Yo me quedé pegado con que la fuente de la riqueza era el trabajo, era la de su productividad específica, y de la cantidad -de trabajo-útil que se ponía a su servicio para producirla. Adam Smith, David Ricardo y Karl Marx, he ahí la trilogía de padres de la Economía Política que lo avalaban. Ellos habían escrito sesudas teorías que desarrollaban estas tesis. Marx era la síntesis dialéctica de los anteriores.
En consecuencia, seguí pensando, de acuerdo con lo que se postulaba antaño, que la fuente de la riqueza de las naciones, o en particular el valor de las mercancías producidas, era en última instancia el trabajo, y no la generación espontánea.
Honradamente no sé si se ha descubierto o establecido algo más novedoso, hace mucho tiempo que no me he cuestionado sobre esta materia, de manera que sigo pensando, que si existe un pobre, y si este tiene un trabajo, es porque su salario es insuficiente, y esto es así, porque el trabajo o fuerza de trabajo, es una mercancía como cualquier otra que se transa siempre a la baja, en un mercado desregulado, como es el que se propicia en Chile desde su ministerio de Hacienda por ya más de 30 años.
Lo único que se regula eso sí, o más bien que se controla, es la capacidad de reacción esperada de una gran parte de los ciudadanos – los trabajadores- al ser tratados como mercancías.
Existe un marco legal, el Código del Trabajo y la Constitución Política de la República , que garantiza que a los trabajadores les sea impedido los recursos legítimos que tuvieron en el pasado, para oponerlo al poder de los empleadores, es decir, a los compradores de su mercancía llamada trabajo.
Se podría afirmar, que los empleadores cuentan con un mercado cautivo del trabajo, cautivo en virtud de las leyes que lo garantiza a su favor.
El libre mercado, llevado a su expresión más extrema, que es el caso en Chile, no tiene ética, puesto que es un instrumento, y un instrumento no tiene la humanidad susceptible a la ética o la moral; un instrumento que ha generado una concentración brutal de la riqueza en que el 10% más rico del país, controla el 40% de la riqueza total, y esta tendencia sigue hacia el aumento de su brecha de desigualdad. Se afirma de acuerdo a las estadísticas, que 1 de cada 5 chilenos vive en la extrema pobreza.
La ley impide que los trabajadores reaccionen, pero no impide que su contraparte, los empleadores, hagan todo tipo de acuerdos legales o no legales, para afianzar el control que ejercen sobre la ciudadanía. Está el caso del crédito de las entidades financieras que obtienen utilidades absurdamente cuantiosas, está el control de las cadenas farmacéuticas, de las grandes tiendas, de las cadenas de supermercados que ostentan grandes utilidades y que sin embargo cancelan salarios de hambre a sus trabajadores.
Tal es el caso, que los gobiernos de turno, para paliar estos efectos perniciosos traducido en la extrema pobreza que se reconoce como tal, pero que no los asumen como una perversión del modelo aplicado, han desarrollado planes de asistencia a esos sectores, de bonos, asignaciones específicas, planes que al parecer por los resultados – aumento progresivo de la extrema pobreza- han sido un fracaso, o tal vez, han sido un freno para evitar un estallido social que se teme llegue ocurrir, aguando finalmente el festín de los recaudadores de la riqueza.
Los planes de asistencia, de bonos, de subsidios, son en rigor, planes de limosna, y la limosna mina la dignidad de las personas.
El trabajador que vive en Chile, debería tener el derecho a tener un sueldo que le permita vivir y reproducirse. De manera que estos planes, hacen que sus beneficiarios, que son las víctimas, se transformen en corderitos famélicos y obedientes, que se les asiste para que no se mueran, para que sigan cumpliendo el rol que el mercado les asigna, ya sea como cesantes o sujetos de un salario de miseria, es decir, existir para aumentar la oferta de trabajo y su consecuente precio a la baja.
Me temo que esta situación, el de la existencia de la extrema pobreza no tiene solución si se insiste en mantener el sistema que lo produce. No tengo la competencia para sugerir políticas públicas, se trata de una descripción de la realidad, de un reclamo hacia la sociedad que no está considerando que el país es de todos, el mercado del trabajo debe ser regulado por el Estado, el subsidio debería ser dirigido por mientras exista la emergencia – extrema pobreza-, directamente al ingreso del trabajador, restituyéndole el derecho a ser remunerado de acuerdo el esfuerzo generador de valor desplegado en ello.
Chile tiene una bajísima tasa de impuestos para el empresario, y aún menor, para la inversión extranjera en la minería que tiene utilidades groseramente altas.
Hace unas semanas atrás, el presidente decía impúdicamente que los pobres debían colaborar para salir de su pobreza, y ciertamente tenía razón, pero en el sentido contrario de su discurso. El pobre no debe colaborar, debe levantar su cabeza, debe rebelarse. La solución es política.