pensó el otro saturnino, que también se enteró, poder de no salvar y de condenar, en esta vida y en la que creen eterna, a millones y millones de seres humanos que no gozan de los beneficios y maleficios de su jerarquía.
Es una locura, coincidieron los tres, una locura del cura K, de los que le otorgaron lo que ellos llaman poderes, de los que se los reconocieron, de los que vivieron domesticados por él más o menos voluntariamente, y un atentado evidente contra los derechos de los humanos. Es una de las culminaciones de la locura humana del poder.
Y, (concluyeron), los abusos de pederastia de que K ha sido acusado, como muchos de sus pares (el de un obispo irlandés que abusaba de su pequeño sobrino y del párroco de Melipilla, en las afueras de Santiago, son también casos emblemáticos), no son más que una consecuencia humano-animal de la creencia irracional acerca de ese poder. Se dan en el ambiente ideológico de ese poder. Todos los envueltos en esa realidad monstruosa deben ser castigados, unos más, otros menos. Ya veremos. Unos por delitos, de acción y de encubrimiento, incluso por asociación para delinquir, los otros por aceptar, sin crítica racional, sin dignidad, con obsecuencia, tal número de propuestas incongruentes, absurdas y descabelladas. Tales propuestas y acciones anti-especie. Y millones, por observar las anomalías sin chistar, sin decir ni chus ni mus. ¿Les enviaremos nuevamente un diluvio?
Cuando los seres extraterrestres partieron (es un decir) nadie en la Tierra se enteró. Para hacerlo habría que haber tenido sentidos que no son la vista, el oído, el gusto, el olfato o el tacto.