El Concilio Vaticano II significó una vuelta al espíritu evangélico original de
Luego de muchos siglos de contubernio con poderes políticos autoritarios, que la llevaron a sacralizar estructuras opresivas e injustas, y a desarrollar formas extremas de intolerancia; el fin de los Estados Pontificios y la separación de
Sin embargo, dicho Concilio dejó virtualmente intocada la estructura absolutista medieval en su interior, con todas las consecuencias culturales imaginables. Aquí podemos encontrar la razón última de que pudiesen proliferar y encubrirse por décadas conductas pederastas en contra de miles de niños por parte de altas autoridades eclesiásticas. Y que los esfuerzos realizados por numerosos laicos y autoridades de la misma Iglesia para evitar lo anterior fueran completamente infructuosos.
En el caso de las perversiones del sacerdote Fernando Karadima, hemos sabido que por años fueron inútiles las denuncias de varias de sus víctimas, e incluso de sacerdotes como Juan Díaz y Percival Cowley y -queremos creer- del propio obispo auxiliar de Santiago de la época, monseñor Ricardo Ezzati. Primó la indolencia (¿criminal?) del entonces cardenal Francisco Javier Errázuriz. Lo mismo vimos en el caso de los abusos reiterados del fundador de los “Legionarios de Cristo”, Marcial Maciel. En este caso, de acuerdo a lo que se ha sabido, ¡los esfuerzos hechos por el propio Prefecto de
Contrastan dichas actitudes (así como las que se han visto en Estados Unidos, Irlanda, Bélgica, Austria, etc.) con las duras denuncias expresadas por Jesucristo respecto al daño a los niños: “Pero si alguien hace caer en pecado a uno de estos pequeños que creen en mí, mejor le sería que le amarraran al cuello una piedra de molino y lo tiraran al mar”. (Mateo 18; 6)
Por tanto es muy valorable la expedita investigación y sanción efectuada recientemente por el Vaticano en contra del abusador Karadima. Sin embargo, si queremos realmente alcanzar la verdad en estas materias –por dura que sea- no puede quedar en la penumbra un caso mucho más grave aún: el del obispo Francisco José Cox. Este, luego de ser obispo de Chillán, fue “ascendido” en
La explicación de todo lo anterior vendría en noviembre de 2002, cuando
Naturalmente que un cambio condigno de las actuaciones de las jerarquías chilenas y vaticanas requerirían una profunda investigación del “caso Cox”; así como una paralización del proceso de canonización de Juan Pablo II, para efectuar una debida investigación del conjunto de su pontificado respecto de estas gravísimas materias. De otra forma, lo que se está haciendo pecaría de completamente insuficiente y no permitiría una real purificación de nuestra Iglesia.
Pero ciertamente que la solución de fondo pasa por una erradicación de las estructuras medievales absolutistas que aún imperan en