Noviembre 3, 2024

Edmundo

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edmundovarasCuando el niño problema de la farándula, portada del Diario La Cuarta con insana frecuencia, aparezca colgado de una barra metálica en un baño cualquiera, las declamaciones que se oirán y verán en los canales de televisión no serán parecidas en intensidad, al provecho que le sacaron a la cabeza loca de la que este muchacho hizo gala en los programas que prostituyen a gente necesitada de reconocimiento y dinero fácil.

 

 

 

Estimuladas sus tonteras hasta límites enfermizos, este niño que maneja un Audi, tarde o temprano va a reventar, incapaz de sujetar esas limitaciones que a los periodistas de la farándula les gusta aguijonear para verlo llorar, putear y berrear en la tele de horario prime.

 

Esos periodistas y entrevistadores proxenetas deberán hacer frente a la avalancha que se les va a venir encima no más descuelguen al suicida. Es que este jovencito que clama porque alguna autoridad de salud lo escuche, ensaya cada vez más audaces pasos en la búsqueda frenética de reconocimiento y algún dinerillo que le permita financiar su tren de vida. Y de muerte.

 

Sin una cuerda que lo ate a la realidad, cree en lo que otros le han fabricado: un cartel de rudo galán de reality, cuando aún no se sabe sonar los mocos. Caído por el azar nefasto de los tiempos que corren en una fama inútil y que aún no logra descifrar,  creyó que por el hecho de aparecer en la pantalla era razón suficiente para ser un semi dios al cual se le perdona todo.

 

Ha jugado con su vida y ha arrendado miserablemente sus desdichas por pesos que se esfuman cuando se fuma el último cuete o se toma el último ron. Y, peor aún, ha permitido que otros lucren con sus miserias. Habrá visto iteradas veces la frase favorita de Tony Montana en el espejo de su baño: El mundo es tuyo. Y no se habrá dado cuenta que, con cueva, a él le rentan en un alto precio un rinconcito apenas.

 

El muchacho vive en una burbuja que insiste en reventarse para mostrarle qué hay más allá, pero que el insiste en creerse en cuento en un sentido distinto. Asume que los quince minutos de fama que cualquier mortal tiene para sí, son eternos y cuando ve que la lucecita se le apaga, avisa su suicido o su última violación de la ley. De esa manera asegura su presentación en algún estelar televisivo.

 

Las fauces hambrientas de la tele van a tener en muy poco tiempo una víctima para disfrutar. Los diarios muestran a un niño mareado por las luces de los estudios, con magulladuras que antes de cicatrizar serán expuestas a la tele audiencia y, dispuesto a dar explicaciones, moquear como un bebé, pero mucho más aún, gritar a medio mundo su soledad y sufrimiento.

 

Esa máquina demoler carne que se ve en plasmas y led’s, está llevando a ese muchachito afeminado y de voz liviana a un callejón que sólo conduce a la muerte.

 

Alguna vez sus escándalos ya no serán suficientes, sus ataques de ira no venderán, sus arranques de celos no serán negocio y entonces, se sentará en las puertas de los canales de televisión a pedir pan por el amor de dios.

 

Lo siguiente va a ser descolgarlo, frío, tieso, inerte, de algún travesaño inocente de alguna parte de la ciudad que alguna vez creyó suya.

 

Y el show va a continuar como si nada y tendrá razón.

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