En las últimas décadas hemos asistido al ocaso de los intelectuales. Esta figura histórica, que incluyó no sólo a grandes hombres sino también a mujeres célebres, se remonta al siglo XIX. Emile Zola habría sido el primero de esta estirpe, una voz pública y polémica destinada a protagonizar todo el siglo XX. En América Latina, los intelectuales estuvieron ligados, indefectiblemente, a la literatura, a la prensa y la política. El intelectual latinoamericano nace con el periodismo informativo y la prensa de gran tiraje en los albores del siglo pasado. Así, plumas como Darío o Martí entre otros encontraron un nuevo lugar en la división del trabajo, señalando, además, uno de los momentos culminantes de nuestra cultura, la llamada Ciudad Letrada.
En la actualidad una nueva revolución tecnológica y mediática, la Ciudad Virtual, ha dejado fuera la figura del intelectual. En efecto, la hiper-industrialización de la cultura orientada hacia el “Entertainment”- de escala planetaria – va desplazando las voces críticas, reemplazándolas por aquellas capaces de seducir a los públicos. Surge así el “opinólogo”, una nueva figura en el mundo de la comunicación de masas. Por su parte, los gobiernos las universidades y organismos internacionales ya no requieren intelectuales sino “expertos”.
El intelectual animó la “cosa pública” durante decenios, su figura fue tenida por lúcida “conciencia crítica” de una sociedad, verdadero faro en una cultura ilustrada. Herederos de aquel emblemático escrito de Zolá, “Yo acuso”, cada intelectual era el que denunciaba toda forma de satrapía y abuso en diversas partes del mundo. El intelectual se transformó, de manera casi inevitable, es un personaje incómodo para toda forma de poder. Muchos conocieron exilios, cárceles y muchos atestiguaron su honestidad al precio de su propia vida. Hubo intelectuales de izquierdas, pero también disidentes e intelectuales de derechas.
El experto, a diferencia del intelectual, es un especialista legitimado por universidades y centros de categoría mundial, pero carente de toda intencionalidad moral o política. El experto, finalmente, cumple sus funciones de diagnóstico para un gobierno o una corporación que le retribuye por su trabajo. Su saber es preformativo, no crítico. El opinólogo seduce, no sabe más que sus públicos, es uno más de ellos, pero posee la capacidad de saber-entretener, sus temas y chismes son misceláneos: astrología, cosmética, cocina, deportes y farándula.
No parece casual que en el momento histórico en que los medios de comunicación son controlados por gigantescos capitales, en un mercado global, marque, precisamente, el ocaso de la crítica intelectual en todos los países. Hoy vivimos un mundo paradojal, nunca fueron tan abundantes las causas justas que merecerían una profunda reflexión ética y política: pauperización de gran parte de la humanidad, formas inauditas de violencia que destruyen pueblos enteros, una degradación acelerada del medioambiente en nombre de sórdidos intereses económicos, solo por mencionar lo más evidente. No obstante, son cada día más escasas las voces que se levantan para ejercer aquel papel reservado otrora a los intelectuales: la crítica.
Investigador y docente de la Escuela Latinoamericana de Postgrados. ELAP. Universidad ARCIS*